El Festival de Teatro inauguró su nueva edición con By Heart, una obra que convoca a parte del público a subir a escena
Es del portugués Tiago Rodrigues y se presentó en la sala de Villa Urquiza
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El Teatro 25 de Mayo fue el ámbito elegido por los organizadores del Festival Internacional de Buenos Aires (FIBA) para inaugurar esta nueva edición que, durante una semana, se proyectará sobre los más diversos espacios de la ciudad.
La platea y los palcos colmados de la sala esperaban ansiosos esta apertura que no tuvo discursos oficiales, aunque contó con la presencia del ministro de Cultura de la ciudad, Enrique Avogadro.
Desde hace varias temporadas el FIBA ha dejado de presentar grandes producciones de la escena mundial. Seguramente por cuestiones presupuestarias opta por seleccionar propuestas internacionales que si bien están recreadas por destacados referentes del arte teatral de los países de los que provienen, sus experiencias no aportan demasiado a la hora de generar influencias creativas entre nuestros teatristas y tampoco provocan la atención de un público que espera alguna transformación, ya sea intelectual o emocional, algo que modifique su punto de vista sobre la cuestión escénica.
Las últimas ediciones del Festival y aun la actual, a nivel internacional, están conformadas por proyectos unipersonales que narran historias mínimas, inquietantes muchas veces, pero que no logran exponer un panorama real acerca de lo que sucede en el exterior y que posibilite, sobre todo a nuestros artistas, confrontar sus líneas de trabajo e investigación.
Quien abrió el FIBA en esta temporada (resulta difícil hablar de apertura porque durante el día ya se habían presentado otras propuestas en la ciudad) fue el espectáculo By Heart, del portugués Tiago Rodrigues. Un creador sumamente calificado dentro del ámbito internacional y que actualmente dirige el Festival de Aviñón, uno de los encuentros escénicos más antiguos del mundo y que convoca anualmente a numerosos creadores y también espectadores.
By Heart es un trabajo que el actor y director estrenó en Lisboa, en noviembre de 2013. Lo presentó en muchos escenarios del mundo y llega ahora a Buenos Aires con la sana intención de convocarnos para que estemos atentos respecto de aquellas cosas que nuestra memoria puede contener y recuperar.
Rodrigues trabaja a partir de la historia de su abuela Cándida, una mujer que toda su vida se dedicó a leer cuanto libro llegó a sus manos con un placer inigualable. Transmitió eso a los integrantes de su familia y ellos siguieron esa huella. El padre de Rodrigues fue periodista. El actor y director decidió crear sus propias ficciones desde muy joven.
La historia que narra es sumamente sensible porque, además, lo es la vida de esa mujer que, en sus últimos días, comenzó a perder la vista y ya no podía leer y le pidió a su nieto que le llevara un libro con la intención de aprender su contenido de memoria. Necesitaba registrar en su cuerpo una historia que la obligara a mantener activo su universo fantástico.
Tiago Rodrigues decide que ese último libro que memorizará su abuela serán los sonetos de William Shakespeare, nada más intenso y apasionado. Y Cándida hace ese ejercicio y logra, aunque con cierta dificultad, trasladarlos a su memoria.
El creador narra esta historia mientras que la cruza con otras cuestiones que le ayudan a acompañar su relato para que este resulte más efectivo. Y aparecen anécdotas que hacen referencia al filósofo y crítico literario George Steiner, al poeta ruso Boris Pasternak, al narrador Ray Bradbury o a Scott Fitzgerald, entre otros. De cada uno de ellos extraerá un material que le posibilitará confirmar que, si un texto queda grabado en la memoria de una persona, él nunca podrá desaparecer.
Pero a la vez, en el espectáculo, convoca a diez espectadores para que suban al escenario. Ellos no tendrán que representar. Solo cumplir con la misión de memorizar el Soneto 30 de Shakespeare, el texto que su abuela recordó antes de su muerte.
By Heart posee una particularidad interesante de analizar. Si uno lee esa obra resulta sumamente conmovedora. Su autor no solo expone allí una pasión admirable al relatar su historia familiar sino que, además, construye esa dramaturgia enlazando con mucha capacidad los textos de varios autores o ciertos momentos que le permiten revisar las experiencias de otros creadores respecto del tema en cuestión: cómo hacer para que una historia se mantenga viva cuando, por ejemplo, no es posible editarla, cuando Internet borre los textos que nos interesan, cuando tal vez una comunidad olvide a un determinado escritor que en su momento fue tan valorado.
Tiago Rodrigues, en tanto actor/relator, es un muy buen histrión. Sabe cómo comunicarse con el público, cómo relacionarse con los diez espectadores que ha convocado para que lo acompañen en el escenario. Está pendiente de las reacciones de la platea y también de quienes lo secundan en escena. Pero hay algo que tal vez juega en contra. Su español no es muy fluido. Durante la representación está muy atento a manejar de la forma más adecuada posible una lengua que no es la suya y entonces, en esa pretensión de que el público entienda lo que dice de la manera más natural posible, se pierde la capacidad de un intérprete que no puede poner su emocionalidad al servicio del relato.
Rodrigues nunca logrará internalizar lo que cuenta. Su imaginario nunca se conmueve y entonces el espectador solo se verá obligado a seguir sus construcciones verbales pero no con la intensidad necesaria que posibilite describir cada fragmento de un texto que, por momentos conmociona, pero que queda a mitad de camino entre una pequeña narración oral y un acto escénico que podría resultar más contundente. Hay un momento que puede confirmar lo que este cronista afirma. Cuando al final del trabajo Tiago Rodrigues recita el Soneto 30 en portugués, ese instante, es de una belleza extrema.
Aun así, By Heart deja muchas reflexiones. Memorizar el Soneto 30 solo es una buena escusa para plantearnos como espectadores qué sucede con nuestra relación con aquello que, siendo parte de nuestra memoria, dejamos olvidado en algún rincón del corazón, sin darnos cuenta.
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