El director más prolífico del teatro argentino
Luego de montar más de setenta obras, hoy Manuel González Gil dirige a Soledad Silveyra y Verónica Llinás en Dos locas de remate
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Es uno de los directores teatrales más prolíficos y exitosos de la Argentina (Hoy: El diario de Adán y Eva, Los mosqueteros del rey, El loco de Asís, Made in Lanús, El show de las divorciadas, Gotán, El diluvio que viene, Orquesta de señoritas, Porteñas, Vivitos y coleando, Los 39 escalones, El otro lado de la cama y La naranja mecánica, son sólo algunos de sus trabajos), y sin embargo su nombre no aparece en Wikipedia. Tal vez se deba al bajo perfil que siempre cultivó y a su desentendimiento de premios y homenajes. Sin embargo, su estilo tan personal se nota en cada uno de los espectáculos que dirigió y en la huella que dejó en sus protagonistas. Reconocido fundamentalmente como “un director de actores”, Manuel González Gil ya lleva dirigidas 70 obras, entre las que montó en el país, en Uruguay, en Chile, en México y en España, a lo largo de más de 40 años de trayectoria.
Fue fundador y director del histórico grupo Catarsis (que unía teatro y educación), con el que trabajó para el público infanto juvenil durante 25 años. Hasta que en 1992 pasó del circuito independiente al comercial de la mano de Soledad Silveyra y de un éxito descomunal para toda la familia: El mago de Oz. Hoy vuelve a trabajar junto a la actriz (a la que también dirigió en El cuarto azul, Made in Lanus y Cuerpos perfectos) y por primera vez con Verónica Llinás en Dos locas de remate, la comedia del español Ramón Paso que debió estrenarse en el teatro Astral justo la semana en que se decretó el cierre de la circulación nocturna. “El miércoles, después del ensayo general, nos enteramos que los teatros se cerraban. Al principio fue todo desconsuelo, ahora estamos repasando la obra por Zoom todos los días. Seguimos trabajando como locos para mejorarla y confiamos en que el 6 de mayo finalmente debutaremos”, asegura González Gil.
–Además de prolífico, sos un director muy versátil. Has dirigido infantiles, comedias, dramas, obras de suspenso, clásicos y musicales. ¿Con cuál género te sentís más cómodo? ¿Cuál te produce más placer?
–Y también, últimamente, me han tocado hacer muchas adaptaciones de películas. Debo ir ya por la traslación número 20. Amo la actividad, amo el teatro en su conjunto y no siento que deba abocarme a un tipo de teatro o género específico. A mí me apasiona la obra que elijo hacer en cada momento, independientemente de su origen o sus características. Pero si tuviera que elegir me tiro hacia el humor. Me gustó muchísimo meterme en el humor de 39 escalones, Como el culo y Chorros, obras que tienen un humor muy blanco y que están basadas un poco en transgredir el mismo esquema del teatro, en romper los códigos de la teatralidad. Otro ejemplo es La dama de negro, que si bien tenía un humor más negro, también transgredía los códigos.
–¿Cuál es la clave para llevar a buen puerto espectáculos tan disímiles? ¿Cuál es tu mayor preocupación? ¿Qué es lo que no debe fallar?
–No tiene que fallar nada, todo es importante. En principio yo me tengo que enamorar de la obra y a partir de ahí todo lo demás: buscar el elenco adecuado (que pueda llevar adelante la idea que leí) y el teatro en que se va a dar, porque no es lo mismo hacer una obra en el Picadero que en el Premier. Todo arma un esquema de situación que garantiza que la obra esté protegida. Cómo va a ser la escenografía, quién va a ser la vestuarista, qué música va a corresponderle, todo tiene que ser cuidado a partir de eso. Pero lo fundamental son los actores, el teatro se cuenta con ellos y, por suerte, en este país contamos con excelentes artistas.
–Hay directores puestistas, directores integrales y directores de actores. ¿En qué categoría te incluís?
