La propuesta de teatro comunitario -dirigida por Ricardo Talento- lleva 23 temporadas en cartel y, por localidades agotadas, ya cuenta con una lista de espera de espectadores que recién podrán verla el año que viene
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El reloj marca las nueve y sobre la Avenida Iriarte, en el corazón de Barracas, una extensa fila de espectadores (¿invitados a la fiesta?) aguardan para ingresar al enorme espacio que es sede del Circuito Cultural Barracas, el colectivo de teatro comunitario integrado por vecinos del barrio y que fuera uno de los bastiones creativos de Ricardo Talento, el director -fallecido el pasado 1° de septiembre- e impulsor de esta forma de acontecimiento escénico sostenida en el trabajo colaborativo y autogestivo que hoy conforma una red con más de 50 grupos en todo el país.
Sobre la vereda se respira un clima celebratorio que no cesará en toda la noche. Un casorio amerita esa predisposición. Acá el “Sí, quiero” se dará entre una jovencita de familia de raíz italiana y un muchacho donde los suyos son rusos. Colorido y griterío para los primeros, envalentonados por las mesas pantagruélicas. Tonos grises y gestos adustos para los segundos, templados con el vodka y acostumbrados a zapar la nieve.
Claudio y Paola son los primeros en la fila. Se enteraron de la propuesta a través de las redes sociales, nunca vieron la obra y no saben nada sobre la misma, salvo que se trata de una boda. “Venimos a sorprendernos”, explica la pareja. Están en lo cierto. En pocos minutos ellos mismos estarán inmersos en El casamiento de Anita y Mirko, la propuesta site specific que lleva 23 años de representaciones, cosechó cerca de 700.000 espectadores, tiene todos sus tickets agotados hasta fin de año y ya cuenta con una lista de espera de público para el inicio de la temporada 2025. Si de fenómenos sociales y populares se trata, aquí reside un claro ejemplo digno del análisis del antropólogo social Bronisław Malinowski. Alteridad sin aditamentos.
“Es teatro comunitario de vecinos para vecinos, pero con enorme calidad artística”, sostiene Corina Busquiazo, una de las coordinadoras del grupo y cofundadora de este proyecto en 1996, como una consecuencia natural de Los Calandracas, aquel recordado equipo creativo de impronta nómade y teatro de calle.
“Es una invitación al juego. La gente que viene no se conoce, salvo los que lo hacen juntos, pero todos comparten las mesas y el baile. La fiesta es popular y une a las personas. A pesar de las diferencias que podamos tener, todos estamos de acuerdo en que el amor suceda”, grafica con mucha precisión Nora Luján, una de las vecinas actrices participantes.
De pronto, las puertas se abren y la familia “tana” sale a la vereda a conversar con el resto de los “invitados” que aguardan para participar del banquete en el salón “La Taffié de tu Barrió”. Rápidamente todos se encienden en el juego, entienden la dinámica y les siguen la corriente. El colectivo 12 se detiene justo en la puerta y las caras de asombro de los pasajeros desprevenidos es otra postal posible. Los personajes son llamativos. No es cuestión de pasar inadvertidos justo cuando se casa la nena. ¿Fellini ya llegó?
Comienza la velada
Es hora de ingresar al festejo. El gran salón está sembrado por mesas -de puntillosos manteles blancos- que reciben a 10 personas cada una, una pista central y dos familias enfrentadas, una en cada punta, al mejor estilo Montesco y Capuleto; pero, a no preocuparse, lejos de Verona y a pocas cuadras del Riachuelo nadie morirá.
En segundos, algunos de los vecinos artistas comienzan a servir. Empanadas bien rellenas y sándwiches de miga robustos. Gaseosas, agua y vino en botellas familiares. A disfrutar de la fiesta con una ambientación aspiracional de un saludable y predispuesto fatto in casa.
