El entenado, o la belleza de un apropiado homenaje a Juan José Saer
La versión de Irina Alonso sobre la novela del escritor santafesino se rige por la misma licencia poética que el texto respecto del acontecimiento real histórico y conforma así la mejor forma de disfrutar la creación original
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Autoría: Irina Alonso (versión libre sobre Juan José Saer). Elenco: Claudio Martínez Bel, Iride Mockert, Pablo Finamore, Aníbal Gulluni. Diseño de vestuario: Magda Banach. Diseño de escenografía: Cecilia Zuvialde. Diseño de iluminación: Santiago Badillo. Música y diseño sonoro: Aníbal Gulluni. Coreografía y diseño de movimiento: Damián Malvacio. Dirección: Irina Alonso. Duración: 85 minutos. Sala: Teatro Regio (Córdoba 6056) Funciones: jueves a domingos 20 hs. Nuestra opinión: muy buena.
El escenario preparado invita a un viaje. Vacío, todavía, está presidido por un mapa artesanal. Se percibe con facilidad la impronta de la ficción, con materiales que se alejan de lo real. Esa canoa que se ve, sin duda, no podrá llevar a nadie a ningún lugar físico. Sin embargo, la travesía tendrá lugar. Banquitos e instrumentos musicales conviven con un paisaje dibujado y pintado.
Es necesario aclarar que la expectativa para ser testigo de esta puesta no puede ser la misma si la novela de Juan José Saer ha sido leída y amada, que si no se la conoce. Pero también es preciso decir que la obra se comprende y se disfruta sin ninguna lectura previa. Saer no propone una novela documental sobre el grumete que sobrevive al asesinato de Juan Pedro Díaz de Solís y un grupo de sus marineros. Es más, son mínimas las apariciones de nombres propios y topónimos. Su narrador, en alguna ocasión que no viene a cuento, renuncia a la veracidad del relato histórico. “(…) toda verdad estaba excluida y si, por descuido, alguna parcela se filtraba (…) el viejo, menos interesado por la exactitud de mi experiencia que por el gusto de su público, que él conocía de antemano, me la hacía tachar.”
La versión de Irina Alonso, que además está a cargo de la dirección, se rige también por esta licencia poética. No hay razón para seguir a pie juntillas la novela. Es más, sería imposible hacerlo. El trabajo con el lenguaje del narrador santafesino es un obstáculo para la escena, entonces, con pericia y con inteligencia reordena, enmarca, reacomoda el relato. Pero, además, distribuye las voces. De un narrador en primera persona que reconstruye su experiencia en la novela, la propuesta escénica pasa a poner cuerpo y voz a cuatro intérpretes. Uno será el grumete -ya vencido por los años y cansado de contar la misma historia- los demás, irán de personaje en personaje, sin dejar de insistir en el carácter de representación.
Todo el tiempo se ven los gestos de la construcción ficcional; para muestra, un personaje muere y se coloca unas alas para continuar habitando en escena y habla de sí señalando su nueva condición.
El reparto de los parlamentos es brillante -un trabajo sin duda arduo puesto que los textos se hacen presentes en otro ordenamiento-, se articulan fragmentos y la belleza de la escritura no deja de tener lugar.
La historia se enmarca desde el principio: se subraya, se insiste en que son actores y que están llevando a cabo una versión de un acontecimiento que tuvo lugar. Sin embargo, nada está más lejos de una búsqueda documental que esta representación, absolutamente todo denuncia que se trata de teatro. Al fin y al cabo, el exgrumete ha elegido entre los basurales y el escenario.
Aníbal Gullini cumple el doble rol de actor y compositor de la música, multiinstrumentista y curioso, busca universos sonoros inspirados en la música renacentista española pero sin atarse de manera rígida a esos sonidos. Es evidente que lo musical ocupa un lugar central en la puesta: hay variedad de instrumentos, incluidas las voces de los intérpretes que varían los idiomas en los que cantan. “Trabajo de sedimentación sonora”, se le escucha decir a Gullini.
Queda para lo último en este texto el lugar de los actores y su trabajo. Iride Mockert, Pablo Finamore, Aníbal Gullini se desplazan con fluidez y con pericia por diversos personajes, como ya se indicó, con un vestuario que señala a las claras la acumulación, el traslado, la superposición. Y como actúan de actores, lo que se produce es un cambio de registro, no solo se pone en juego la metateatralidad sino también, y de manera insistente, el humor. Lo lúdico dice presente en la puesta de Irina Alonso. Claudio Martínez Bel mantiene vestuario y personaje, también sostiene el tono y es el que alimenta una impronta vinculada con la emoción.
El entenado, la puesta, juega el mismo juego que la novela respecto del acontecimiento real histórico. El modo más hermoso y más apropiado de homenajear (¿disfrutar? ¿resignificar?) la creación de Saer.
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