El funeral de los objetos: una obra de ruptura, detallista y potente
Nicolás Manasseri y María Fernanda Provenzano vuelven a sorprender con un estilo propio de musical atípico donde nada es previsible.
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★★★★ El funeral de los objetos. Dramaturgia y dirección: Nicolás Manasseri, María Fernanda Provenzano. Intérpretes: Martina Alonso, Nicolás Cúcaro, Rafael Escalante, Eugenia Fernández, María Fernanda Provenzano, Ignacio Zabala, Matías Zajic. Músicos: Luka Felipe Nicolau, Nahuel Tamargo. Diseño de vestuario: La Costurera Teatro. Diseño de escenografía: Phepandu. Música original: Manasseri, Provenzano. Coreografía: Provenzano. Sala: El Método Kairós, El Salvador 4530. Funciones: Jueves, a las 21.
Una serie de desconocidos se encuentra en un lugar bastante extraño. Todos portan algún objeto y se miran entre sí con desconfianza. Esperan algo o a alguien. Como es evidente que juegan con la intriga no se contará acá de qué va la cuestión. Aunque es cierto que el título tiene que ver con el tema que se trata.
El espacio está hiper poblado de objetos, de toda clase, en todos los rincones. Objetos que acumulan, sin duda, años e historias. Es difícil determinar qué es ese lugar, cómo funciona.
Los personajes en cuestión portan cada uno con una serie de rasgos bien definidos, se trabajan las reiteraciones gestuales y verbales. Es un dato central porque para que suceda lo que va a suceder se necesitan personajes especiales.
En El funeral de los objetos está todo bien. No hay lenguaje escénico que se haya dejado de lado, el nivel de trabajo y de detalle abarca todo: el diseño de iluminación, las coreografías, la música, el vestuario, la construcción de los personajes, la dramaturgia –compleja y profunda– que se articula en diversas capas y permite a los espectadores “leer” de acuerdo con su propia enciclopedia.
Eso sí, El funeral de los objetos es un trabajo de ruptura. No hay ninguna línea que se vuelva previsible. Cuando el espectador se acomoda en el relato, llega algún elemento y lo quiebra, puede ser la luz, las palabras, la música, lo coreográfico… podría también pensarse como un conglomerado de géneros, en todos los sentidos posibles. Un trabajo de riesgo, profundamente creativo, que sigue ampliando las fronteras de lo que se puede hacer en un escenario.
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