El cielo en una habitación. ¿Qué pasaría si los humanos estuvieran a punto de extinguirse?
En Espacio Callejón se estrena esta obra de autor catalán, protagonizada por Nelson Rueda y Eduardo Leyrado, bajo la dirección del cineasta Franco Verdoia; plantea un escenario catastrófico en el cual la humanidad puede llegar a su extinción
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El arte y sus formas de expresión muchas veces permiten que la imaginación vuele por distintos escenarios. Algunos son idílicos o utópicos, y otros… otros son caóticos, y hasta catastróficos. El cine es sin duda el mayor exponente de estas calamidades, con su potencialidad audiovisual y la magnitud que proponen los efectos especiales. Pero asimismo, el teatro con su magia etérea también es capaz de generar entre cuatro paredes un potencial suceso de extinción masiva por un rato. ¿Y si se unieran esos dos universos? La respuesta puede encontrarse el próximo 8 de julio, en el estreno de El cielo en una habitación, la obra es protagonizada por Nelson Rueda y Eduardo Leyrado, y dirigida por el dramaturgo y cineasta Franco Verdoia, y nos sitúa por enésima vez frente al posible fin del mundo.
“Con Eduardo somos amigos hace muchos años –introduce Nelson Rueda– y en una cena concretamos la idea latente de hacer algo juntos. Nos pusimos a buscar material, y llegamos al texto de Jan Vilanova Claudín, un autor catalán, y entendimos que era un material que tiene que ver con la emocionalidad, y con lo actoral, con crear capas y deshojar la cebolla en lo que está diciendo el autor”. Leyrado, por su parte, complementó: “Descubrimos este texto que nos llamó la atención, nos gustó y nos cautivó, y decidimos concretar este deseo que teníamos de actuar juntos. Empezamos a pensar en directores, y los dos conocíamos a Franco y habíamos visto sus obras, habíamos visto sus películas, y cuando lo nombramos de inmediato pensamos que la estética que maneja él en sus obras y en sus películas, era lo que necesitaba esta obra para que tenga un vuelo estético muy interesante”.
Así se sumó Franco Verdoia, y lo primero que lo interpeló fue dirigir un material teatral que no es de su autoría. “Sí lo había hecho en cine, y después en series también, donde los libros no eran míos, pero siempre en teatro tuve ese recelo de trabajar con materiales con los cuales yo sintiera que tenía algo para decir muy puntual, o que estaba en un momento en donde tenía ganas de hablar de determinados temas. Y me inquietó la propuesta de Nelson y Eduardo, leí la obra, y hubo algo que me pasó con su temática y con la posibilidad de hacer en la Argentina un material de un autor catalán. Eso me convocó, me pareció que yo estaba en un momento en donde me iba a venir muy bien perderle el miedo a tomar otras voces, y a descifrar qué tiene ese otro material para decir y qué puedo aportarle yo desde mi impresión, desde mi mirada”.
En la historia, la Tierra está en jaque cósmico y la raza humana puede llegar a su fin, aunque existe un páramo remoto donde, al parecer, hay chances de sobrevivir. Ahí, dos hombres se encuentran. Uno está preparado para el final que se aproxima; el otro, parece revestido de arrogancia y se ampara en la seguridad que ofrece el no creer. El relato se vale del humor y el desconcierto para achicar esa distancia entre quienes parecen locos, pero están próximos a la verdad, y quienes creen tener la respuesta a todo, pero están presos por la ignorancia del ego.
“Mi personaje es un hombre típico de ciudad, es un periodista –cuenta Nelson y agrega– y va a ese pueblo lejano perdido en algún lugar del mundo a cubrir el evento. Es un personaje gris, netamente capitalista y exitista, que descree de todo, más allá de que su especialidad es hablar sobre fenómenos sobrenaturales y esas cosas, pero va a cubrirlo como una de las tantas veces que se dijo que va a suceder, como una nota de color. Va para cumplir, para hacer entrevistas a un par de personas e irse a su casa. Vive su vida de esa manera, cumpliendo las normas de su profesión. Su éxito tiene que ver con su programa de televisión y con el reconocimiento de la gente, y se encuentra en un lugar donde todo lo que es él, no es reconocido, y simplemente se transforma en una persona más que va a ese lugar y es tratada de la misma forma que el resto”.
