El heredero: se crió en teatros, fue boletero y hoy apuesta fuerte por la producción
Rottemberg, pero Tomás; no Carlos. Carlos, "el señor de los teatros", es su papá. Linda Peretz, la actriz de La flaca escopeta y No seré feliz pero tengo marido, su mamá. La oficina de Tomás queda en el tercer piso del Multiteatro Comafi. En el piso de arriba está la de su padre. Que su lugar de trabajo quede en una fábrica de ficción es normal en él. Ya desde chico se la pasó correteando por los teatros Ateneo y Corrientes de Mar del Plata. "Esas salas son parte de mi infancia, mi adolescencia", reconoce quien gestiona las 10 salas de Buenos Aires y Mar del Plata que fue adquiriendo su padre.
En su sobrio escritorio hay solamente una foto de un nene de pocos años en pleno estado de risa. No es su hijo. Es Nicolás, su hermano, el que le arrebató el título de hijo único que había ostentado durante 31 años. Desde hace pocos meses tiene una hermana llamada Matilda, producto de la relación entre su padre y Karina Pérez Moretto, su actual pareja.
La oficina tiene una ventana que de a la avenida Corrientes. Eso sí: está tapada por una gran marquesina que sirve para anunciar las obras que se dan en el Multiteatro. El señor cuya oficina está tapada por una gran marquesina es el productor de La mujer de al lado, la obra que protagonizan Griselda Siciliani y, del otro lado de otra ventana, Germán Palacios. La dirigen Mariano Cohn y Gastón Duprat. Para estos prestigiosos directores de cine y televisión es el debut como directores teatrales. Para Tomás es el debut como productor integral de una obra.
A los 33 años esta persona nacida y criada entre teatros, noches de estrenos, bambalinas y contacto con la prensa es la primera vez que da una nota periodística para hablar de lo suyo. Tres días antes del encuentro con LA NACION envió un mensaje por WhatsApp que, entre otras cosas, decía: "verás que retomo aquella gentil comunicación tuya para responder acerca de mi incursión en la producción teatral, agradeciéndote antes que nada tu comprensión ante mi negativa en aquella oportunidad; pero me pareció que no era el momento ante un terreno no ganado".
Aquella gentil invitación fue hace unos años, cuando estaba en proyecto la reconversión del Tabarís, otra de las salas de los Rottemberg. Gentilmente él rechazó la propuesta. Ahora Tomás está en su oficina, esa de la ventana tapada por una gran marquesina. Está nervioso, cosa que recién reconocerá cuando se apague al grabador. Se acomoda mil veces la camisa, duda otras mil veces cada vez que el fotógrafo está por hacer una nueva toma. No importa, pone la mejor.
–Es tu primera nota cuando, en verdad, te criaste en medio de todo esto.
–Esas son cosas que uno, como hijo, no decide. Desde hace 33 años vivo en un teatro. Mis primeros recuerdos inexorablemente me remiten al Ateneo.
–El libro Vivir entre butacas, que escribieron Hugo Paredero y Carlos Ulanovsky sobre tu padre, cuenta que cuando tenías unos 13 o 14 años pediste ser boletero.
–Sí, eso fue en el Teatro Corrientes de Mar del Plata cansado de estar en la playa... Más allá de esa anécdota pensá que el teatro me invade desde siempre. Nací en esto y no sabría hacer otra cosa ni me veo haciendo otra cosa. Yo tengo ganas de hacer teatro. El otro día leí una nota que publicaste sobre nuevos espacios teatrales y yo pensaba que, más allá del contexto económico, los que hacemos teatro es porque tenemos ganas de hacer teatro. Hay que sentir eso, hay que querer al teatro para hacer teatro. De pibe, siendo boletero, ya jugaba con eso, con hacer teatro y seguramente fue marcando un rumbo.
–Aquella vez te lo tomaste en serio: pediste cumplir un horario.
–Totalmente. Lo que arrancó como un juego tenía algo detrás. Terminé la secundaria y tuve la opción de ir a una universidad de tiempo completo tipo internado; pero no acepté. Yo quería una facultad que me permitiera al mismo tiempo ir al teatro. Estudié Administración de Empresas y una vez recibido me metí en esto de otra manera en algo que, seguramente, está en mi ADN.
–Traes una anécdota del secundario y tu padre, mientras estudiaba para Perito Mercantil y todos los años se llevaba Educación Física, tenía un ciclo de cine infantil en el Ateneo. Según cuenta en su libro No hay más localidades vos, a los 6 años, le cuestionaste eso de ir al cine en tiempos de furor del video.
–Totalmente. Seguramente ese comentario vino de adentro. Mi viejo, quizás inconscientemente, se basó en mí para sacar una conclusión general de lo que era una decisión comercial. Por suerte el teatro es diferente: es vivo, acá, hoy, ahora.
–De aquel boletero en Mar del Plata actualmente sos el productor integral de La mujer de al lado, tu primera apuesta.
–Sí, es cien x cien mía. Había tenido algunos avances con otros espectáculos en los que me asocié con otros productores, caso El padre, y ahora mismo recuerdo una experiencia piloto que hice cuando era muy chiquito con La flaca escopeta en unas vacaciones de invierno.
–¿Qué edad tenías?
–Unos 22 o 23 años. Siempre tuve una sensación muy grata con esa obra porque me acompañó durante toda mi infancia como personaje sabiendo que mi vieja era la que estaba en el escenario. Ella siempre recuerda que una vez, en plena función, yo grité: "¡Esa es mi mamá!". O sea, no había manera de comerme el verso del personaje...
