El Galpón de Catalinas, la usina teatral que ilumina a La Boca, tiene una obra en cartel hace 25 años y que vio nacer al rapero Trueno
El emprendimiento comunitario nacido en tiempos de la dictadura es un fenómeno irrepetible: abuelos, padres y nietos del barrio convirtieron a un viejo depósito en una sala en donde se dan obras con 100 actores en escena, cuyas puestas viajaron por el mundo y siguen formando artistas
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Lunes feriado, a las 15 de una tarde de sol, en pleno corazón del barrio de La Boca. Mientras en la Usina del Arte poca gente circula por el lugar, a una cuadra de allí, la esquina de Benito Pérez Galdós y Gaboto es un hervidero de gente de todas las edades. En un viejo galpón funciona la usina creativa del Grupo de Teatro Catalinas Sur, verdadera joya expansiva y contagiosa creada por un grupo de padres, docentes y vecinos de la Escuela Della Penna del barrio Catalinas Sur, a pocas cuadras de esta esquina mágica. Allí empezaron a juntarse en tiempos en los que estaba prohibido hacerlo. El gurú de todo fue (y es) Adhemar Bianchi, actor y director uruguayo que había llegado a Buenos Aires en 1973. Como festejo por el camino recorrido y como homenaje por las cuatro décadas de la recuperación democrática, toda esta gente está de fiesta en El Galpón de Catalinas, que adquirieron en plena crisis económica de 2001 desafiando al sentido común (algo que es parte de la lógica del grupo).
En estos 40 años, el Grupo de Teatro Catalinas Sur se ha dado el lujo de producir montajes que trastocan el manual de estilo de la producción teatral: generan grandes puestas de teatro musical con más de 100 artistas en escena (todos vecinos del barrio, de todas las edades imaginables) con las que han ganado infinidad de premios, cosecharon críticas elogiosas y hasta llegaron a un festival de primer nivel compartiendo cartel con grandes nombres de la escena mundial. En las casi 30 obras creadas en todo este tiempo la memoria, el hecho festivo, la comida previa preparada por los mismos actores y el espíritu de celebración son algunos de los elementos constitutivos de este verdadero fenómeno comunitario. Como parte de este entramado, fueron los hijos y nietos de esos padres pioneros lo que fueron tomando la posta para que esta esquina no detenga su marcha ni su pertenencia territorial. De hecho, en esta historia plagada de microhistorias, una pareja (él, artista de rap y de circo; ella, cantante de candombe) tuvo un hijo, Mateo. A los pocos años, naturalmente el pibe se sumó al grupo y actuó en varias obras hasta meterse de lleno en la música urbana. Mateo es Trueno, figura clave del hip hop. Es uno de los tantos hijos de Catalinas Sur.
La génesis del grupo es anterior a aquel 10 de diciembre de 1983 con la Plaza de Mayo repleta de gente recibiendo a Raúl Alfonsín. Adhemar Bianchi y Omar Gasparini, sentados en una de las tantas butacas de la sala central, recuerdan aquellos días iniciáticos mientras, alrededor, unas 400 personas charlan, se encuentran, bailan y comen. “Nacimos un poco antes de la vuelta de la democracia cuando la Guerra de Malvinas había debilitado al gobierno militar. Un poco la idea fue volver a la plaza en medio del estado de sitio. Hay que recordar que encontrarse en un lugar público era todo un desafío”, pone en contexto quien suele repartir su tiempo entre su Uruguay natal y este lado del “charco”.
De la idea de hacer algo en la plaza también participó Gasparini, el artista plástico generador de la imagen del grupo y, por elevación, de varios murales e intervenciones de La Boca. Gasparini era docente de pintura en la escuela. Como la cooperadora había sido disuelta por la dictadura se organizaron para formar una asociación mutual cuya premisa era organizar en la plaza exposiciones, cursos, talleres y demás actividades. En ese momento repararon en Bianchi, formado como actor y padre de uno de los alumnos de la escuela. En el intercambio de ideas, les terminó proponiendo hacer teatro en la plaza. Al principio, todo eso sonaba a una locura; pero se largaron. Así fue como el 9 de julio, hace 40 años, hicieron una gran fiesta a la que concurrieron unos 800 vecinos.