–En la de director de actores, totalmente. Me encanta trabajar a la par con ellos, acompañar el pulso de cada actor. Pongo mucho el acento en ellos y en sus trabajos, sobre todo en una obra como esta (Dos locas de remate), en la que el director tiene que desaparecer hasta el punto de que parezca que no la dirigió nadie. El público tiene que encontrarse con dos actrices en el escenario jugando con total libertad, como si nadie les hubiera marcado nada.
–Sos reconocido por extraer grandes interpretaciones de todos los actores, aún de los más novatos.
–Reconozco que me encanta trabajar con el actor, no es algo a lo que le escape, lo acompaño, a veces te aseguro que es muy dificultoso porque los actores no tienen una misma metodología, cada uno tiene su forma de arribar al personaje, al texto, de encarar la dramaturgia, por eso tenés que conocerlos. A mí me pasa que después de trabajar mucho terminamos con una relación de amistad. Con Miguel Ángel Solá somos amigos de toda la vida y siento que esa amistad la engendró el haber hecho Los mosqueteros, Hoy: El diario de Adán y Eva, Por el placer de volver a verla, o sea de haber hecho obras que además de haber sido exitosas nos requirió la búsqueda intensa de cada personaje. Lo mismo me pasó con Manuel Callau, Gerardo Romano, Virginia Lago y María Valenzuela, gente con la que he trabajado mucho. Con todo ellos hemos creado como una suerte de familia a partir del trabajo.
–¿Qué debe tener un actor para que te interese trabajar con él?
–Creo mucho en el off, porque mis hijos Sofía y Francisco trabajan en ese circuito, así que ahora voy mucho por ahí, algo que antes no hacía, y así voy descubriendo actores. También descubro algunos otros en cine, y sólo algunos pocos en televisión, porque no veo muchos programas. Y si me impactan en sus trabajos, inmediatamente los pienso para alguna obra. Y si ya he trabajado con ellos, todo es aún más rápido. Hay actores con los que para mí es un placer trabajar una y otra vez, y si puedo convocarlos y ellos tienen la posibilidad de trabajar, todo cierra más aún. Porque ya tenemos un camino transitado, soy uno de esos directores que suelen repetir la convocatoria de sus actores predilectos.
–¿Cómo cuáles? ¿Los que nombraste recién o algunos más?
-No, tengo preferidos de varias generaciones. Por ejemplo, últimamente he trabajado mucho con Diego Reinhold, Nicolás Scarpino, Laura Oliva, Fabián Gianola y Alejandro Paker, gente muy divertida, con la que lo paso muy bien. Tenemos un código de trabajo y entonces vamos muy rápido. Lo mismo me sucede con mi equipo creativo. Trabajar con Martín Bianchedi no sólo es un placer sino que es como trabajar a ciegas, yo le cuento algo y él ya sabe por dónde tiene que ir la música, así que descanso mucho en él. Me pasa lo mismo con las dos vestuaristas y los dos escenógrafos con los que trabajo, mi mundo artístico no se amplía mucho más, se reduce a la gente en la que confío cien por ciento.
–Para vos, que has trabajado en distintas latitudes, ¿es verdad que los actores argentinos son los mejores del mundo junto con los ingleses y los norteamericanos?