El contrapunto protagónico se refleja en el personaje encarnado por Eduardo Leyrado. “Mi personaje es el empleado de la municipalidad. Es un tipo inseguro y desconfiado, y esa desconfianza e inseguridad por momentos lo transforman en peligroso. Es una persona que se siente amenazada por los otros, por lo diferente, por las personas que están afuera, esperando este supuesto fin del mundo. Y este tipo con estas características de repente recibe la visita del otro personaje, y todo se vuelve bastante caótico, y se pone de manifiesto toda esa ira que tiene reprimida. Y al margen de la conjunción de las interpretaciones, esta obra no sería lo mismo sin la cabeza de Franco. Creo que él le aporta algo que vi en otras obras de su autoría, que tiene que ver con todo lo que sabe de teatro y de cine”, expresó.
Y en esa línea, el director de la obra y tercer integrante de este tridente creativo, complementó: “Tengo el ejercicio natural de pensar los textos teatrales, a partir del cine. A partir de qué piezas del universo audiovisual me resuenan. Diría que va en paralelo, el cine aparece como una suerte de espejo donde empiezo a entender algo de la naturaleza de ese material. Por un lado, quise desarrollar la idea de lidiar con la finitud de la vida y de la existencia, y además abarcar también la violencia y el cinismo de ese suceso. Entonces, al unir esos dos elementos en tensión, pude hacer una bajada que trajera el cine a este material”.
Verdoia confesó que no consume películas de catástrofe, pero que le interesan mucho las distopías cuando están muy próximas a la posibilidad de convertirse en una realidad. “Me inquietan mucho los materiales que están muy cerca de lo posible, que hablan sobre el fin de ciertos aspectos de la vida tal cual la entendemos hoy, y que ponen al ser humano en un límite muy extremo que lo obliga a encontrar una nueva cotidianeidad en ese escenario extremo excepcional. Ese tipo de materiales me convocan”, agregó.
En 2020, Franco Verdoia ganó el Cóndor de Plata por su película La chancha; y a su vez, dirigió las aclamadas Chile 672 y La vida después. Actualmente tiene en cartel la elogiada pieza Late el corazón de un perro, en el Espacio Callejón, los jueves, a las 20.30. “Siento que soy un director híbrido. Que cuando abordo mis materiales cinematográficos, seguramente hay algo de mi formación teatral que se drena ahí en las escenas. Y lo más difícil de trasladar de un universo al otro, tiene que ver justamente con los acercamientos que te permite la cámara y con cómo, de alguna forma, sabiendo que el público está fijo en un punto y que tiene una impresión fija de lo que ahí sucede, tener la posibilidad de conducir su mirada. Así como en el cine uno va conduciendo la mirada del espectador, y compone una unidad de sentido emocional y narrativo, en el teatro tenemos una impresión general permanente, pero hay formas de conducir esa mirada. Pero no hay una búsqueda consciente, diría que sucede en un plano más inconsciente”.
El arte de reír para pasar las penas
El cielo en una habitación también es una comedia que despliega un universo costumbrista ubicado en el interior de una oficina municipal de pueblo, en donde el potus, la computadora vetusta y el almanaque son pistas falsas para eludir el trago amargo que supone reconocer la verdad. Y qué dura resulta la verdad para el escéptico, una verdad que nos asalta de pronto y sin aviso, lejos de nuestros afectos, sin posibilidad de enmienda ni despedida.
“Por tratarse de un material del cual desconocía su origen, el proceso en el que fue escrito, la intimidad de la voluntad del dramaturgo de lo que quería decir, más allá de lo que el material revela y mueve, yo me tomé un tiempo bastante largo para tratar de descubrir en los ensayos qué tenía para decir el material, más allá de lo que yo había leído. Ver cómo es el material a través del cuerpo de los actores que empezaba a resonar, a aparecer. Es un material complejo, porque creo que es una obra existencialista, profunda, que corre el riesgo de banalizarse o de quedarse en un lugar superficial, y ese riesgo me interesó –expresó Verdoia–. Me interesó la posibilidad de estar alerta al misterio que tiene el material, y estar sensible a la profundidad de lo que el texto tiene para decir, a través de un lenguaje que parece hilarante y gracioso, que tiene humor, pero que se va poniendo cada vez más violento y que va empujando a los personajes a un encierro peligroso, claustrofóbico, que los conduce inevitablemente a su propio final. Al mismo tiempo, creo que todos los materiales, incluso los más densos, necesitan estar atravesados por el humor, creo que hay algo ahí que también abre una dimensión posible para digerir estos acontecimientos tan densos. La obra tiene humor, y me parece que es un atajo interesante, sin convertir a la pieza en una comedia neta”.
