El enemigo siempre al acecho
"Procedimientos para inhibir la voluntad de los individuos". Libro: Francisco Enrique, sobre textos de Franz Kafka. Música y canciones: Pablo Dacal. Dirección: Enrique Dacal. Con Enrique Papatino y Julio Ordano. Asistencia de dirección: Julieta Bottino. En la sala Raúl González Tuñón, del Centro Cultural de la Cooperación. Sábados, a las 22. Duración: 70 minutos.
Nuestra opinión: muy bueno
"A partir de cierto punto no hay retorno. Ese es el punto que hay que alcanzar." "La primera señal del comienzo del entendimiento es el deseo de morir." "La soledad absoluta es el camino para conocernos a nosotros mismos." La obra comienza de esta forma: disparando pedazos de Franz Kafka en esos aforismos o consideraciones que horadan el cerebro cada vez que se los lee o escucha, en la voz en off de actores como Pablo Alarcón, Claudio García Satur, Juan Carlos Gené, Juan Leyrado, Onofre Lovero y Gerardo Romano.
Y sigue con "Una pequeña fábula", del mismo autor, dicha por uno de los personajes. Y todo lo que viene después está relacionado con un universo kafkiano impregnado de ideología. Se tomó como excusa principal "La construcción", una de las últimas obras de Franz Kafka, escrita en 1924. En ella, el protagonista era un animal (tal vez un topo o alguna especie de roedor), que vive en una construcción laberíntica que hizo él mismo bajo tierra. Esa galería, ese refugio, se hizo para protegerse del mundo exterior, hostil y lleno de peligros. Afuera no sólo acechan, sino que vigilan, amenazan y esperan devorar. Así como hizo con el escarabajo Gregor Samsa, de "La metamorfosis", el autor le dio a su criatura una voz interna, desgarradoramente humana.
Toda esta estructura fue construida por la mano orfebre de Enrique Dacal (a través de su seudónimo Francisco Enrique). En su pieza ubicó a dos seres recluidos en esa madriguera: el señor K y el señor F. Ambos muy distinguibles, aunque no antagónicos, sufren (¿sufren?) lo mismo. Escondidos allí abajo, de esa amenaza externa, saben muy bien que deberán hacer su propia construcción para que no les arrebaten su felicidad, sus sueños, sus deseos, sus bienes. Es un mandato que pone en juego su voluntad y discernimiento. No les queda otra que jugarse, pero nunca se sabe qué pasará con el ser humano.
Dacal dotó a su pieza de un ventajoso y sugerente hálito épico brechtiano. Los personajes se turnan al hablar, como si fuera una cantata, y cada uno de sus momentos es con el público, provocando un eficaz distanciamiento que se cimenta aún más con el agregado de canciones.
"No observo como creía, mis sueños, más bien soy quien duerme, mientras lo innombrable vigila", dice una de las letras de Pablo Dacal, impregnadas de contenido, con una partitura que también se asemeja mucho al universo de Kurt Weill o de Paul Dessau.
Buenos trabajos
Enrique Dacal sabía muy bien lo que quería y en su dirección hasta se vislumbran las didascalias. Es que con semejantes intérpretes no necesitaba más que direccionarlos hacia donde su texto inalterable debe conducirlos.
Tanto Julio Ordano como Enrique Papatino son directores y saben muy bien de esto. Se entregaron completamente al texto y a la propuesta, y no sólo dan muestras de oficio sino que sus actuaciones son como una clase de buen teatro. Es un texto y una estructura nada fácil para el espectador y, mucho menos, para el intérprete. Pero ellos lo hacen asequible y lo degustan hasta con el cuerpo.
Enrique Dacal puso el contenido por delante y a dos excelentes intérpretes para llevarlo a cabo.
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