“Por supuesto, hicimos una choriceada que nos obligó ir corriendo a los perros para que no se comieran todo”, recuerda el artista plástico, admirador de Quinquela Martín y Molina Campos. La primera obra se llamó Los comediantes e incluía referencias a distintos momentos de la historia del teatro, la presencia de un coro y una narración atravesada por la censura de la época. “Cuando aparecía la figura del censor con una gran tijera la gente deliraba”, recuerda Bianchi. La gran fiesta en la calle estuvo “custodiada” por un helicóptero que sobrevoló la zona y por patrulleros que se acercaron a la Plaza Malvinas. Pero, como si fuera una buena señal, no pasó nada. Allí se instalaron hasta 1996 mientras hacían funciones en teatros de diversas ciudades. A falta de un espacio propio, en un galpón guardaban el vestuario, los bombos, las banderas.
Una tarde, Adhemar pasó por la esquina de Benito Pérez Galdós y Gaboto en donde había un depósito de tintas. Sin dar muchas vueltas entró, habló con quien estaba en el lugar y se quedó con el teléfono del dueño de ese enorme espacio en estado dudoso. Sin saber de dónde iban a sacar la plata, le propuso alquilarlo. Luego lo comprarían en plena devaluación, cuando la Boca (o ciertos sectores del barrio) todavía no estaban en auge.
Para afrontar la inversión hicieron una gran fiesta por mes con DJ, baile y choriceada. Con lo recaudado iban pagando el alquiler, comprando las gradas y poniendo la casa en orden. Pero hubo un momento bisagra en todo esto: a fines de 1998 estrenaron El fulgor argentino, la obra en la que se cuenta la historia local que dirigieron Adhemar Bianchi y Ricardo Talento. Aquello fue (y sigue siéndolo) un verdadero éxito que llegó a hacer cinco funciones semanales como si fuera una propuesta de la avenida Corrientes. Con el dinero de boletería, y con el contrato de alquiler que se vencía, decidieron comprar la esquina. Eran 6000 dólares por mes. En tiempos de “uno a uno” fueron pagando las cuotas con dinero que dejaba la taquilla. Las últimas cuotas coincidieron con dos momentos opuestos del grupo y del país: el prestigioso Festival Grec, de Barcelona, se llevó a los cien integrantes del elenco para hacer funciones en España y ser aplaudidos y admirados por otros vecinos del Primer Mundo. En paralelo, en el país se venía la crisis del 2001.
Gracias a El fulgor... cumplieron el sueño de la casa propia. En ese proceso, Catalinas Sur igual se expandió. De hecho, alquilaron un galpón vecino que usaron como depósito de escenografía y vestuario. Cuando los dueños quisieron vendérselo, a ellos esta vez no les daba el bolsillo. Pero eran tiempos del Plan Trabajar y con ese dinero levantaron el techo de la sala y se hizo un enorme galpón en el primer piso donde hay talleres, la sala de grabación, un lugar que oficia de archivo histórico, una terraza con parrilla y grandes ventanales hacia el barrio dominado por techos de chapa, fachadas de edificios históricos en estado dudoso, grandes murales urbanos, la autopista hacia La Plata y la grandiosidad de la Usina del Arte en el horizonte cercano.
“Los integrantes del taller de niños, creado hace un montón de años, terminó creando el de adolescentes. La mitad de ellos han pasado a los elencos. Tenemos un núcleo de jóvenes, de pibes de 20 años, que están a mil. Es lo que dice Trueno que es uno de los pibes que pasaron por acá, que vieron a lo comunitario como una cuestión creativa. La fuerza suele ser una marca de los teatros comunitarios”, reflexiona Bianchi.
El Grupo de Teatro Catalinas Sur es una gran familia formada por muchas familias, como la de Trueno, que ganó este año el Gardel de Oro. En un post en las redes, el grupo se detiene en su historia, en la de un tal Pedro que se especializó en las artes circenses hasta llegar a ser profesor en el grupo. Recuerdan que 1998 llegó una muchacha al barrio, una tal Juliana, que cantaba candombe. Se enamoraron. En 2002, nació Mateo, más conocido como Trueno, que desde muy pequeño cantaba y que actuó en varias obras de Catalinas (El fulgor...; Venimos de muy lejos; El mago del off). Pedro era fan del rap y formó la banda Comuna 4. Como rapero de ley le transmitió este arte a su hijo que hoy triunfa en los escenarios del mundo.
