El beso, un hilarante tratado sobre el amor donde Luciano Castro y Luciano Cáceres desafían el rol convencional del galán
El nuevo material de Nelson Valente continúa con la saga iniciada con El divorcio; una propuesta sostenida en situaciones reconocibles con planteos sobre la vida conyugal contemporánea que generan empatía y risas en los espectadores
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El beso. Autor y director: Nelson Valente. Elenco: Luciano Castro, Mercedes Funes, Luciano Cáceres y Jorgelina Aruzzi. Música original: Nico Posse. Diseño escenográfico: Mariana Tirantte. Diseño de luces: Matías Sendon. Vestuario: Lara Sol Gaudini. Asistente de dirección: Constanza Urrere. Producción: Javier Faroni. Sala: Lido (Santa Fe 1751, Mar del Plata). Funciones: martes a domingos 20.45. Duración: 75 minutos. Nuestra opinión: muy buena.
Así como sucedió durante la temporada pasada con El divorcio, este verano, el dramaturgo y director Nelson Valente vuelve a involucrarse con las cuestiones de pareja desde el tono de la comedia en estado puro y con un elenco de figuras populares. La obra en cuestión es El beso y los protagonistas que la llevan adelante son Luciano Castro, Mercedes Funes, Luciano Cáceres y Jorgelina Aruzzi, un gran equipo al servicio de cada uno de los parlamentos que propone el material.
Pablo y Jimena -interpretados por Luciano Castro y Mercedes Funes- y Gonzalo y Moni -a cargo de Luciano Cáceres y Jorgelina Aruzzi- son dos matrimonios amigos que deciden encontrarse para celebrar el fin de año. Como en no pocas ocasiones sucede, la reunión termina convirtiéndose en la excusa para desempolvar frustraciones y reproches. Un primer beso -entre los personajes masculinos- rompe el statu quo familiar y se convierte en el disparador de una seguidilla de encuentros de fin de año donde no solo se cambia de lugar el arbolito de Navidad, sino que también van mutando roles y vínculos entre los personajes.
Nelson Valente es el fundador de la compañía del Banfield Teatro Ensamble, un bastión del teatro independiente del sur del Conurbano y autor de obras como El loco y la camisa -texto profundamente inteligente y una suerte de clásico contemporáneo- y Los perros -comedia donde también se posiciona en primer plano la cuestión vincular intrafamiliar.
Además Valente ha llevado sus puestas al exterior y dirigido materiales de autores foráneos como Pau Miró, Sabina Berman y Pere Riera. Indudablemente, se mueve muy cómodo tanto en el circuito independiente como en el comercial y comandando textos de hondura dramática como propuestas más livianas. En este sentido, si algunos de sus títulos han convocado favorablemente a la crítica internacional y a los curadores de importantes festivales del mundo, no menos loable es su capacidad para entender qué temáticas empatizan con el público más masivo, sin por ello restarle valor a su trabajo. En El beso, despliega los tópicos de la comedia más hilarante apelando a situaciones cotidianas y reconocibles del mundo de la vida conyugal y familiar; no descuida la cuestión de género inclusiva y le da vuelo a la típica comedia de living.
Sí, para qué negarlo, el beso entre los galanes es una herramienta promocional, pero, nobleza obliga, justificada de sobra por la dramaturgia. Tal es el tono que maneja el relato que, lejos está la situación de convertirse en un momento erótico o que busque despertar morbos, sino que se trata de una escena de pura ternura y mucha risa.
Así como la excusa que propone el texto se desarrolla de manera inteligente, otro de los puntales de la propuesta es el contrapunto de los cuatro intérpretes. Luciano Castro se muestra como un gran comediante y con mejor modulación que en obras anteriores que le tocó interpretar; si bien el actor apela a algunas zonas de confort que le quedan muy cómodas, cumple sobradamente con la composición de esa suerte de antihéroe camuflado en envase imponente.
Mercedes Funes y Luciano Cáceres también se plantan firmes y seguros, posibilitando el crecimiento de sus personajes a medida que avanza el relato, algo que siempre agradece el espectador. Ambos actores ofrecen una amplia gama de recursos. Cáceres, muy solvente, dota a su chico de ficción de ricos matices, en una composición que va mutando con el transcurrir del relato.
Jorgelina Aruzzi merece un renglón aparte. La actriz es una suerte de Niní Marshall actual, de hecho, interpretó hace algunos años a la recordada y monumental humorista. Su Moni es disparatada y saludablemente afectada. La actriz les saca jugo a sus parlamentos y también a las posibilidades expresivas de su cuerpo habitando con mucha comodidad el espacio escénico.
Seguramente, con el correr de las funciones, los cuatro actores irán sumando matices a sus roles, apelarán a algunos silencios que pueden completarse con miradas y acciones y sustraer, por momentos, algunos desbordes innecesarios. Un poco menos de gritos no vendría mal. A veces, se malinterpreta el tempo de la comedia, confundiéndolo con una catarata abrumadora de palabras dichas en voz alta que desvalorizan las ideas que se vierten.
Cuando Castro, Funes, Cáceres y Aruzzi salen a escena son ovacionados, como si se tratase de un cuarteto de rock stars. A lo largo de la hora y cuarto que dura la obra se roban unos cuantos aplausos a telón abierto.
Es saludable encontrarse con gente joven, generalmente esquiva al teatro comercial, en la platea de una sala como el Lido, emplazada dentro de un complejo donde también funcionan el Neptuno y el Bristol, conformando uno de los polos escénicos más importantes de Mar del Plata y mantenido a pura convicción por Carlos Rottemberg. La obra permite salir de la sala con una sonrisa y olvidar, por un rato, de la acuciante realidad. Además deja flotando en el ambiente algunas preguntas en torno a la acción, el poder y los efectos de besar. También vale aquí aquello que alguna vez dijo Lope de Vega en torno al amor, “quien lo probó, lo sabe”.
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