La propuesta desobedece el concepto de la “cancelación”. “Existe una gran necesidad de encontrarse dentro de otros espacios, de generar empatía, porque, este tipo de teatro, no se puede hacer sin complicidad ni ternura. Hoy rige el ‘cómo me veo’ o el ‘¿me aceptarán o no?´. Acá, todo el mundo es bienvenido”, afirma Néstor López, uno de los coordinadores fundadores y director de la banda que tocará en vivo durante la noche y, además, responsable la musicalización y el diseño de luces y técnica.
Con los “tanos” ya ubicados, es momento del ingreso de los rusos. Serios, corpulentos, protocolares. La caricatura enternece. Promediando la función, todos se solidarizan con ellos que, una y otra vez, machacarán con la pronunciación correcta del nombre Mirko con un contundente y coral “Meerkooo”. Y tienen razón.
Mariana Brodiano también coordinadora y fundadora del proyecto. Ella grafica muy bien el concepto, que aglutina a 60 actores-vecinos y 100 espectadores por noche: “Al público le decimos que haremos de cuenta que somos familia, los invitamos a jugar”. Sucede algo sorprendente, todos se suman a lo lúdico sin ningún tipo de inhibición. “¡Llegaron los novios!”, grita alguno. Allí están Anita y Mirko, listos para dar por iniciada la festichola. Y todos los ovacionan.
Los “invitados”
Mariel se enteró de la propuesta por Instagram y se lo comentó a sus amigas. Armaron un grupo -conforman la mesa más bulliciosa de la función- y están listas para disfrutar de la velada. Una de ellas confiesa a LA NACION, “mi papá la había visto”, y otra comenta “el señor del remís que nos trajo también había venido”. Son muchos años de trabajo el que lleva adelante el grupo de artistas de este enclave en el sur capitalino y El casamiento de Anita y Mirko ya forma parte de esas propuestas que ameritan la pregunta “¿todavía no la viste?”.
“Sin mala intención, muchos nos dicen que, dada la calidad de lo que ofrecemos, deberíamos estar en el Centro, en la calle Corrientes, pero esa no es nuestra esencia, la idea es ocupar nuestro espacio, es una elección, estamos contando algo”, sostiene la coordinadora Mariana Brodiano con claridad conceptual.
Hubo actores profesionales y productores comerciales que quisieron emular la propuesta, pero fracasaron en sus iniciativas. El casamiento de Anita y Mirko es mucho más que una obra de teatro, encierra un ideario en torno al hacer y el compartir. “Hoy vivimos un exacerbamiento de lo individual, pero el teatro comunitario busca romper con eso, trata de rearmar los lazos que se han roto”, sostiene la vecina actriz Nora Luján.
En igual sentido, Busquiazo reconoce que “acá nadie se ríe del otro, sino que nos reímos entre todos; la gente está expuesta, entonces trabajamos el hecho con mucho cuidado. La idea es compartir, que circule la amorosidad y poner freno a las paranoias sociales”. Si bien los espectadores son los partícipes de la fiesta de bodas, lo cierto es que nada resulta invasivo.
Cada cual hace lo que desea en ese plan ritual que incluye el consabido vals de los novios, varias rondas de baile -Xuxa, Palito Ortega y Las Primas resultan irresistibles-, una flamante esposa que arroja su ramo a las mujeres presentes, un set de boleros en vivo interpretados por una banda y una cantante caribeña deliciosa, pero de dudosa procedencia, así como el corte de la torta con crema y dulce de leche que todos degustarán antes de partir. “Compartir la comida es un hecho dramatúrgico”, sostiene López, mientras que su compañera Brodiano remarca: “No se trata de una cena show”.
Acaso la posibilidad del vino de raíz bíblica se convierta en una transustanciación poética que conceptualice el ritual del compartir. “Comenzamos en 2001, en un momento muy duro del país, pero pensamos que lo celebratorio y la unión eran las formas de pararnos frente a eso”, afirma Nora Luján.
Nada es por azar
Una gran organización es la que hace posible este trabajo interdisciplinario de notable precisión. Como en cualquier proyecto de teatro comunitario, los vecinos se encargan de todo, desde conseguir la utilería necesaria para realizar las funciones a la elaboración del vestuario que acarrea su propia historia ya que llega de familiares generosos, ferias americanas con buen precio y las casas de “moda circular” hoy tan vigentes.
