Este clásico que llevó al cine Héctor Babenco y atrajo la atención del rey de los musicales estadounidenses, Harold Prince, cuya versión estrenó en Londres y Nueva York y llegó a Buenos Aires en 1993; actualmente hay una nueva puesta en Buenos Aires
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Manuel Puig nació el día que se conmemora a los Santos Inocentes, un 28 de diciembre, de 1932, en General Villegas (murió el 22 de julio de 1990 en Cuernavaca, México), quizás esa sea la virtud por la que su obra literaria trasmite, en parte, una mirada inocente, traviesa, soñadora y hasta compasiva hacia sus personajes. Pero a la vez aguda en la observación y en mostrar la injusticia. El escritor integró las filas del Frente de Liberación Homosexual, en 1971, junto con Néstor Perlongher y otros escritores. Más cerca de Roberto Arlt, que de Borges, Puig fue un cronista de su tiempo y un admirador profundo del cine negro de las décadas del 30 y el 40. Tuvo una gran atracción por las femme fatal –Greta Garbo, Marlene Dietrich o Gloria Swanson, incluida la argentina Mecha Ortiz– a las que conoció a través de la pantalla del cine de Villegas (aunque a Rita Hayworth la conoció en los Estados Unidos y le prometió que su novela La traición de Rita Hayworth sería llevada al cine, algo que nunca se concretó), al que concurría siendo un niño con su madre. A su vez los radioteatros, las telenovelas permitieron que su literatura se nutriera de ese suave y atrapante perfume de un género tan popular, como el melodrama.
Lo mencionado, en parte, está presente en una novela que a lo largo de las décadas se convirtió en un clásico adaptado para el teatro y el cine, El beso de la mujer araña (1976), que tiene dos actos y nueve cuadros y cuenta la historia de dos presos, que comparten una celda en la cárcel de Villa Devoto, durante el Gobierno militar, en los años 70. Ellos son Molina y Valentín. El primero es un decorador de vidrieras gay, acusado de corrupción de menores. El otro, un militante de izquierda. El último tiene varios años más que el primero. A través de la convivencia y de sus diferencias, ambos van construyendo una relación profunda. Molina es el motor que permite hacer más fácil el encierro, al asumir el papel de narrador de películas en las que coinciden lo romántico, la intriga, lo político y la traición. A su vez es el que guarda un as bajo la manga, cuya misión es ganarse la confianza de Valentín para qué este le pase data de otros militantes de izquierda como él, datos que Molina, después, canjeará con el director del presidio para obtener su libertad y de ese modo reencontrarse con su madre, que está enferma.
¿Cómo termina la historia? Habrá que acercarse hasta el teatro Buenos Aires, de Rodríguez Peña y Corrientes, que por días El beso de la mujer araña, se presenta a sala llena, los viernes y sábados, a las 20, con las actuaciones de Oscar Giménez (Molina) y Pablo Pieretti (Valentín), dirigidos por Valeria Ambrosio. Pero antes, hay que destacar que la novela que dio origen a la pieza teatral, también escrita por Manuel Puig, surgió durante su exilio en México, en los años 70.
En 1973, cuando la editorial Sudamericana le publicó su novela Buenos Aires Affair, el autor de Boquitas pintadas y Pubis angelical, recibió una amenaza de la Triple A y decidió irse del país. El beso de la mujer araña fue publicada por Seix Barral, en 1976, previamente había sido rechazada por la francesa Gallimard, por considerar que la relación consentida de un militante de izquierda con un gay afeminado, iba en contra de los preceptos izquierdistas de la editorial. En la Argentina la novela se publica recién en 1993 y fue traducida a más de 20 idiomas.
La versión teatral escrita por el mismo Puig de su novela, se estrenó en la sala Escalante de Valencia, el 18 de abril de 1981, con los protagónicos de Pepe Martín (Molina) y Juan Diego (Valentín). En el prólogo de la edición española del libro, Pepe Martín cuenta que se encontró con Puig, en Nueva York, “en el Roompelmayer, un salón de té exquisito de la Quinta Avenida y donde solía tomar el té Paulette Godard. Me citó ahí con la esperanza de encontrarla. Con su personal sentido del humor, me fue contando en su argentino pasado por México, que los derechos del relato para cine los tenía Burt Lancaster, que nunca llegó a hacer Molina, como pretendía. Manuel era un ser cálido, irónico, ligero y profundo. El final de la novela y de la obra es en definitiva la clásica historia de chico-encuentra-chica. Manuel era tan drástico en sus filias y fobias de mitómano, que fue capaz de dejar en la calle a Néstor Almendros una cruda noche de invierno neoyorquino por su desamor a Lana Turner. ‘Una persona que no quiere a Lana no puede dormir bajo mi mismo techo’, me contó que le dijo”.