–Yo he tenido el privilegio de dirigir en Madrid, Barcelona, México, Santiago de Chile y Montevideo, y no dudo en decir que Buenos Aires es el mejor lugar para hacer teatro. Es el centro de teatro de habla hispana del mundo, no hay mejor lugar que éste, y no sólo porque tiene actores maravillosos sino porque tiene un público maravilloso, interesado en el teatro y que lo ama. Esto no pasa en ninguna otra parte, no tenés esto en Madrid o Barcelona, y ni qué hablar en México. Tal vez en Montevideo exista una pasión y una enfermedad teatral por parte de la gente, algo que te diría es una cosa muy rioplatense, pero nunca como aquí. Buenos Aires estuvo muy influenciada por la metodología de Stanislavski y del Actors Studio, a través de Hedy Crilla y Agustín Alezzo, los que trajeron toda una influencia que permitió generar actores de una credibilidad y una verdad impresionantes. Ahora estamos recogiendo eso. Por eso estos eslabones culturales que hemos armado con tanto sacrificio no deben ser cortados, ni por una dictadura, como sucedió en la década del 70, ni por una pandemia que te deja un año con los teatros cerrados. No sé cuándo volvamos a la normalidad con cuántos teatros del off nos vamos a encontrar. Seguramente muchos se habrán perdido, y eso es algo trágico. Antes de la pandemia, lo más importante de la actividad teatral estaba pasando en el circuito independiente.
–Tu esposa (Ana Lascano) y tus hijos son actores. ¿Es difícil convivir con tantos intérpretes en una casa? ¿Te nace dirigirlos en la cotidianidad?
–Ya no tengo ninguna autoridad sobre ellos (risas). Mi casa es un apasionamiento de discusiones. Ana, mi mujer, se ha dedicado a la docencia, hoy es una formadora de actores maravillosa. Sofía se está dedicando a la dirección, a la dramaturgia y también a la actuación. Francisco también, aunque él incursiona bastante más en la actuación. Y Manuela, que despuntaba en un principio como actriz, cambió de idea. Escribe maravillosamente bien, pero se rebeló contra el destino familiar y el lugar en el teatro que le teníamos reservado. De todos modos, trabaja en prensa de espectáculos y hasta ha llegado a asistirme en la dirección. Pero ya nos ha dicho que quiere dedicarse a alguna actividad “más normal” y que, en breve, nos abandonará. Por eso, cuando viene con amigos o novios a la casa, nos pide por favor que hablemos de otra cosa, “porque la gente vive en otros mundos”, nos señala. Y tiene razón, somos muy monotemáticos (risas). Lo nuestro es una enfermedad familiar. Y está buenísima: no nos cuesta para nada la convivencia, estamos nutriéndonos todo el tiempo y nos divertimos muchísimo con nuestras distintas opiniones y percepciones de un mismo hecho artístico.
–En algunas ocasiones han trabajado unos con otros, pero nunca todos juntos. ¿Es una asignatura familiar pendiente?
–Sí. Estamos trabajando sobre una versión de La importancia de llamarse Ernesto para hacer en familia. La vamos a codirigir con Ana, Francisco y Sofía. La teníamos planteada para El Método Kairós, pero la pandemia detuvo el proyecto. Francisco y Sofía también actuarían.
–Tu proyecto actual es Dos locas de remate. ¿Cómo fue el reencuentro con Soledad Silveyra, con quien ya habías trabajado en varias oportunidades, y tu primera vez con Verónica Llinás, las dos únicas intérpretes de la comedia?
–Ha sido un encuentro con mucho apasionamiento en el trabajo. Me gustan los actores que se cuestionan, que en cada ensayo hacen un proceso de cambio. Yo armo los ensayos minuciosamente, para decirles a mis actores: entran por acá, van a decir esto y luego saldrán por allá. Pero me encanta que durante el proceso todo cambie. Esto me pasa todo el tiempo con Soledad y Verónica. Yo voy con una planificación y, a los 10 minutos, estamos en otro mundo. Esto es trabajar con Verónica y Sole, porque son actrices autoras de sus personajes. Sería un error no seguirles el tren. Esta es la situación, no de dificultad pero sí de exigencia, que significa dirigir a Soledad y Verónica, ya que son actrices muy exigentes con la verdad de sus personajes y con el camino que transitan.
–¿Cómo es dirigir a una comediante y a una cómica? ¿Cómo se nivelan ambas energías y aptitudes?
