El inesperado retorno de Jean Cocteau
El nombre de Jean Cocteau (1889-1963) no es frecuente en las carteleras locales, con una excepción. En 1932, Gaby Morlay dijo por primera vez a Buenos Aires -en el Odeón y, naturalmente, en francés- una de las dos obras maestras del escritor, el monólogo La voz humana (1930), seguramente la más representada de sus piezas en la Argentina y tal vez en el mundo (Anna Magnani la filmó, Francis Poulenc le puso música). La otra gran empresa teatral del hombre que siempre dibujaba una estrella junto a su firma (Jean, a secas) es Los padres terribles , uno de los grandes éxitos de esta temporada porteña, en versión respetuosa de lo que el autor mismo dijo: que es una farsa, lejos de todo realismo. Acaba de estrenarse, ahora, Los monstruos sagrados , reseñada en estas páginas el miércoles último.
Es probable que en la infancia de quien firma esta columna, doña Lola Membrives haya interpretado en Buenos Aires, a fines de los años treinta del siglo pasado, algo de Cocteau. Una fotografía, divulgada en su momento, mostraba a la actriz de visita en París, en casa del famoso Jean, que por cierto la admiraba y la elogió con su peculiar enfoque: "Animal de teatro", la llamó, reconociendo en ella la cualidad, precisamente, de monstruo sagrado, de actriz por encima de todo.
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Hubo una suntuosa puesta de Los Caballeros de la Mesa Redonda , en lo que se llamaba "la semana de Buenos Aires", en el Cervantes, allá por 1950. Una vez más doña Lola, más o menos por esa misma época, abordó en el Odeón El águila de dos cabezas , estrenada en París en 1946 y llevada al cine en 1948 con la pareja original del teatro, Edwige Feullière y Jean Marais. La Membrives, ya más allá de la madurez (su galán era Enrique Alvarez Diosdado), no vaciló en vestir la misma ropa diseñada por Christian Bérard para Feullière, con los resultados previsibles. Fue, en cambio, un acierto reproducir en aquel ilustre escenario porteño (que nunca debió ser demolido) los decorados que también Bérard dibujó para El águila en el teatro y en el cine. Unos veinte años después, Bárbara Mujica y Miguel Angel Solá hicieron los mismos personajes, mucho más creíbles, en una versión en la que, aparte de los respectivos talentos, se lucía la distinción soberana de Bárbara en el papel de la reina.
El teatro fascinó a Cocteau desde la infancia. Su madre lo llevaba a ver a Sarah Bernhardt -de quien Jean dibujaría una caricatura tan cruel como la que hizo de Nijinsky y Diaghilev-, a De Max, los "monstruos sagrados" del fin de siglo francés (que es más fin de siglo que ningún otro). Apenas atravesada la adolescencia, cuando ya se había cansado de ser exhibido en los salones como el fenómeno "joven poeta", puso en escena Romeo y Julieta, reservándose el papel de Mercutio, en una producción de su primer mecenas, el conde Etienne de Beaumont. Traduce por entonces a Sófocles, Edipo Rey y Antígona . Esta última se presenta en 1926, en el teatrito de Charles Dullin en la Place Dancourt, con decorado de Picasso (gran amigo de Cocteau), música de Arthur Honegger (que de ahí derivaría una ópera, estrenada en 1942, con escenografía de Cocteau) y vestuario de Chanel. La protagonista es Luciente Bogaert y Jean hace el papel de su hermana, Ismena. Los cinco actos originales se reducen a uno, "de una soberbia intensidad", asegura su biógrafo, André Fraigneau, quien añade: "Toda una juventud europea halla en la Place Dancourt su camino de Damasco que era el camino de Atenas".
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Porque bajo los rasgos de la vanguardia, las antiquísimas máscaras del teatro griego perduran en el teatro de Cocteau, fiel a las estructuras clásicas, como se advierte en cualquiera de sus obras. De 1926, es también su versión de Orfeo , estrenada por una pareja de grandes actores, Georges y Ludmila Pitöeff, y que Cocteau llevará al cine en 1947. En 1936, se estrenará por fin su versión de Edipo Rey . Otra visita a los clásicos griegos es La máquina infernal , sobre la de Esquilo, en 1934. La leyenda de Tristán e Isolda le inspira un film bellísimo, El eterno retorno (1942). Estrenada en 1939, al año siguiente, bajo la ocupación nazi, Los monstruos sagrados es objeto de una violenta campaña en contra del autor; los actores se asustan y Cocteau y su gran amiga, Edith Piaf, los reemplazan. Tal vez, sea el azar: ambos morirían, con horas de diferencia, en un mismo día de 1963, el 11 de octubre.
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