Por otra parte, el director también mencionó que el material, además, presenta un desafío en términos espaciales: “Yo tenía muchas ganas de volver a trabajar con Alejandro Goldstein, que fue el escenógrafo de Late el corazón de un perro, con quien hicimos un proceso creativo muy hermoso, y sentía que acá había una posibilidad nueva para repetir eso. Tenía ganas de desarrollar un espacio que tenga que ver con una idea más conceptual, pero que al mismo tiempo convoque cierto lugar común de estas oficinas anodinas de pueblos perdidos en algún lugar del mapa. Entonces, tenía que congeniar un poco esto, como la abstracción que proponía la obra, desde lo conceptual, atravesado por el lugar común de estos espacios, y de cómo poder descomponer esta oficina en un espacio mucho más sugestivo, entre lo ilustrativo del lugar y lo poético”.
Y, por último, en relación a la música resalta que pasó algo interesante. El título original de la obra de Jan Vilanova Claudín es Oscuridad, y él sentía que había algo en ese título que refería demasiado al apagón final de la humanidad. “Al mismo tiempo sentía que la obra tenía que abrir con una suerte de obertura, para generar cierto misterio y estado emocional, instalando una apertura importante. El tema elegido fue ‘Il cielo in una stanza’, en la versión interpretada por Mike Patton, vocalista de Faith No More. Y a partir de probar este tema como apertura, es que surge la propuesta al autor del texto original, de cambiarle el nombre Oscuridad aquí, en la Argentina, y ponerle El cielo en una habitación. Sentía que el título nuevo me daba la posibilidad de establecer un contraste mucho mayor y poético entre ese nombre, y lo que la obra finalmente traccionaba”.
¿Y si un evento así efectivamente sucediera?
El cielo en una habitación oscila todo el tiempo en la ambigüedad, habita la dimensión de lo impreciso y pone en duda la cordura de sus protagonistas, la razón como lupa para revelarse frente a un evento extraordinario y definitivo. Tan definitivo como aquellas otras veces en que “ese final” fue anunciado y nunca sucedió.
“Yo creo que, si ocurriera, lo creería –confiesa Rueda– soy totalmente susceptible a esas cosas, es más, creo que vamos hacia eso y somos los responsables. Y si llegara un día en el cual nos dicen falta poco tiempo, lo podría creer. Sí, lo podría creer, y me desesperaría también. Porque más allá de mis luchas y mis incomodidades dentro de este mundo y de este contexto, es un lugar donde me gusta vivir y donde me gusta estar, y donde me gusta relacionarme y conectarme con lo natural”. Nelson Rueda es un destacado actor que, principalmente, se mueve en el ámbito teatral porteño tanto oficial, como comercial y alternativo. Sus trabajos más elogiados fueron en Un instante sin Dios, Las noches blancas, La bestia rubia, El principio de Arquímedes, El avaro, Tu ternura molotov y Desdichado deleite del destino, entre muchas otras.
“En mi caso depende de quién es el que transmite esa noticia –acota Leyrado– si es un grupo de científicos que se juntan en la NASA y dicen que en, no sé, un mes va a caer un un meteorito en la tierra, y se acabó, es probable que lo crea. Ahora, si son personas que me cruzo por la calle o personas que están en una montaña esperando que vengan los extraterrestres o una religión, creo que no. No lo creería. Pero si de verdad se viene el fin del mundo, me gustaría estar con la Colo (Carla Briasco, la productora del espectáculo), que es mi compañera y con mi hijo Facundo. Y Además de eso, me gustaría estar mirando películas”. El actor trabajó en las obras Amalfi, Hebenon y El paso de Santa Isabel, entre otras. Pero, además, está vinculado al cine a través de su productora de cine Cacique Argentina que, entre eventos y películas, produce el Festival de Cine de Cosquín.
En la misma sintonía que su amigo, Rueda agregó: “Yo desearía estar con mis animales, con mis plantas, con Pablo mi compañero, y con mi familia, tomando vino. Creo que haría todo lo que sea placentero. Y que me agarre el momento del fin del mundo con un nivel de felicidad y de goce absoluto. Descorcharía un buen vino patero, para el cual en esas últimas veinticuatro horas me encargué de que salgan las mejores uvas y la mejor preparación para poder brindar... que sea bien nuestro, hecho con las mejores uvas que hemos cosechado nosotros. Y brindaría porque este fin del mundo sea el comienzo de otro. Y brindaría porque el que viene sea alucinante y superador de todo lo que no pudimos aprender en este, porque yo creo en la cosa cíclica. Cuando algo finaliza, empieza otra cosa. No sé a dónde irán nuestras almas, ni qué sucederá con nosotros, pero seguro vamos a estar en un mundo totalmente mejor”, finalizó. Y que así sea... ¡Salud!
Para agendar
El cielo en una habitación
Desde el sábado 8 de julio, todos los sábados, a las 22, en el Espacio Callejón, Humahuaca 3759. Entradas por Alternativa Teatral.
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