Nora Mouriño, guía de los grupos de niñez y adolescencia, recuerda el paso del niño mimado del rap mundial por esta esquina mítica. “Sus padres estaban en el grupo y Mateo, como todo los hijos de Catalinas, empezó a actuar con ellos -cuenta mientras abajo, en la vereda, sigue la fiesta-. Cuando sus padres dejaron de venir por las cosas de la vida él siguió en Catalinas por un tiempo. Pedro, su padre, lo llevó por el camino del rap desde muy chiquitito. Era muy hermoso lo que hacían y la foto de ellos dos alguna vez las pusimos en álbum de las familias del grupo con hijos que crecieron acá adentro y que hoy se dedican al arte. Mateíto fue uno de los tantos pibes de Catalina. Es un hijo más de El Galpón”.
De los tiempos de expansión social, cuando se generó todo este movimiento hasta hoy, pasaron muchas cosas. “No somos una isla porque siempre tenemos que ver con la macro, pero con una parte de esa macro. Yo estoy muy orgulloso de lo que ha pasado con nuestros jóvenes”, apunta Adhemar Bianchi sobre esos chicos que, al terminar la jornada del encuentro, se hacen la fiesta pasando el trapo y barriendo la sala. De hecho, posan para la foto orgullosos.
El Galpón genera fanáticos. Una de ellas fue China Zorrilla, quien vio El fulgor argentino infinitas veces. Sin embargo, los tres referentes del grupo reconocen que mucha gente de teatro independiente no los conoce. “Nosotros nos consideramos seguidores del viejo teatro independiente, pensemos en gente como Alejandra Boero. Muchas de las banderas de ese sector son las nuestras. Lo que pasa es que nosotros apostamos por el territorio, hacer teatro en el lugar. Y eso nos pone en otro eje en relación con la escena alternativa. Somos un grupo territorial y nos damos el viejo lujo de tener obras con mucha gente en escena, lo cual genera el encuentro con otra mayor cantidad gente. ¿Y eso qué es? - se pregunta y responde Bianchi- Celebración, así de fácil. Y por una necesidad nuestra y de la gente también hacemos propio el tema de la memoria, que no es referimos exclusivamente a la memoria política. Por ejemplo, ¿quién sabe que en La Boca comenzaron los primeros titiriteros? Nosotros nos metemos también con esas cuestiones”.
“Funcionamos legalmente como una mutual, no somos una cooperativa -describe Nora Mouriño- conformada en líneas generales por unas 300 personas. Tenemos una orquesta de músicos de 60 personas, un elenco de títeres, el elenco de niños y el de adolescentes, el equipo de Venimos de muy lejos y el de El fulgor argentino. Muchos de esos grupos se comparten, porque lo intergeneracional es otra de nuestras marcas”. Dentro de esa lógica, es natural que mientras padres o abuelos estén actuando los más chiquitos se queden en la guardería de El Galpón. Y los que actúan, llegado el momento, los pasan a buscar ya cambiados y maquillados para interpretar la escena y vuelven a subir mientras sus padres continúan con la obra.
Pero esta esquina no solamente se convirtió en un punto obligado de curadores y directores de festivales de internacionales sino también de extranjeros que visitan Buenos Aires. Es lógico: un barrio único, el tentador humo de los choripanes y cositas caseras que venden en la puerta y obras como El fulgor... o Venimos de muy lejos que tienen algo de esas grandes producciones con un elenco tan numeroso que solamente se pueden encontrar además en el Colón. Pero, claro, esto es La Boca y las identidades prestadas nunca fueron la marca de este grupo comunitario. Hasta hace un tiempo, a los autos los cuidaban los bomberos voluntarios. “Ahora los cuidan los fisurados del barrio que nos conocen y no se rompe ninguno”, cuentan con cierta ironía y ternura.
¿Cómo se sostiene este sueño hecho realidad en el marco de la crisis económica actual? “Tenemos mucho poder de gestión porque, sencillamente, somos muchos. Por otro lado, tenemos una coherencia en relación con lo que queremos demostrada a lo largo de los años. Más allá de lo recaudado por la boletería y las choripaneadas, el aporte de Mecenazgo es muy importante: nos respetan”, apunta el gurú de esta historia nacida hace 40 años mientras preparan la última parte de El fulgor argentino, obra que ya lleva 25 años en cartel y que sigue interpelando al presente. Mientras tanto, en la esquina mágica de La Boca se está dando Carpa quemada y la obra para chicos Con ojos de pájaro. Dos excelentes excusas para aquellos que todavía no conocen a esta usina que alumbra al barrio.
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