El bullying en el centro de la escena: el drama de ser diferente
El teatro dirige su mirada al abuso de poder en edad escolar; Mi pequeño poni, obra de estreno inminente y basada en un caso real, medita sobre la violencia y el silencio como una forma de la complicidad
Quizá porque todos hemos sido tocados por el tema -como víctimas o victimarios, de manera más o menos consciente, antes o después- es que cada caso de bullying nos perturba. O quizá es porque ahora, como no sucedía antes, nos atrevemos a mirarlo de frente, a denunciar a quienes ejercen el abuso de poder en la etapa escolar. Las cifras son elocuentes: según datos de la Unesco, cuatro de cada diez estudiantes secundarios admiten haber padecido acoso escolar en nuestro país. La estadística de la ONG Equipo Anti Bullying Argentina en relación con todos los niveles escolares es igualmente inquietante: uno de cada cuatro chicos tiene miedo de algún compañero. La realidad que reflejan esos números es conocida por todos. Aunque desde hace tiempo se utilice la voz inglesa bullying para definirla, es un comportamiento que siempre existió. Tal vez como prueba de aquella preocupación y de la sensibilidad que el tema despierta en la sociedad, el tema es abordado cada vez con mayor frecuencia en el teatro local. Este año lo abordaron seis obras: Los ojos de Ana, Bullying, un ataque de risa, Boom... no más dolor, En giro, Lindo, el patito feo y La excursión. Se suma esta semana El pequeño poni, escrita por el español Paco Bezerra, que se estrenará el sábado en El Picadero con dirección de Nelson Valente. Alejandro Awada y Melina Petriella serán Jaime e Irene, los padres de Miguel, un pequeño que sufre acoso en su escuela y ni aun en su propia casa consigue la contención que necesita para afrontar su drama.
Por la densidad del texto, el trabajo para esta puesta comenzó de manera poco frecuente. Petriella recuerda haber terminado de leer la obra sintiéndose sumamente angustiada, llorando en la cocina de su casa. Actores y director entendieron que lo mejor era pasar directamente del texto al cuerpo, sin una primera lectura.
"Nos tiramos de cabeza a trabajar: al principio, las 14 escenas eran de una gran intensidad, angustia y dolor; a medida que fuimos trabajando, empezamos a graduar esa potencia y a ver en cuáles hacía más falta estar en carne viva y en cuáles no", explica la actriz.
Awada elige relacionarse con su personaje desde lo escrito: "Me focalizo en el texto y trato de profundizar y meterme para adentro. Después, llega un momento en que suelto, pero las palabras siguen teniendo el peso que tienen que tener. En cada una de las pasadas me conecto con la profundidad del dolor y de la incomprensión de lo que le sucede a Jaime, que se siente desbordado en relación con lo que le pasa".
El pequeño poni -adaptada por Ignacio Gómez Bustamante y producida por Sebastián Blutrach- está inspirada en hechos reales ocurridos hace tres años en Carolina del Norte, Estados Unidos, y que padecieron dos niños, Michael Morones y Grayson Bruce, a quienes Bezerra les dedica la obra. Morones, de 11 años, intentó ahorcarse porque no soportaba el maltrato de sus compañeros de escuela, y aquel intento de suicidio le dejó un daño cerebral irreparable. A Bruce, de 9 años, le prohibieron la entrada a la escuela donde había sufrido ataques físicos y verbales por llevar una mochila de la serie de dibujos animados Mi pequeño pony, de la que también era seguidor Morones.
A Valente, director y cofundador de Banfield Teatro Ensamble, compañía que este año celebra sus dos décadas, lo moviliza especialmente saber que la obra que dirige nació inspirada en una tragedia real. "Me parece increíble y terriblemente conmovedor lo que le sucedió a uno de estos niños, que sintió que en el mundo no había más lugar para él. Comprendió el discurso que la sociedad le estaba dando, que le decía «éste no es un lugar para vos»", reflexiona, emocionado.
"El bullying y lo que hablamos en este trabajo es algo que trasciende la historia de estos niños. Como sociedad, esta pieza nos interpela y nos hace pensar cuál es el rol de las instituciones y de los padres. Es una obra dura para transitar, pero es muy interesante que podamos hablar de esto", añade Petriella, que forma parte actualmente de Idénticos, del ciclo Teatro x la Identidad, del cual participa desde hace 14 años.
En mayor o menor medida, todos hemos encarnado alguno de los roles de esta forma de violencia: agresor, víctima o espectador. Y quizá ésa sea la razón que vuelve universal esta problemática y hará que los espectadores sientan cercanía (e incomodidad) con la pieza.
