Mientras los quince integrantes del elenco del musical que protagoniza Laurita Fernández se toman un respiro, otros 18 profesionales deben ajustar la compleja maquinaria para volver a subir el telón; LA NACIÓN acompañó al elenco durante esa pausa fundamental, y muy divertida, de apenas 40 minutos
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Es viernes y son las 20.40. Es una escena coral de Legalmente rubia: hay música, una coreografía frenética, juego de luces y la trama que va llegando a su desenlace. El público que llena la platea del teatro Liceo –algunos de ellos ubicados alrededor de mesitas– está encendido. La historia de la joven Elle Woods, la rubia que de tonta demuestra no tener nada, está llegando a su fin. Está basada en aquella película de 2001 que protagonizó Reese Witherspoon y que convirtió a Elle en un emblema de la lucha contra los estereotipos, protagonizada por Laurita Fernández y otras catorce “fieras” de una energía arrasadora, bajo dirección de Ariel del Mastro y Marcelo Caballero.
Quince minutos después, Elle festeja en escena su título de abogada en Harvard tras sobreponerse a una desilusión amorosa, desafiar prejuicios, frenar una situación de acoso, estar pendiente de la ropa, litigar un caso en la Justicia, ayudar a su amiga peluquera, maquillarse mil veces y volverse a enamorar sin nunca dejar de lado su pasión por su look perfecto, su imagen de chica Barbie que todo lo puede. En el saludo final, la ovación es una rutina que se viene repitiendo desde finales de marzo, cuando se estrenó la obra.
Por una puertita diminuta que comunica la platea con las patas del escenario, la fotógrafa Pilar Camacho, se ubica en el centro del escenario para retratar el fin de esta trama de 90 minutos y el inicio de otro momento fundamental: los casi 40 minutos de descanso que quedan hasta que los obreros y obreras calificados de esta ficción vuelvan a subir al escenario y la historia vuelva a empezar. “Son como dos partidos de fútbol con un entretiempo”, apunta entre bambalinas Majo Romero, parte de esta megaproducción. A las 20.50 se inicia el entretiempo. Para el elenco es el momento de reponer energía; para escenotécnicos y encargados de producción, el momento de volver a ajustar cada pieza de este engranaje para la segunda función del día.
Detrás del escenario de este bello teatro histórico, que pertenece a Carlos Rottemberg, hay un pasillo con cuatro camarines. En uno de los extremos, Laurita Fernández hace comentarios “en caliente” de la función que acaba de concluir, reunida con Mario Pasik, Costa, Federico Salles y Santiago Ramundo, personajes clave de esta trama. En la sala todavía se escuchan aplausos y las charlas del público saliendo hacia Rivadavia. Los actores saben que no tienen mucho tiempo de descanso, y que esos pocos minutos deben aprovecharse. “Es adrenalina pura”, confiesa Salles, intérprete de mil musicales. “Ahora, a comer algo livianito”, comenta Ramundo, quien en la ficción es el primer novio ideal de la protagonista hasta que le dice que Elle es “demasiado rubia” para encajar en su vida perfecta.
“A veces ni cenamos hasta después de la segunda función”, suelta al pasar Costa, la magnética actriz que juega un papel muy empático antes de recluirse rápidamente en su camarín a descansar. Pasik, caballero de la escena con experiencia en musicales, le baja el precio a su esfuerzo por la doble función y se centra en el de los bailarines. “Ellos sí que la tienen difícil: recordá que todo esto lo ensayamos solamente en un mes y sale precioso, lo disfrutamos todos”, comenta con cierto orgullo en el pasillo del cual cuelgan pelucas, elementos de vestuario, anotaciones, perchas y algunos carteles de un rosa casi militante.
Laurita Fernández se manda decidida a su camarín. No es momento de titubeos. En el mínimo espacio disponible tira una frazada en el piso, acomoda el sillón y pone las piernas en alto. Sabe que faltan apenas 35 minutos para la segunda función. Con la mejor predisposición y desde la frazada salvadora, dialoga con LA NACION. “¿En qué consiste mi entretiempo? En sacarme los tacos y poner las patas para arriba un rato, que es lo que estoy haciendo ahora. Comer no puedo, te aseguro que no. A lo sumo pico una barrita, un pedazo de pan o algo que me de energía. Si comiera ahora, con todo lo que hay que bailar y cantar, tendría una bola en el estómago”, confiesa, rodeada de detalles de color rosa (obvio).