En 1983, con producción de Carlos Perciavalle, Luis César Amadori y Luis González se conoce en el teatro Regina, dirigida por Mario Morgan, con Pablo Alarcón (Valentín) y Osvaldo Tesser (Molina). Ese mismo año, en su debut teatral, el director de cine Arturo Ripstein (La reina de la noche, Profundo carmesí, entre otras películas), la presenta en México. En 1990, dirigida por Rubén Szuchmacher, con Humberto Tortonese y Martín Urbaneja, sube a escena en el teatro El Cubo, del barrio de El Abasto. En 1992 llega al West End neoyorquino y en 1993 a Broadway, dirigida por Harold Prince, en versión teatral de Terrence McNally, con canciones de Fred Edd y John Kander, con la que conquistan el premio Tony. En 1993, Prince que ya había visitado Buenos Aires años antes, la estrena con su impactante formato de Broadway, en el Lola Membrives, con los protagónicos de Valeria Lynch, Aníbal Silveyra y Juan Darthés, en versión en castellano de Carlos Orgambide y Alberto Favero. Previamente en 1985, Héctor Babenco la traslada al cine, con William Hurt (gana un Oscar por su papel de Molina), Raúl Julia y Sonia Braga. En oportunidad de su estreno en los Estados Unidos, el crítico Bob Graham, del San Francisco Chronicle, la definió como una “Casablanca gay”. Se refería, claro, al film con Humphrey Bogart e Ingrid Bergman.
En diálogo con Valeria Ambrosio, la directora destaca que la puesta en escena actual de la pieza, es un homenaje a Ernesto Pérez Re, que murió el año pasado. “Les voy a contar la génesis de esta propuesta –detalla–. Yo estaba haciendo Viva la vida, en el Lola Membrives (2019) y me llamó Ernesto, que era un ser magnífico y muy apasionado y me insistió para que nos encontráramos. Pasó a buscarme al teatro y me dijo que tenía un sueño: hacer de Molina, de El beso de la mujer araña. ‘¡Qué sueño!’, le contesté. Juntos pudimos concretar su sueño. Me aclaró que tenía los derechos de la pieza. Ernesto era entrañable y me aclaró: ‘no me quiero morir sin hacer este personaje’. Me empezó a enamorar su pasión y me esperó durante cinco meses, hasta que yo regresé de Barcelona, adonde había ido a trabajar. Él se preparó, la estudió, la estrenamos y a los tres meses Ernesto murió. Luego llegó la pandemia, se cerró todo y después decidimos reponerla con Oscar Giménez, que hace de Molina y, además de actor, es el programador de la sala y Pablo Pieretti, que estaba desde el comienzo y había hecho esas pocas funciones con Ernesto. Yo sentí que tenía que apropiarme de la obra para que esa historia tuviera una vida real, desde la ficción claro, en el escenario. El texto es inamovible, es perfecto, no tenés que tocar una coma. En algunas versiones se utilizaron proyecciones. A mí el cuerpo no me lo pidió. Estoy cansada de la tecnología, quería volver al teatro de batalla”.
–¿Cuando comenzaste a trabajar qué te resultó más difícil?
