El Multiteatro cumple veinte años
El complejo de Carlos Rottemberg programó grandes éxitos de la calle Corrientes como Toc Toc, Le Prenóm y No seré feliz pero tengo marido.
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Cuenta Carlos Rottemberg en su libro No hay más localidades (Ediciones de la Flor) que fue en la celebración de su cumpleaños 40, allá por 1997, cuando se comprometió públicamente a abrir un complejo multisala. Había un auditorio muy interesado en el tema: actores, actrices, productores, dramaturgos, directores y periodistas. El “ambiente del teatro porteño”, en suma. Más puntualmente el del circuito comercial, que siempre es bueno mantener activo y vital. “Dije que en cuatro años lo abría –recuerda ahora–. No había ninguna razón precisa para elegir ese plazo. Creo que dije ‘cumplo 40, uso el cuatro como referencia’, algo así… Y efectivamente en 2001 abrí el Multiteatro, hoy Multiteatro Comafi. Ya en el ’97 el teatro argentino estaba en crisis. Pero para mí siempre fue mejor correr para adelante. Entonces decidí abrir el complejo igual. En 2018 hice lo mismo con el Tabarís. También era un contexto económico difícil, y mi respuesta a la crisis fue transformar una sala en tres. Me parece que hay que invertir en épocas complicadas y tener paciencia con los resultados. Igual que el cine, el teatro necesitaba una reconversión. Así como en el negocio del cine las unisalas fueron desapareciendo, en el teatro empezó a pasar lo mismo”.
El Multiteatro de la familia Rottemberg está cumpliendo este 11 de abril veinte años. Es justo hablar de proyecto familiar, dado que Tomás, hijo del experimentado empresario, hoy cumple un rol importante dentro del esquema. “Yo me sumé cuando terminé la secundaria, a los 18, y pasé por distintos escalafones hasta llegar al lugar que tengo hoy. Me crié en este ambiente, mi vieja es actriz… Pero nunca soñé con estar arriba de un escenario, me interesa más la producción -dice Tomás-. Encontré mi lugar en la profesión y sé lo que quiero para la empresa. Uno de mis mayores desafíos es acercar a más gente joven al teatro, incentivar la cultura teatral en los jóvenes como la incentivaron mis viejos. Creo que es el objetivo más importante de cara al futuro”.
En un contexto complicado para la actividad (en estos últimos días, hubo una caída en la venta de entradas que venía creciendo desde el momento de la reapertura postpandemia), Tomás opina como su padre: “Hay que celebrar cada vez que alguien abre un espacio, sobre todo en momentos de crisis. Los teatros revalorizan a una ciudad. Y está claro que acá existe un público que acompaña: desde que se reabrieron las salas, la venta de entradas nunca dejó de crecer. La gente pudo ver cómo se cumplen los protocolos para protegerlos a ellos, a los artistas y a los empleados del complejo”.
Cuando empezó a pensar en construir un complejo, Carlos Rottemberg salió a buscar espacios por la zona céntrica de la ciudad. Pensó en el Luna Park y de hecho se reunió con Tito Lectoure para proponerle la idea. El empresario del box, revela, le contestó algo inesperado: “Me dijo: ‘Me encanta todo lo que me contaste, pero yo todos los domingos a la mañana vengo al Luna Park solo y me esperan con una mesa en el centro del estadio, con una luz preparada especialmente para que pueda leer los diarios con la docena de facturas y el termo de café que me dejó el sereno. Si yo hago lo que me proponés vos, pierdo una de las cosas que más placer me dan en la vida’. Y no me lo tomé a mal, porque para mí eso hablaba de la pasión de Tito por ese lugar. Contra esa respuesta no tuve ningún argumento. Como apasionado que soy, lo entendí perfectamente”.
