El mundo de Federico León: la implacable maquinaria de citas, encuentros, juegos de espejos y caos llega al Sarmiento
En Los tiempos, la obra que se acaba de estrenar en Complejo Teatral, el talentoso creador habla de “la reunión de tiempos distintos, de yoes míos diversos conviviendo” en esta obra
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Mientras ingresa el público a la sala, la primera imagen de Los tiempos, la producción de Federico León que acaba de estrenarse en el Teatro Sarmiento, se observa un piano en el escenario mientras suena una melodía. El mismo piano, pero con su pianista, aparece proyectado en una pantalla ubicada al fondo del escenario. La imagen se reitera una, dos, tres veces como si fuera un loops del recuerdo, de la cita. En el mismo espacio escénico irán tomando protagonismo distintos elementos escenográficos, como el mismo piano, que fueron protagonistas en otros montajes de este creador multifacético de una potencia creativa arrasadora: un vestuario que remite a tal obra suya, una mesa de ping-pong, dos estufas o cientos de pelotitas.
El encargado de ordenar el caos es Federico León, un referente indiscutido de las artes escénicas acostumbrado a presentar sus propuestas en varios de los teatros más prestigiosos del mundo. Muy lejos de las poses de un artista experimental, lo suyo es el perfil bajo. De hecho, ni tiene cuentas en las redes sociales. Habla, sí, con su obra que nunca pasan desapercibida.
Desde hace años, la búsqueda de este creador de 48 años formado en los talleres de Ricardo Bartís remite a indagar los límites de la representación, la obra dentro de la obra, el paso del tiempo, el encuentro/desencuentro de lo diverso, el juego de espejos, el romper con el protocolo de lo establecido y el tender constantes puentes con lo audiovisual, con lo instalativo y con las artes visuales. Es tan radical su juego que puede presentar una obra con 120 actores de entre 5 a 90 años (La multitud), tener a Esteban Lamothe y a Jimena Anganuzzi en el escenario sin decir una palabra (Yo, en el futuro), fumar un porro en medio de una obra que nunca sabremos si era un cigarro de marihuana (Las ideas) o convertir a su casa en un mágico espacio de laboratorio teatral (espacio Zelaya).
De la mezcla, de los fragmentos, de los recuerdos de algunos de sus montajes mencionados y de otros es que nació El tiempo. Se la anuncia como una colección de recortes escénicos de obras suyas que son como “ventanas a las obras, como trailers del pasado en vivo, como una máquina de memoria teatral que funciona en tiempo presente y atrae retazos y los mezcla, enlaza, repite, reedita, condensa y reversiona para generar una nueva obra”. O, como decía el creador de esta maquinaria a LA NACION antes del estreno, es “la reunión de tiempos distintos, de yoes míos diversos conviviendo”.
Esos son algunas de las obsesiones del actor, y director de teatro, y dramaturgo, y cineasta, y artista visual y gestor de la sala Zelaya que tuvo como mentor a Robert Wilson gracias a una beca, la de Fundación Rolex, a la que ni se había presentado. Para Los tiempos su premisa fue “agarrar un fragmento de una obra que debe estar de acuerdo con la otra”. En esa apuesta de crear una lógica escénica cargada de citas se va articulando: una guerra de zapatos que van a parar a la cabeza con casco de un actor, una mesa de ping-pong que deja de serlo, la práctica de deportes inventados, actores de distintas edades bailando en medio de una fiesta electrónica, una actriz que no puede parar de llorar, un globo que estalla o los actores de una obra de teatro observados por actores de otra obra del mismo creador.