Familia de artistas
Es la primera vez que se ríe, que se anima a una humorada en medio de la tensión que implica tener un grabador encendido. En una de las paredes de su oficina del Multiteatro tiene 4 cuadros que pintó su madre. Linda, hace 18 años, había pintado la fachada del teatro trepada a andamios. El mural fue tapado por esa gran marquesina que también tapa la ventana de la oficina de Tomás Rottemberg.
–Que mamá fuera La flaca escopeta, ¿cómo te pegaba de chico?
–La verdad es que siempre lo tomé con orgullo, aunque no sé si es la palabra más adecuada. Al nacer con esto siempre fue algo natural. No era raro ver a mi vieja en la tele, no era raro ver a mi viejo haciendo una nota.
–O no era raro, supongamos, pasar Navidad con Mirtha Legrand en Costa Galana.
–Totalmente. Es parte de mi naturaleza.
–Como parte de esa naturaleza llama la atención tu perfil bajo. Alguna vez te habrás visto obligado a subirte a un escenario, como fue cuando recibieron el premio ACE y tu padre no estaba en Buenos Aires, pero son contadas las veces que algo así sucedió.
–Entiendo tu pregunta y recuerdo mi respuesta negativa cuando me ofreciste sumarme a un reportaje junto a mi viejo que me negué a hacer. En lo personal necesitaba sentir que si daba una nota era a partir de un terreno ganado auténticamente por mí, como pasa en este momento con mi primera producción. Con mi viejo tengo una vara muy alta y la idea ni es pasar ni saltar a esa vara y sí afirmarme en mi propio camino. Sufro un poco la exposición pública, pero quizás no me pese de la misma manera si considero que es el lugar oportuno, la forma oportuna; por eso estamos acá.
–Habrá que entender que La mujer de al lado te permite tener una carta de presentación propia.
–Tal cual. Te lo cuento de otra manera: prefiero más hacer una nota por una obra que estoy produciendo que hablar del legado familiar. Vos recordaste la vez que recibí el ACE y también recuerdo cuando dije algo en la reapertura del Tabaris Comafi porque sentí que correspondía ya que había estado desde el nacimiento de esa idea. Y ahora esta nota. Pensá que hace más de diez años que estoy sentado en este escritorio y estoy más seguro de lo que quiero hacer sin desatender en nada el trabajo de administración de las salas familiares.
El teatro tiene que dejar algo, algo que nos interpele
–Por lo pronto, como si fuera un puente entre una actividad y la otra, La mujer de al lado se presenta acá abajo.
–Pero la podría haber hecho en otro teatro. Con mi viejo arreglamos que, en este caso, yo soy un productor que viene a presentar una obra a esta sala. Carlos oficia de productor de sala y yo de productor de la obra. Y después de arreglar cuestiones operativas entre los dos vuelvo a esta oficina y me siento del lado de administrador de sala.
–O sea, dos productores haciendo que actúan.
–Pero sirve [sonríe]. Me sirve para entender el todo.
–¿Por qué apostaste por esta producción?
–Todo nació en una cena con Luis Brandoni, amigo de mi viejo, a partir del estreno de la película Mi obra maestra. Ahí conocí a Gastón Duprat y Mariano Cohn y se fue dando la posibilidad de hacer una versión teatral de la película El hombre de al lado, que me había gustado mucho. Desde un principio me interesó el desembarco de dos directores de cine y de televisión en un proyecto teatral. Y fui sintiendo que el proyecto tenía los condimentos para empezar como productor en un tipo de obra que tiene algo diferente a lo que ofrece la cartelera actual. Y terminamos armando un buen equipo con Griselda Sciliani, Germán Palacios y seis personas más en escena que me gustaría nombrar: María Ucedo, Alejandro Viola, Isidoro Tolcachir, Paloma Sirvén, Facundo Aquinos y Thomas Lepera. Es una propuesta diferente que, desde otra perspectiva, me abre un lugar más virgen, menos transitado para ir definiendo mi rumbo. Yo no tengo la necesidad ni la obligación de producir, sólo tengo el deseo.
–A partir de esta experiencia, ¿hay una línea de espectáculos que te interesa profundizar?
–No tengo nada definido. Sí entiendo que el teatro tiene que dejar algo, algo que nos interpele.
– ¿Sos, como tu padre, de ir a Nueva York a ver qué pasa por ahí?
–Mi viejo es más de las salas. Si le decís que en tal teatro no hay nada programado él te responde: "¿Y qué problema hay? Vamos igual y contamos las butacas, vemos el tamaño del escenario, la profundidad que tiene y si hay parrilla de luces". Yo soy más tranquilo [se ríe].
–Preferís ver un espectáculo y no una sala teatral.
–Obviamente, aunque eso luego derive en otras cosas. Todavía tengo un costado de espectador no deformado.
–Recuerdo un capítulo del libro de tu padre en el que contaba que de chico, en vez de mirar la pantalla del cine, miraba para atrás para calcular cuanta gente había y ver la sala en su totalidad.
–Mirá: para decirlo de una manera tierna diría que soy un caso menos "patológico".
Hay que sospechar, por lo menos, que este señor cuya oficina está tapada por un gran marquesina también debe tener lo suyo. Cuando su padre, el señor de los teatros, escribió su libro, a una de las personas que se lo dedicó fue a él. "A Tomás, porque con sus once años, leyendo el borrador de este libro, me dijo de memoria la ubicación de varias salas céntricas", dijo, seguramente con cierto orgullo, el padre de tantos teatros. En la promoción de La mujer de al lado se afirma que los vecinos no se eligen. Tampoco a los padres, tampoco a los hijos. Pero al teatro sí.
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