El musical que ya está haciendo historia
Tanto la música de Elton John como el libro, las actuaciones y la ingeniosa puesta hacen sublime esta obra de arte
NUEVA YORK.- La silueta de uno de los tres chicos que interpretan a Billy Elliot se erige llamativamente en pleno corazón de la Gran Manzana... y en cada esquina, en los autobuses, en los taxis, en los subtes y hasta en los tachos de basura. Una vez más un musical británico vuelve a colonizar Broadway. Así como lo hicieron El fantasma de la ópera, Los miserables o Miss Saigón , otra obra maestra del género, estrenada en Londres, conquistó Broadway casi de inmediato. Le quitó el trono a El rey león y se lo disputa muy de cerca a Wicked , como la obra más requerida. Billy Elliot es un suceso. Y los diez premios Tony que se llevó hace poco más de un mes han acentuado al máximo ese interés en el público. No hay tickets con descuento, salvo en algunos sitios de Internet y con mucho tiempo de anticipación, y los que pueden conseguirse en boletería son los más caros (ubicación premium), que oscilan entre los 256 y los 351 dólares. Carísimos, pero una gran inversión al buen gusto y al aporte cultural individual.
Lejos y sin exageraciones, Billy Elliot es una de las mejores obras que este cronista haya visto jamás. Sorprende desde el comienzo, cuando un pequeñito sale desde la platea y sube al escenario para conducir de la mano al público entero al interior de esa ficción maravillosa que conseguirá emocionarlo en varios tramos. Podría haber sido un riesgo trasladar esa película perfecta al escenario, pero el proyecto contó con el mismo director, Stephen Daldry, y el mismo guionista, Lee Hall, quien además se ocupó de ponerle letras a la atractiva y pegadiza partitura compuesta por Elton John.
Daldry logró sublimar su trabajo fílmico con un montaje que desarrolló ese argumento establecido para insertarlo en una idea conceptual que se permite ahondar más en los conflictos y en la belleza de la imagen viva que permite el teatro. Los creativos ampliaron la huelga minera de la trama, a través de las situaciones en oposición. Daldry, Hall y John yuxtaponen la manifestación obrera y su consecuente represión con las clases de danza de las nenas del pueblo, o con la explosión interna del protagonista. Billy Elliot profundiza en el aspecto social de aquella huelga minera de 1984 que pretendía abortar los deseos de Margaret Thatcher de privatización total de esa industria; y, a su vez, escava más a fondo en la psicología de este chico que cambió sus clases de boxeo para desarrollar sus habilidades naturales para la danza.
El primer cuadro refleja la reunión de los habitantes de un pueblito minero del norte de Inglaterra, en la víspera de la gran huelga prevista. Allí, todos juntos, entonan "The Stars Look Down", reclamando "¡solidaridad, solidaridad, por siempre!". Luego será el momento en que un graciosísimo grupo de niñas se adueña de la escena y bailarán torpemente en sus clases, mientras los mineros o los policías les hacen de partenaires. Es el disparador de las risas que se irán colando durante casi todo el espectáculo, entre lágrimas y esos sacudones en el pecho que logran los momentos sublimes de un gran musical.
Cómo olvidar ese zapateo rabioso en el que Billy vuelca su sentimiento interior, tan gráfico, tan determinante, tan conmovedor; y que mezcla con esa furia que impera en la calle, represión mediante. O esa danza sublime en la que el talentoso muchacho baila El lago de los cisnes consigo mismo, en edad adulta, y esa felicidad, esa emoción a flor de piel lo harán volar en un cuadro onírico de una belleza incomparable. O esa canción hermosísima en la que Billy expresa con palabras y movimientos que siente "electricidad" al bailar.
Y qué decir de los intérpretes. Consiguen conmover no sólo por las situaciones que juegan, sino por su talento. Son tres los jóvenes ganadores del Tony que se alternan para componer a Billy. En este caso, fue David Alvarez, un chico de casi 15 años que se vuelve gigante en escena. Logra emocionarse, divertirse, sufrir y desafiarse a sí mismo a través de un papel tan difícil como agradecido. En la misma sintonía, con un desparpajo y desinhibición notable, Keean Johnson interpreta a su amigo inseparable, que tiene muy en claro lo que son la individualidad y las metas en la vida. Haydn Gwynne, como la Señora Wilkinson, da cátedras de interpretación integral; Santino Fontana, pone potencia dramática al hermano de Billy; y Carole Shelley es tan adorable como elocuente en su papel de abuela. Pero es Gregory Jbara, el padre, quien consigue sacudir al espectador a través de un amor paternal capaz de derribar cualquier tipo de barrera o principio. Es muy difícil de olvidar esa imagen en la que, sentadito, casi sin moverse y con su rostro empapado de lágrimas, observa bailar a su hijo.
Esta obra vuelve a afirmar que el género está en permanente evolución y que, sin dudas, será un nuevo ícono indiscutible.