De esta especie de reunión de consorcio entre los distintos yoes de Federico León forman parte dos históricos de esta usina creativa: el escenógrafo Ariel Vaccaro y el actor Ignacio Rogers. Ignacio, cuando tenía 9 años, fue actor de Mil quinientos metros sobre el nivel de Jack. A sus 15, fue uno de los intérpretes de El adolescente. A sus 36, es actor de El tiempo y es también quien se observa, quien se duplica. La reunión de tiempos distintos respeta algo de lo cronológico. Arranca con la primer escena de Cachetazo de campo, aquella maravillosa obra que estrenó en 1997 un pasillo del Centro Cultural Recoleta en donde solamente había dos sillas, un sillón hamaca destartalado y una mesa. Desde su inicio, madre e hija se la pasaban llorando a moco tendido, chorreando reproches mientras decían texto imposibles en medio de esa trama de fondo pampeano. Los tiempos comienza, justamente, con la primera escena de esa obra que se presentó en varios teatros europeos con Jimena Anganuzzi en estado llanto. Ya con “la máquina” en movimiento, como le gusta decir a León, comienza a ponerse en juego otras piezas de este rompecabezas.
Irán apareciendo imágenes proyectadas de Mil quinientos metros sobre el nivel de Jack, que se estrenó en el viejo Teatro del Pueblo en 1999. Allí están Ignacio Rogers y Luis Ziembroski en ese baño con una bañadera chorreando agua por el piso. Antes y después –ya poco importa el orden– se ensambla una escena proyectada de El adolescente, basada en fragmento de textos de Fedor Dostoievski, con algunos de sus protagonistas de hace 19 años en el escenario del Sarmiento. En algún otro momento, viene un fragmento (o varios) de Las multitudes, aquella obra que se estrenó en el centro de experimentación del Teatro Argentino de La Plata que tuvo su versión en Berlín. En aquella oportunidad eran 120 actores. En esta “revisita”, 22. Al relato coral se suma Las ideas, la performance que estrenó en su sala del Abasto en 2015 en donde tomaba cuerpo esa impecable reflexión sobre lo real y su representación alrededor de una mesa de ping-pong en constante transformación. Alrededor de esa mesa se desplazan los deportistas de juegos imposibles de una kermés con reglas propias de Yo escribo, vos dibujás, que se presentó en 2019, en el Teatro Nacional Cervantes.
“Hay algo de despropósito en todo esto. Como en Las multitudes en que se pasaba de una escena con dos actores y, de golpe, se abría una puerta y había una fiesta con 120 actores hasta que vuelve a cerrarse la puerta y desparecen. Algo muy por fuera de la convención de tener 4 actores en escena que despliegan una trama de forma equitativa. En Los tiempos pasan cosas muy diversas en poco tiempo. O, en verdad, a lo largo de una hora, que es lo que duran mis obras”, comentaba el director de las películas Todos juntos, Estrellas (con Marcos Martínez) y Entrenamiento elemental para actores (con Martín Rejtman) a pocos días del estreno. “Desde el principio siempre trabajé con gente muy diversas -reconoce-. En Mil quinientos… había un nene con una señora muy grande. Lo mismo que en Las multitudes. Y más allá de lo generacional, mi apuesta por el encuentro de lo distinto no es para que se pongan de acuerdo y termine todo en un abrazo. No quiero modificar al otro. Solamente quiero producir el encuentro y ver qué pasa. Observar lo complejo”.
Los tiempos sale también al encuentro de ese público que sigue su trayectoria como de aquellos que poco saben de este creador, de sus mundos paralelos, de las referencias metateatrales. “La idea de los fragmentos elegidos es que el publico pueda hacer contacto con ellos y que eso tenga un sentido en sí mismo. Poner al lado del otro lo que puede fallar, lo frágil, el caos para generar un presente que, aparentemente, no se va a volver a repetir”, apunta sobre esta nueva experiencia que, por diversos motivos, extrañamente pueda reponerse luego de su temporada actual en el Teatro Sarmiento. “Un poco en broma -apunta quien reconoce que no pondría las manos en el fuego por él mismo-, creo haber hecho todas esas obras para hacer esta”.
En esta “obra adentro de una obra que mira a otra obra” termina con la escena final de Las multitudes.
- Los tiempos, de Federico León. De miércoles a domingos, a las 20, en el Teatro Sarmiento, Av. Sarmiento 2715. Duración: 65 minutos. Entradas: desde 2600 pesos.
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