Caída la posibilidad del Luna, Rottemberg pensó en el cine Libertador de Corrientes al 1300, que estaba a punto de cerrar. Hasta que se dio cuenta de que no le hacía falta seguir buscando: “Yo tenía el Blanca Podestá, que había debutado con un éxito en el ’98: Art, con Ricardo Darín, Germán Palacios y Oscar Martínez -cuenta Rottemberg-. Y pensé por qué no reconvertir esta sala, en lugar de volverme loco para conseguir otro lugar”. Y la idea funcionó: en estos veinte años de Multiteatro hubo grandes sucesos, empezando por el impresionante boom de Toc Toc, un caso inusual que de todos modos no opacó las excelentes performances de obras como Le Prenóm, No seré feliz pero tengo marido, El camino a La Meca y Visitando al Sr. Green.
“Al multiplicar al doble la capacidad original -de las 700 butacas del Blanca Podestá a las 1.400 del complejo- y cuadruplicar los escenarios, pudimos tener más de cien estrenos en estos veinte años. Eso nos permitió diversificar la oferta con obras de estilos muy distintos como Yo soy mi propia mujer, ¿Qué hacemos con Walter? o El champán las pone mimosas”, apunta Rottemberg, un productor que ha acumulado a lo largo de su carrera muchos éxitos teatrales: antes del Multiteatro, apostó y ganó con golazos como Salsa criolla, Brujas y Art. “Fui un afortunado por tener relación con esas obras tan potentes, las obras más exitosas de los últimos cincuenta años… Pude hacer crecer la empresa gracias a a esos éxitos -señala-. Pero también hubo muchos fracasos. Lo que pasa es que se notan menos, tienen menos testigos, los tratamos de esconder debajo de la alfombra. Pero lo cierto es que el mundo del espectáculo se sostiene por embocar de vez en cuando un éxito para solventar los numerosos fracasos. Eso te lo puede contar la gente de la Paramount y de Disney también. Es un negocio inestable”.
Y para lograr un éxito en la calle Corrientes, en los últimos años hubo una fórmula más o menos clara. Lo explica con sus propias palabras el dueño del Multiteatro, que domina el tema como pocos: “Hubo un cambio cultural notorio. Antes teníamos en Corrientes una cartelera de teatro con obras más comprometidas, o con contenidos más elaborados. Y eso convivía con la revista porteña. Tenías a las vedettes y a Alfredo Alcón haciendo una obra de Arthur Miller, y les iba bien a los dos. Ya en los 90 ese tipo de teatro que yo llamo más comprometido se corrió a los espacios del Estado y al circuito off. Hoy en Corrientes manda la comedia, salvo escasas excepciones. Cuando yo empecé en esta actividad, hace casi cincuenta años, el aviso de una obra se encabezaba con las críticas de los cronistas que habían ido a verla. Hoy un aviso arranca con la cantidad de espectadores. El marketing del número es más importante que el concepto del espectáculo. Pasó en todo el mundo, pero acá se dio con más intensidad. En Nueva York y Londres todavía el teatro comercial se sostiene en base a las buenas críticas y los premios, no a su rendimiento en taquilla”.
Viejo conocedor de la calle Corrientes, Rottemberg admite que en los últimos años la zona ha perdido buena parte del glamour que supo tener en el pasado y cree que para recuperarla como arteria cultural relevante su peatonalización fue positiva. “Lástima que hubo muchas idas y vueltas con eso -advierte-. Claramente no se puede comparar esta Corrientes con la que yo conocí cuando empecé con mi profesión. La solución podría ser convertir el tramo de Callao hasta el Obelisco en un paseo”.
El interés por fortalecer ese epicentro porteño poblado de librerías, teatros, locales gastronómicos y kioscos se refuerza hoy, con las limitaciones provocadas por la pandemia incidiendo de forma decisiva en los hábitos de consumo cultural. El cine compite con las plataformas de streaming, y el teatro con las nuevas modalidades de la disciplina surgidas a partir del encierro obligado y los avances tecnológicos. “Para mí, cuando hay una pantalla es otra cosa -sostiene Rottemberg-. Lo que hacía Darío Vittori en Teatro como en el teatro es el antecedente de estas experiencias del streaming. No se llamaba como ahora, pero no veo la diferencia. Esto se produjo a partir de la imposibilidad del vivo, que es irreemplazable. Por su propia definición, el teatro es un hecho vivo, artesanal, presencial, que se produce en un espacio donde hay una comunión entre público y artista que se desarrolla sin red”.
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