–Sí, ellas trabajan desde lugares muy disímiles, pero eso está muy bueno porque enriquece el trabajo. Soledad es una sabia del escenario, a veces me gustaría escribir un libro con las cosas que dice, porque tiene plasmada toda la metodología del actor en su cuerpo, desde el lugar de la experiencia. No como uno, que la ha aprendido estudiando a Stanislavski. Sé que si planteo una idea ella va a tener siempre la resolución. Por eso es maravilloso trabajar con Soledad. Y Verónica tiene un tránsito de autoconocimiento impresionante que, a veces, tiene mucho que ver con una impronta feroz que tiene con su corporalidad y su mundo interior. Entonces aparecen cosas desopilantes, por eso es importantísimo estar siempre con los ojos bien abiertos. Estoy trabajando con dos hermosas actrices que nutren muchísimo el texto y el escenario.
–Luego de tu primera incursión en el circuito comercial (con El mago de Oz) te convertiste en autor y director de los espectáculos de Errare Humanum Est (grupo que integraban Miguel Ángel Solá, Darío Grandinetti, Hugo Arana y Juan Leyrado). ¿Qué recuerdos tenés de aquella época y de la primera y exitosísima obra Los mosqueteros del rey?
–Lo de Los mosqueteros fue casual. Yo le escribí esa obra a cuatro sobrinos, hijos de mi hermana, a los que les decían Los mosqueteros. Se las dediqué a ellos. Era un juego teatral. Fue una escritura rápida, basada más en la acción del teatro que en el texto que se contaba. Yo pensaba que alguna vez, para los chicos, tenían que trabajar los mejores actores. Y entonces los convencí a Darío Grandinetti, Miguel Ángel Solá, Hugo Arana y Juan Leyrado de que trabajaran para los chicos una temporada, que lo hiciéramos nada más que una temporada. Luego lo convencí a Pablo Kompel de estrenar en el Paseo La Plaza. Pensábamos hacerla sólo para las vacaciones de invierno, estrenamos dos semanas antes y, ante nuestro asombro, nos dimos cuenta de que el público era un 80 por ciento adulto y el resto niños. Entonces Kompel nos propuso pasarnos de inmediato al horario nocturno y a la sala mayor del complejo. Todos dudamos mucho, pero lo hicimos y otra vez nos volvimos a asombrar: se vendió todo el mes por anticipado. En síntesis: un éxito rotundo que duró cinco años, la hicimos por todo el país. Fue una obra de gestión propia, o sea de autogestión, es decir del mismo grupo. Y fue una de las experiencias más felices que he tenido en mi vida. Haber hecho esa obra y visto que función tras función en la platea se juntaban tres generaciones –padres, abuelos y nietos que se reían del mismo chiste sin ningún tipo de subtexto– fue algo impresionante que no volví a vivir.
–En total dirigiste alrededor de 70 espectáculos. ¿Cuáles han sido tus preferidos y por qué?
–Mi preferido es Hoy: El diario de Adán y Eva. Fue una obra impresionante que escribimos con Miguel Ángel Solá y Blanca Oteyza y que tuvo a lo largo de los cinco años que la hicimos –uno en Buenos Aires, y cuatro en Madrid– 18 versiones diferentes. Fue un espectáculo inolvidable para todos. Los mosqueteros también, por los motivos que ya expliqué. El Gotán de Julio Tahier, con Susana Rinaldi, Raúl Lavié y Juan Carlos Copes, fue otra obra que me dio mucha felicidad poder hacer. Y también El loco de Asís, todas obras imborrables.
–Fuiste autor de varios de esos éxitos. ¿Para cuándo una nueva obra?
–Con mi hija Sofía (autora de Así de simple, que está en cartelera desde hace siete años) estamos escribiendo mucho. Y justamente ahora acabamos de terminar una obra: Palabras robadas, sobre una joven actriz y su padre, que es un actor muy famoso. Es sobre el encuentro de un papá que sabe actuar más que ser padre y es muy bello lo que pasa con ese vínculo. Apenas podemos volver a la normalidad siento que lo vamos a concretar.
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