El director de Brujas, con cuatro obras en su propia sala off
Que la figura de dramaturgo y director se condense en una sola persona es casi la regla en el circuito off, frecuente en el oficial pero raro en el comercial. No obstante, es mucho menos usual, en general, la coincidencia de dirección y actuación. Como siempre, hay excepciones, y una, en ambos casos, es Luis Agustoni, punto de encuentro de líneas paralelas y gestor de una peculiar síntesis. Porque dirigió sus propias obras en la calle Corrientes con muchísimo éxito (Brujas, El protagonista, Los lobos, por ejemplo) y porque es un actor que no rehúye dirigirse: tres roles en uno, un lujo que puede darse en su propia sala, El Ojo, donde también es docente y autodidacta de tiempo completo.
Todos estos papeles los cumple en Aixa, su último estreno: es el autor, director, actor (junto con Nina Spinetta y Esteban Astorga), productor de este drama acerca de una mujer joven que busca al padre que no conoció. En la sala se presentan otras dos piezas de su autoría y dirección (Los asesinos y, desde 2011, la premiada Claveles rojos, con once actores en escena y en la que actuó en las primeras temporadas) y una que "solo" escribió, Carne de cañón, dirigida por Sebastián Bauzá y Leonardo Prestia. El año pasado, dirigió y actuó en Heisenberg, de Simon Stephen, en el Regina, junto con Catherine Fulop.
Además de Francisco Javier y Agustín Alezzo, Agustoni cita a Juan Calos Gené como a uno de sus maestros. Y a él le adjudica el consejo de evitar dirigir y actuar a la vez porque la racionalidad del director siempre terminaría venciendo al impulso y la intuición del actor. No le ha hecho mucho caso en ese punto al recordado teatrista pero buscó estrategias compensatorias. Por ejemplo, mantenerse como director hasta los últimos ensayos para, recién entonces, incorporarse como actor bajo la mirada de un confiable asistente: una solución práctica a un problema que, según dice, no existe. "Si vemos la historia del teatro, el oficio del director comenzó en el siglo XIX y el teatro viene del 700 a.C., es decir, actuar y dirigir viene desde hace siglos y especializar las disciplinas es una preocupación y un prejuicio recientes. Stanislavski, el creador del realismo en el teatro, era primero actor y después director. No hay ninguna incompatibilidad entre una cosa y la otra, es más bien una cuestión de comodidad. En el cine, también: Orson Welles o Laurence Olivier actuaban y dirigían. Siempre hay distancia al actuar, te volvés esquizofrénico si no hay una parte tuya que controla la actuación", dice el autor de más de cuarenta obras que reflejan conflictos humanos pero que no parten de lo autobiográfico sino de algo que le cuentan personas cercanas (como en Aixa y Claveles rojos), de la literatura, del diario, de la historia, de la observación: "Estudié muchísimo actuación y dirección con mis maestros pero en dramaturgia soy un autodidacta en estado puro. Tengo una biblioteca de dramaturgia muy completa, me gusta leer a los escritores cuando reflexionan sobre sus procedimientos como Ingmar Bergman". Justo ahora dice estar "estudiando temas" para convertir ideas en hechos teatrales: "El mundo de las obras no existe, hay que crearlo, es como engendrar una persona".
Dice que nunca dejaron de preguntarle por la dirección del megaéxito Brujas, la obra del español Santiago Moncada producida por Carlos Rottemberg y Guillermo Bredeston, con Nora Cárpena, Thelma Biral, Susana Campos (después reemplazada por Leonor Benedetto), Graciela Dufau y Moria Casán, en cartel desde diciembre de 1990 hasta el 97, repuesta en 2000 y en 2010. Este año, primero en Carlos Paz y después en el Astros, el famoso título volvió con Andrea Bonelli, Romina Richi, Viviana Saccone, Inés Estévez y María Socas, estas dos últimas reemplazadas en calle Corrientes por Leonora Balcarce y Andrea del Boca
"¿Y por qué no íbamos a volver?" fue la respuesta de Agustoni: "Adoro la obra, reestrenaría todos los éxitos que hice, si bien fue idea de Rottemberg y Daniel Comba. La adapté, claro, como también lo hice en los noventa. No sé cómo son ahora las mujeres porque el proceso de resignificación de su presencia y rol en nuestra sociedad no está completado. En los años 50 se sabía cómo debía ser una mujer. Eso cambió pero falta muchísimo. Siempre me ha irritado que a una actriz se le pague menos que a un hombre por el mismo trabajo".