“Yo esto lo vivo como un verdadero entretiempo entre un partido y otro¿Ves? Ahora viene Pilar Noseda, nuestra coach vocal, y ajustamos notas. Luego, a elongar, higienizarme y maquillarme para la siguiente. Mucho tiempo no tengo”, reconoce con una sonrisa. Laurita llega dos horas antes del inicio de la primera función y desde ese momento, no prueba bocado. “Ceno a las dos de la mañana y a las cuatro estoy con una energía que no paro. Pero amo esta rutina “, suelta. Sin problemas de imagen, se deja fotografiar con “las patas” en alto y los benditos tacos a un costado.
El entretiempo tiene un guion muy rígido, similar al que se aplica en escena: mientras los actores principales y los integrantes del ensamble (Ivanna Rossi, Georgina Tirotta, Lucien Gilabert, Camila Rosen, Carolina Mainero, Fernanda Provenzano, Martina Scigliano, Nicolás Villalba, Tatiana Luna y Nahuel Adhami) reponen energías, los maquinistas vuelven a instalar la escenografía de la primera escena, de las 27 que componen la obra. Tras realizar ajustes, los técnicos tienen apenas quince minutos para comer. El equipo escenotécnico es enorme, y está conformado por asistentes de producción, maquinistas, seguidoristas de luces, el operador de sonido y el de luces, el microfonista, electricista y el stage manager. A ellos se suman, también tras bastidores, la vestuarista y la encargada de peluquería, responsable además de las veinte pelucas, elemento clave en la trama para que los 16 actores (todos salvo la protagonista) interpreten a treinta personajes distintos.
Para que se cumplan los tiempos estipulados, a veces hay que apurar la salida del público, que suele pasarse largos minutos sacándose fotos en la glamorosa sala. La maquinaria de entradas y salidas no puede detenerse, dado que hay que respetar el horario de inicio de la segunda función y la necesidad de los bailarines, cuyos cuerpos no deben enfriarse como los atletas de alto rendimiento que son (esto no es Broadway: allí, cuando se hace doble función, la primera es a las 14 y la siguiente, a las 20). Cuando se da sala para la segunda función, muchos espectadores de Legalmente rubia se tientan con el glitter que está a disposición en el hall del teatro. El problema para el personal de sala –fundamentales para el éxito de cualquier puesta– es el baño de mujeres. En verdad, no es el baño en sí mismo el drama, al que le sumaron boxes para evitar demoras, sino el tiempo que pasan allí aquellas que lo usan.
Volvamos a la trastienda. Detrás del escenario se accede a los tres pisos que cuentan con 16 camarines. En uno los camarines de la primera planta está descansando el bailarín Nicolás Villalba, quien pasó por Kinky Boots, Sugar y Chicago, así como por distintas ediciones del Bailando por un sueño. Nicolás hace del repartidor de encomiendas del que se enamora la peluquera amiga de Elle y, al rato, de un gay musculoso y sensual. “En media hora tenemos que renovar la energía para volver a contar todo de vuelta. Fijate que acá está el gorro del cartero, la peluca del gay europeo y todo hay que resetearlo en media hora, que es lo que tenemos”, apunta. En contra de lo imaginado, confiesa: “Para la segunda función siempre estoy mucho más arriba, porque la primera ya me deja ahí: bien arriba”. Llegó al Liceo a las 17.30 para calentar la voz y entrar en calor. Recién pasadas las 23 se irá del teatro. No hay quejas: es puro disfrute.
Un piso más arriba de Nicolás, buena parte del ensamble come alrededor de una larga mesa en plan relax: hay un menú que la producción propone y que ellos van eligiendo. “La energía de la obra es muy arriba, es una fiesta todo el tiempo. Ya escuchás la música y te coloca. Se pueden repetir las funciones en un mismo día porque todo el tiempo estás alegre. El compromiso emocional es sumarte a la fiesta, más que entrar en lugares oscuros que serían más difíciles de renovar”, dicen casi a coro Lucien Gilabert, Carolina Mainero y Fernanda Provenzano, las bailarinas que salen con los tapones de punta en la primera escena de Legalmente rubia.
Hace unas semanas, durante el fin de semana XXL de Pascua, Legalmente rubia hizo nueve funciones. “Fue duro, nos juntaron en cucharita -reconocen entre risas–. Si estás en un día medio fiacudo, escuchás la música y entrás. Acá nos divertimos todos”. A juzgar por el clima de la mesa, no mienten.