En el caso del Circuito Cultural Barracas, además, se lleva adelante una tarea formativa previa sumamente interesante y que es la que permite que cada propuesta artística resulte orgánica. Sesenta intérpretes en escena deben lucir armónicos, creíbles y organizados en su decir, en el canto y en los desplazamientos con los que habitan el espacio. El casamiento de Anita y Mirko no solo es coral, sino multitudinario y muy complejo de poner en escena.
Del colectivo participan niños, adolescentes, jóvenes, adultos y adultos mayores. Algunos de los actores vecinos se incorporaron siendo chicos y hoy forman parte del equipo junto con sus hijos pequeños. Una vecina actriz con una dificultad neurológica severa se traslada en silla de ruedas, algo que no es impedimento para que forme parte del elenco desde hace dos décadas sin faltar un solo sábado.
“Podemos estar todos juntos y aprender unos de otros. Es un espacio abierto, todo el que quiera ingresar puede hacerlo”, reconoce Nora Luján, vecina a la que hoy no le toca actuar. Son tantos los integrantes del grupo -más de 200- que van rotando su participación, aunque no manejan el concepto de “reemplazo”, sino el de “versiones”. Cada vecino actor le dará una “versión propia” al personaje que le tocará interpretar. Esta posibilidad también deja los egos fuera del lugar.
“No hay profesionales del teatro, todos viven de otra actividad, tienen compromisos familiares, cuestiones personales que atender, entonces nadie se enoja si alguien no puede asistir a una función o desea alejarse por un tiempo y luego regresar”, explica Busquiazo, dejando en claro el valor inclusivo y dinámico que se maneja.
LA NACION observa el trabajo previo como un engranaje donde cada cual atiende su juego y sabe qué tiene que hacer. Conmueven el amor y la precisión, pero también el clima de alegría que se respira desde el vamos. Todos se disponen a la ceremonia que compartirán con honestidad ética.
Algunos vecinos ultiman detalles para que las mesas luzcan cómo se debe. Otros terminan de coser el vestuario que debe lucir impecable antes de salir a escena. Desde la cocina huele rico y un falso lechón ahumado en la penumbra hace ilusionar a más de uno.
El ritual del maquillaje es gratamente caótico. Cada cual con su espejito de mano, y a darle duro y parejo a esos rostros que quedarán bien definidos por el trazo grueso buscado adrede.
Formación
Así como varias compañías profesionales quisieron emular la idea sin éxito, Mariana Brodiano y Néstor López realizan viajes regulares a Francia, donde entrenan a diversos grupos de pequeñas poblaciones. “No se trata de traspolar nuestras obras, sino de brindarles las herramientas para que puedan generar el material propio. En el exterior valoran nuestra ternura y desmesura”, coinciden los coordinadores. También en España y en México dictaron clases y compartieron sus experiencias.
“Sin que los vecinos y las vecinas pierdan la inocencia y el juego, buscamos la calidad artística, por eso contamos con talleres de integración de niños, adolescentes y adultos, donde les transmitimos técnicas para que después puedan actuar”, afirma Brodiano.
Así como en el casorio de ficción aparecen en escena diversas generaciones, pronto se estrenará No es lo que parece, una propuesta que realizarán exclusivamente los niños y adolescentes que se forman en el Circuito Cultural Barracas.
Si bien las puertas están abiertas para todos los vecinos interesados en participar, también es cierto que, quien desee hacerlo, debe entrenar en los talleres, una forma de amalgamar experiencias, procedencias diferentes. “Todos manejan la misma información”, explica Néstor López. Está claro que para los vecinos el trabajo es amateur, pero de enorme rigurosidad artística. De hecho, ensayan antes de cada función, como lo hicieron delante del equipo de LA NACION a pesar que se trataba de la función 640. Antes de dar la orden de comienzo, el director musical López pide una pasada de la canción final que resulta conmovedora.