La convivencia entre el circuito comercial y el off es una constante en la carrera de Agustoni. Como tantos de su generación, en sus inicios tenía prejuicios con el teatro "empresarial", como prefiere llamarlo, hasta que cambió por influencia de su amigo Oscar Martínez, un actor prestigioso que nunca trabajó en salas independientes. Fue quien lo llamó para dirigirlo en El último de los amantes ardientes, en 1987 en el Maipo, la comedia de Neil Simon donde se conocieron Martínez y Mercedes Morán ("yo insistí por ella cuando se fue Andrea Tenuta"), a la que le siguió El protagonista, con el mismo actor, y la apertura del mercado internacional. "Todo lo que gané lo invertí acá", dice sentado en la oficina biblioteca de su sala en Balvanera.
"En el off, los actores no viven del trabajo en esa obra que va una vez por semana, tienen otros trabajos. No hay grandes producciones ni figuras famosas, no hay que pagar sueldos, el riesgo es mucho menor", dice. En cuanto a diferencias artísticas, no encuentro ninguna. Lo que se hace en un lado puede hacerse en el otro, yo lo hice con mis obras", dice. Por otro lado, no considera que sea "un ascenso" pasar del off al comercial: "Depende de cada artista, hay etapas en cada carrera. No me gusta el concepto del off como semillero, creo que son momentos, se puede ir y venir o se puede no cambiar nunca, no hay regla".
Con tantos elencos a los que ha dirigido, con nombres desconocidos y otros muy populares, Agustoni recomienda correrse de la empatía que se siente por unos u otros, dejar de lado la subjetividad y actuar equidistante con todos los integrantes del grupo. En cuanto a los egos de los artistas, tiene una respuesta fuera de lo común: "Me llevo fantástico con los egos porque para ser un actor dedicado tenés que tener un fuerte ego. Esto puede provocar discrepancias porque el ego tiene mala prensa, pero sin autoestima no hay manera de lograr que cien personas dejen sus casas y vayan y paguen para verte, tenés que estar convencido de que tenés algo para dar y querés que otros lo reciban".
Salvo una vez como director, nunca trabajó en el teatro público. La excepción fue La gripe, de Eugenio Griffero, en 1980, en el San Martín, y confiesa que no se sintió cómodo. Tampoco la pasó bien como docente en el Conservatorio de Arte Dramático. Para él, arte e intervención del estado "no son instancias compatibles". Sin embargo, aceptaría una propuesta interesante: "Pero no sucederá. El Estado nunca tuvo el menor interés en mí".
¿Crisis en el teatro? En 48 años de profesión, dice que siempre escuchó lo mismo y encima, mal aplicado porque, según explica, crisis es un término médico, el momento en que un enfermo decide si vive o muere. "Y eso al teatro argentino no le pasa –dice– porque está muy vivo, somos un medio privilegiado. Lo que sí sucede –diferencia– es que si un país es subdesarrollado, todo lo que está adentro también lo es. Y cuando un país está perdido políticamente y en quiebra económica, todo está así: no es específico del teatro sino de la sociedad argentina que es un fracaso, por lo menos, desde que yo nací."
Para agendar
- Los asesinos: Jueves, a las 21. $250.
- Carne de cañón: Viernes, a las 20. $350.
- Aixa: Viernes, a las 22. $350.
- Claveles rojos: Sábados, a las 20. $350. En El Ojo, Juan D. Perón 2115.
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