El docente que cuenta en el teatro sus vivencias en el aula
Mariano Taccagni es director, autor, actor y profesor; con humor retrata en una obra la intimidad de un grupo de maestros
Profesor de literatura, hace 25 años que Mariano Taccagni vive de la docencia. Pero hace 20 que empezó en el teatro cuando quedó seleccionado para Kolbe, un musical sobre un sacerdote polaco que murió en Auschwitz. A los ocho, escribió una obra para sus compañeritos de tercer grado, en la secundaria hizo Bodas de sangre y mucho antes -"en mis genes", dice- anidó la actuación gracias a su padre, apuntador de Tato Bores, Darío Víttori y el yacaré gaucho Margarito Tereré, el personaje infantil de Zulema Alcayaga y Waldo Belloso que combinaba canciones, bailes e historias autóctonas. "Supongo que fue ahí donde encontré ese cruce perfecto para expresar lo que quería, esa convergencia de disciplinas. Aunque mi fuerte no sea la danza ni sepa de partituras, todo lo que escribo lo imagino con música", dice Taccagni, autor, actor y director. Es otro de los remadores prolíficos del musical, entusiasmado con el futuro y agradecido por lo hecho. Participó de diversas maneras en una larga lista de producciones que van desde el Jonathan Harker de Drácula al Burro de Saltimbanquis, de Bardotti y Bacalov, y de Eva, el gran musical argentino, de Favero y Nacha, a Zoomos libres o La Callas, una mujer, de su autoría.
"Creo que este es mi mejor año como docente", dice el profe del Washington School, de Belgrano, y de Nuestra Señora de la Anunciación, de Villa Urquiza. Pero no es una simple afirmación personal, sino la realidad de un viejo sueño, el de plasmar en una obra las experiencias vividas en las aulas: así nació Sala de profesores, la divertida comedia musical que presenta los sábados en El Método Kairós.
"Desde hace tiempo quería contar una historia que se desarrollara ahí, donde confluye la fauna docente. Es muy irrisorio lo que pasa: los profesores mutan y es un gran contraste. Como actores, frente a los alumnos, representan un rol, proyectan la voz, se saben mirados... pero en la sala de profesores se afloja el personaje. Igual que en los camarines, son lugares de transición entre el personaje y la persona, donde salen a la superficie cosas disparatadas. Hasta dejé de lado anécdotas reales que iban a parecer inverosímiles en el escenario", dice el autor y director que esta vez no quiso actuar. "¿Qué podría aportar si ya soy profesor? Preferí que fueran otros, los que no están acostumbrados a lidiar con eso". Ellos son Marcelo Albamonte, Alejandro Vázquez, Laura Montini, Silvina Nieto, Mariela Passeri, Mariel Rueda, Silvana Tomé, Laura Vidal, Gonzalo Almada y el pianista Agustín Konsol, responsable de la música. "Es un delirio muy dulce, con humor e ironía pero también tiene que ver con la vocación, con el porqué estar ahí todos los días a pesar de los problemas. Estoy lleno de esos ejemplos y entiendo que es un mundo muy explorable desde distintos lugares", dice sobre otras obras que también tomaron el tema del aula, los padres y los maestros como disparador.
Las ganas de reírse con una comedia le surgieron después de actuar y dirigir Hermanos de sangre, el conmovedor musical de Willy Russell nominado a varios premios Hugo y ACE ("nos ganó siempre Sunset Boulevard", dice con una sonrisa). "La había visto acá en 1994 y después en Londres, me fascinó ese melodrama tremendo. Y Gonzalo Almada, mi hermano de la vida y uno de los dueños del Apolo, cuando terminamos Metamorfosis (otra de sus obras, basada en el libro de Kafka), me propuso que la hiciéramos porque tenía los derechos. Nada menos que con Julia Zenko, a quien admiraba desde la adolescencia, una de las voces más lindas de la Argentina. Fue un grupo amoroso de trabajo, compartí la dirección con Alejandro Ibarra, a quien no conocía y ahora somos amigos. Fue un casamiento de almas. Como en el amor, tiene que darse esa química", dice por eso inasible que no alcanza con buenas intenciones. Ni siquiera con grandes figuras y presupuesto.
"El off cada vez está más on y la gente reconoce cuando hay una buena propuesta en cualquier lado. Hay muchas posibilidades creativas estimuladas por el vértigo, cuando no tenés todas las herramientas a mano y tenés que ingeniártelas. En 2006, hice Jack, el destripador, con Juan Rodó, en el Liceo y le fue muy mal. La producción tapó lo que queríamos contar porque opinaba demasiada gente y no había química en ese equipo creativo. Aprendí mucho de esa experiencia al igual que con Edipo y Yocasta, en el Apolo, la única vez que hice audiciones y no me fue como quería. Me gusta trabajar con gente grossa, que se lleve bien y sea buena gente. Tampoco volvería a hacer otra versión de un clásico, para qué remozar algo que está buenísimo; siento que fui un atrevido, prefiero personajes que nazcan de mí".
Casado con Alejandro Vázquez, padre de Juliana, de 17 años, y profesor de estudiantes de casi 40 que lo paran por la calle y de adolescentes que le piden que cante en clase ("respondo que cobro caro"), como buen docente Taccagni se culpa de no haber estudiado más. Pero reconoce el mérito de ser un buen alumno y aprender de directores y compañeros. "Como tengo un empleo seguro siempre pude elegir los proyectos de gente que admiro. Tanto nacionales como extranjeros porque acá nos conocemos todos y a veces te encasillan. ¡Hice multitud de curas! Con Brochero sentí que me había recibido de actor. De todos, en el camino y aun sin buscarlo, aprendí -dice sobre los que considera sus maestros del teatro musical-. Primero, Aníbal Silveyra; Elena Roger, tan chiquita y tan enorme, con quien trabajé en Piaf en Madrid y en Lovemusik; el Puma Gabriel Goity, que en Los Locos Addams con una mirada hacía reír a 1200 personas en el Ópera; y Nacha Guevara, en Eva, una artista que me provocaba taquicardia al principio, pero me marcó para no caer en justificaciones y saber estar preparado en función de la historia", dice el profe Taccagni, que se animó a saltar al escenario, a diferencia de su papá apuntador, pero igual que a él, no le importa ser famoso.
Sala de profesores
De Mariano Taccagni
Sábados, a las 18.30.
El Método Kairós, El Salvador 4530.
Entradas, $ 250.
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