El dogma: el teatro idish renace con fervor y despierta polémica
Autor, director: Daniel Teveles / Elenco: Gaby Barrios, Lucrecia Rodríguez, Ximena Di Toro, Silvia Trawier, Federico Andrés, Manuela Castel, Juliana Ianniccillo, Javier Maestro y elenco / Sala: El Tinglado, Mario Bravo 948 / Funciones: jueves, a las 20 (se reestrena en marzo) / Nuestra opinión: muy buena
El teatro idish, de gran auge en la Argentina entre las décadas del 30 y el 50, renace con pronunciado fervor estético en esta polémica pieza, que Daniel Teveles (El banco, La luz de un cigarrillo) recreó de El Dios de la venganza (Der got fun Nekome, 1906), del candidato al premio Nobel Sholem Asch.
Polémica por donde se la observe, el texto está ambientado durante la Semana Trágica, en 1919. En él coinciden elementos de una Argentina siempre en crisis: corrupción, coimas, doble moral, machismo y maltrato a la mujer en el contexto religioso. Sumado a la escena de soborno a un rabino. O renegar de la creencia en Dios, ante la evidencia de un futuro más próspero y de culpa que le es negado al protagonista. Y un tema que para la época resulta llamativo, el lesbianismo, la relación entre dos pupilas de un prostíbulo local.
La pieza se conoció en el off de Nueva York en 1922 y en la Argentina fue representada en idish al año siguiente. Teveles enlaza y muy bien ese simbólico mundo de "los de arriba y los de abajo", a partir de su protagonista, Jacobo Chapchovich, o Yankel, un comerciante que en el subsuelo de su casa tiene un prostíbulo. Su mujer, que era prostituta, subió de abajo arriba y el hombre, que intenta preservar a su hija del pecado, santifica su casa con la adquisición de la sagrada Torá. Claro que un huracán se desata cuando la joven frecuenta a escondidas a una pupila, de la que se enamora.
Daniel Teveles –autor y director– no se inmutó ante tan vastos ingredientes y elaboró una compleja semblanza escénica de muy intenso impacto en el espectador, al incluir, entre muchas otras, una terrible secuencia de la venta de chicas, en un entorno de comerciantes y políticos de dinero, en el marco de una Buenos Aires tan contradictoria en sus agitadas tormentas político-religiosas. Su creatividad para el manejo del espacio es uno de sus hallazgos, del mismo modo que la dirección de actores, a los que guio permitiendo que la emoción se intensifique mediante un sutil empleo de los gestos y una coreografía escénica que le permite casi conformar una iconografía de cuadros renacentistas.
La música, la escenografía y las comprometidas escenas de sexo fueron expuestas mediante un refinado estilo interpretativo y lumínico haciendo uso de una admirable escasez de recursos.
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