“En el escenario se ven todas las generaciones representadas, como lo están en toda la comunidad, eso le da mucha potencia a la propuesta”, reconoce Busquiazo, mientras que López remarca que “no todos tienen el mismo cuerpo. Trabajamos con las distintas corporalidades, energías y edades”. Cuerpos vivos en escena, de eso se trata.
¿Ficción o realidad?
Hace pocos días, dos vecinos artistas del proyecto decidieron contraer matrimonio y no encontraron mejor y más original forma de hacerlo que comprar una función del espectáculo para agasajar a sus familiares y amigos. Una boda real en medio de la de Anita y Mirko.
“Nuestros invitados participaron como público, pero era nuestra boda real”, cuenta Juan Carlos Imbrogno, quien lleva 16 años en el grupo y suele interpretar, rotativamente, al abuelo ruso, el sacerdote o el padre de la novia. Lilia Toranzos, su esposa, también forma parte del colectivo. “Jugamos en una zona difusa, por eso nos acordábamos de la película El gran pez”, sostiene el hombre con acierto en torno a aquel logrado film dirigido por Tim Burton que tensionaba la realidad con la ficción.
Si de cine se trata, hace años, el director Franco Brogi Taviani, hermano menor de los realizadores Paolo y Vittorio, rodó en el Circuito Cultural Barracas su documental Italianos, manos a la obra, reflejando parte del fenómeno local.
Muchos grupos de espectadores se acercaron para festejar cumpleaños, despedida de solteros y hasta, sin contradicción, algún divorcio. Aquella noche en la que se cortó la luz, se encendieron los faroles de emergencia y la representación continuó incorporando el suceso. Nadie supo si se trataba de parte del relato o de un contratiempo verídico. Anita y Mirko transitan un borde difuso entre verdad y fábula, al menos para el espectador desprevenido.
Ese cruce también ha sido un lazo entre el acontecer de la barriada y la posibilidad de contar sus historias en voz alta como sucedió con las magníficas propuestas Los chicos del cordel -en torno a los pibes de la calle- y Zurcido a mano -donde se daba cuenta del “tajo” que provocó la autopista que partió en dos al barrio. Las piezas se sostienen en dramaturgia de gestión colectiva, pero han sido supervisadas y escritas por Ricardo Talento.
“El público puede oficiar de invitado, ser partícipe de turismo barrial en un recorrido por las calles o ser convocado a una reunión secreta, de acuerdo a la obra que presentemos. El espectador, para nosotros, tiene una entidad, una direccionalidad”, grafica el músico Néstor López.
El Circuito Cultural Barracas funciona en un enorme edificio alquilado, con lo cual resulta fundamental ya no solo el abono de la entrada a las funciones, sino la colaboración a través de una suerte de red de socios denominada “Amigos del Circuito”, que resulta primordial para la subsistencia del proyecto.
“Hay gente que llama y nos consulta si estamos dentro de la Capital Federal, porque ni siquiera estamos en el radio céntrico de la avenida Montes de Oca”, cuenta Busquiazo, siempre atenta a darle visibilidad al grupo y agrega: “Logramos que el público cruce algunas barreras y que se conecte cara a cara, esto no es Facebook”.
Nadie se quiere ir. Ya es casi la medianoche y Barracas comienza a apagar el bullicio para embriagarse con los silencios de esa atmósfera barrial susurrada que pocos rincones de la ciudad aún conservan. Como sostiene la directora francesa Ariane Mnouchkine “el teatro es la utopía de lo que el mundo podría ser”. Los vecinos de Barracas algo de eso saben.
Para agendar
El casamiento de Anita y Mirko. Sala: Circuito Cultural Barracas (Avenida Iriarte 2165). Funciones: sábados a las 21. Por localidades agotadas hasta fin de año, se encuentra disponible una “lista de espera” para las funciones de 2025.
No es lo que parece. En la misma sala, funciones: 18, 19 y 26 de octubre y 1° de noviembre.
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