"En mi época no se llamaba bullying. Sucedía y mucho, pero se llamaba de otra manera: te puedo hablar de discriminación, marginación, violencia... Era muy cotidiano, habitual y de todos con todos", revela Awada. "Yo hice la primaria en la época del Proceso, en el conurbano bonaerense, que era como hacerla en el Lejano Oeste -relata Valente-. Fue muy duro: sufrí bullying de compañeros por ser petiso, chiquito, diferente, y las maestras no te escuchaban... Recuerdo días en los que ni quería ir. En esos años, esto no tenía nombre y era algo que había que padecer y que uno vivía sin estar acompañado por su familia."
Petriella, al hacer memoria, se ve a sí mismo como parte de una situación de bullying y se lamenta por no haber tenido más herramientas para frenar el maltrato. "Tengo el recuerdo de mi grupo de amigas en la secundaria y de volver del viaje de egresados con una chica que la pasó muy mal -rememora-. Si bien no participé activamente de molestarla, sí lo hice desde el silencio. Con el paso de los años, me di cuenta de que hay muchas maneras de participar: guardar silencio y observar también es una manera de ser cómplice. Y yo fui una espectadora horrible. Me acuerdo del nombre de ella y no la voy a nombrar porque ya somos grandes, pero seguramente hizo una hermosa vida porque era una piba muy piola y nosotras fuimos muy tontas. Uno recién cuando es más grande puede reflexionar, sobre todo cuando no hubo un mundo adulto ni una institución que señaló ni ayudó a reflexionar. ¿Naturalizamos la violencia para sobrevivir o porque no nos interesa? La obra también habla un poco de eso, de nosotros como individuos y como parte de una sociedad que está atravesada por la violencia. Estos padres, para sobrevivir, piensan en sacar del colegio a su hijo, pero el problema es que ahí difieren: Jaime se ancla en una batalla, Irene en otra y nos olvidamos de Miguel. Pero cuando nos acordamos, ya es un poco tarde. Habría que correrse un poco de ese lugar para lograr que las cosas se modifiquen".
Valente, autor de El loco y la camisa -obra que lleva nueve temporadas ininterrumpidas en Buenos Aires-, se interesa como dramaturgo en aquellas historias mínimas que reflejan los grandes problemas que atraviesan a la sociedad. "La familia, lo que no se dice, la violencia de lo cotidiano, los silencios, son cuestiones que me apasionan. Supongo que será el mundo de mi infancia, adonde todos vamos cuando tenemos que crear. No me interesan tanto los grandes temas sociales tocados desde lo general sino vistos desde un detalle, como puede ser la familia o la pareja, donde uno puede empatizar, espejarse un poco y tomar conciencia. No hace falta una guerra para que haya violencia", explica el director, que recientemente estrenó El declive, también de su autoría.
Si bien los protagonistas de la escena son los padres, en la puesta de El pequeño poni -sugerido por el propio autor- la aparición metafórica del pequeño Miguel es un elemento fundamental, ya que sin estar desde las palabras se vuelve sumamente presente. "Hay un cuadro muy grande del niño, en el fondo del escenario. La víctima está presente todo el tiempo: habla, grita, pide ayuda y nadie lo escucha. Desde ahí, la puesta interpela mucho", asegura el director.
Cuando se estrene El pequeño poni encontrará compañía de otras obras que por estos días se proponen hablar del tema: Lindo, el patito feo -en el teatro La Galera Encantada, dirigida a los más chiquitos- o La excursión, en El Método Kairós, pensada para un público joven.
En un ensayo, Awada hace un gesto y Valente se queda pensativo, como recordándolo de algún lado. Unos minutos después, se le hace la luz: había visto esa misma expresión del actor en La canzonetista, obra en la que coincidieron por primera vez. Desde aquella puesta en 1992, que además fue el debut de Valente como director, no habían vuelto a trabajar a la par.
"Con toda la humildad que puede salir de mí, ojalá esta obra esté al servicio de crear conciencias y que el espectador reflexione con respecto al bullying, la marginación, el desprecio por el otro, a la violencia -se ilusiona Awada-. No creo que las instituciones estén ocupándose del tema con seriedad y, como sociedad, lo estamos padeciendo, nos duele, pero hay mucha incomprensión. ¿Cómo hacemos para comprender como sociedad? Creo que estamos muy inmaduros en ese sentido."
Valente considera que todos los que leyeron esta obra terminaron muy conmovidos. "Conmover viene de «moverse con» y significa estar pendiente de la suerte de los personajes y, para eso, poner en compromiso tus emociones. Espero que, puesta en el escenario, ocurra eso mismo", dice.
Quizás el arte, una vez más, ayude a comprender.
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