Luciano Capaldo es muy joven y es la primera vez que está involucrado en una producción de este tipo. “No me agota el trabajo, me divierte siempre”, asevera en uno de los descansos de esa escalera que comunica a las entrañas de esta sala hasta hace poco habitada por Piaf.
En ese tercer piso del Liceo hay otro recoveco que da a una terraza angosta sobre Paraná. Allí hay una parrilla que suelen usar los maquinistas (de hecho, todavía está caliente). Al lugar se asoma Ivanna Rossi, otra referente de la comedia musical que está tomando aire. “Yo soy de picotear algo y ya, a prepararse. Está bueno que sea poco el entretiempo porque si durara más, la energía te baja”, comenta, posando para la foto como si estuviera por preparar un asado. Rossi interpreta a Brooke en la obra, una famosa instructora de aeróbics acusada de haberle disparado a su marido de 60 años. Elle termina probando su inocencia en los tribunales.
“La mina es una desquiciada, imaginate. En el proceso estuve viendo profesoras de gimnasia para buscarle la cuota de humor. Siempre digo que le hago honor a Locomotora Oliveras: me inspiro en ella en cómo alienta a la gente, la forma de moverse. El día que la conozca, posta, se lo voy a decir”, apunta Ivanna. En una de las escenas de Legalmente rubia, la “desquiciada” de Brooke encabeza un cuadro con un despliegue físico increíble. Parece imposible que vuelvan a repetirlo apenas una hora después. Lo harán por “culpa” de Georgina Tirotta, quien realizó la coreografía y quien ahora está picando algo en el comedor del tercer piso. Tirotta también transpira la camiseta en el escenario como parte del ensamble.
Está por comenzar el nuevo partido (o función, como se prefiera). Juan Zorraquín, al que todos llaman como el “capitán del barco”, toma un micrófono y anuncia el primer llamado para Legalmente rubia. De a poco, por la vieja escalera van bajando los integrantes del ensamble mientras Laurita, Costa y Mario Pasik están del otro lado del pasillo ubicado detrás del escenario. “Lo fundamental de mi trabajo es que los tiempos corran en tiempo y forma. Durante la función tengo que estar pendiente de la entrada de la maquinaria escénica, las luces, el sonido… Unir todas las áreas es el desafío más grande de todo esto y haber resuelto esto en un mes es… ¡uf!”, apunta Zorraquín, el capitán del barco que se ríe al escuchar que lo llaman de esa forma: su título formal es stage manager.
Inmediatamente, micrófono en mano, dice con voz de locutor: “Vamos, por favor, tenemos que empezar. Ultimísimo llamado para la segunda función”. El show debe continuar. Ante el último llamado de Zorraquín, los integrantes del ensamble se ubican alrededor del capitán. Alzan las manos, se alientan, se escuchan los tradicionales gritos de “¡mucha mierda!” para que todo salga como está previsto. Es adrenalina pura. “Disfrútenlo”, les dice al grupo la coach vocal. Todos tienen caras de felicidad. Si hay nervios, los disimulan. En definitiva, son actores.
Van entrando ya en silencio a la penumbra del escenario del Liceo. En la sala, ya se está ubicando al público. Laurita Fernández ya retocó su maquillaje y ahora, como el resto del plantel, espera la señal. El segundo partido de la noche está por comenzar.
El segundo partido de la noche está por comenzar. Se escuchan los aplausos del público dando la bienvenida a estos jugadores que todo lo pueden. En las patas del escenario esperan su momento de entrada las distintas escenografías: una casa, la universidad, la peluquería, la habitación de Elle, la cárcel, el juicio y el baño. A lo largo de los 90 minutos habrá alrededor de 30 cambios. En los recovecos que dejan cada uno de los carromatos escenográficos se ubican los integrantes del ensamble esperando la señal.
Son las 21.38 del viernes. Mientras el personal de sala inicia su tiempo de descanso tras ubicar a los espectadores, la maquinaria escénica compuesta por esos 16 artistas y 20 profesionales de la técnica empiezan a contar por segunda vez el relato rosa de esa rubia que de tonta no tiene nada.
A eso de las 23 Laurita Fernández, y todo el elenco, volverán a despedirse del público del Liceo. Al día siguiente, sábado, todos volverán aquí. Nadie se queja: están jugando el juego que más les gusta. Un partido de 90 minutos, un entretiempo de 40 y a volver a la cancha. Parte de esta religión.
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