–Es una pieza llena de matices, de subtextos. Hay una gran profundidad en la interpretación del texto. Además corría el peligro de que tanto Molina, como Valentín se convirtieran en personajes estereotipados, aunque también puede ser una opción, no me pareció correcto. Por eso comencé a trabajar el antes con estos personajes. Por ejemplo, imaginar cómo era Valentín de niño, en su casa, con sus padres, antes de convertirse en un militante. Lo que tiene este tipo de obras, es que son clásicas y entendés por qué lo son. En cada década que la hagas y más en un país como el nuestro vas a encontrar un eco. La pieza habla del ser humano, que somos los mismos siempre. En 1976 teníamos un Gobierno de facto. Se perseguía, se torturaba, se mataba y si eras homosexual ibas preso. Hoy eso no sucede, pero el colectivo LGTBQ+ sigue librando sus batallas. Se lograron muchas cosas, hay leyes y la homofobia no está bien mostrarla, no es que se erradicó. No te condena el Estado, pero te puede condenar un ciudadano con su mirada, con su gesto violento. Lo que sucede en la obra es que ambos personajes son marginales, están condenados por el sistema. La obra trata de individuos y como tal es una obra política. Yo no vi el musical y tampoco quise ver la película de Babenco. El desafío fue hacer que ese texto esté vivo en el escenario, porque es muy al estilo de Alberto Migré, que musicalizaba muy bien sus telenovelas. Como yo tocó la mandolina, junto con mi sobrino, él en guitarra, grabamos variaciones en base al adagio para oboe de Alessandro Marcello, que es barroco y es música incidental. Había leído Boquitas pintadas y vi la película de Torre Nilsson, pero leer a Manuel Puig fue un gran descubrimiento. En los musicales, una canción te redondea lo que en el teatro de texto necesitás una hora. Pero acá el texto te va llevando y te mete en una historia de fantasía y realidad, que casi no te dás cuenta, pero te atrapa. El público nos acompaña, viene gente joven y mayores y todos disfrutan. Siento que hacerla en esta sala, que es más íntima, es como un acto de resistencia en un momento del mundo como éste.
Como se dijo, la primera vez que El beso de la mujer araña pisó suelo argentino fue en 1983, en el teatro Regina. Pablo Alarcón que hacía el papel de Valentín, destaca: “decidir estrenarla tuvo tres atractivos: su autor, la temática y el hecho de que un guerrillero, un hombre de izquierda y militante, tuviera una relación homosexual dentro de una cárcel. Eso conformaba un súper atractivo. Además para mí lo fue también por hacerla con tres grandes amigos: Osvaldo Tesser, Mario Morgan en la dirección y Carlitos Perciavalle en la producción. Los primeros días fueron inquietantes. Todavía estábamos bajo un régimen militar, pero estos estaban de capa caída, no había ningún movimiento que indicara que corríamos peligro. Hasta que no asumió Alfonsín no sabíamos con certeza que el Gobierno iba a ser democrático. El público y las críticas respondieron muy bien y gustó mucho. La escena del semidesnudo era provocativa para la época, lo mismo el beso entre dos hombres, que significaba toda una trasgresión en aquellos años. No sé bien por qué razón no continuamos haciéndola”, define Alarcón.
Mario Morgan que había dirigido por aquellos días a Susana Giménez en La mujer del año y disfrutaba de su éxito a sala llena en el Maipo, comenta que le propuso el título a Perciavalle, Amadori y González y, de inmediato, aceptaron producir la pieza de Manuel. “Tuve la suerte de ver la adaptación original de Puig en Brasil, en una versión excepcional protagonizada por Rubens Correa e Iván de Abreu, bajo la dirección de Iván de Albuquerque. En un principio se armó el proyecto con Miguel Angel Solá, pero por compromisos cinematográficos en España, él no pudo hacerla. Nunca lo conocí a Manuel Puig, me hubiera gustado charlar con él. Hicimos una corta temporada en el Regina y no tuvo la repercusión de público esperada. Desde aquel estreno pasaron 38 años… ¡es mucho tiempo!”, dice Mario Morgan. El director actualmente vive en Uruguay, su país natal, y retomó los ensayos de La mentira, de Florian Zeller, suspendidos por la pandemia.
Génesis de la versión musical
Luego de ver la película, dirigida por Babenco, Fred Ebb se convenció de que era una buena idea para convertir en musical y su socio John Kander estuvo completamente de acuerdo. Cuenta Pablo Gorlero, en su libro Historia del teatro musical en Broadway (Libros del Balcón).
–Hola, Hall. Te digo un título. Decime qué pensás.
–Okey, ¿Cuál es?
–El beso de la mujer araña.
–Lo hago.
Ese fue el diálogo telefónico, ocurrido en 1988, que convenció enseguida al prestigioso director y productor Harold Prince de dirigir la versión musical del libro de Puig. Kander y Ebb comenzaron a desarrollar la idea en 1988, y trabajaron en ella durante un año y medio antes de comenzar los ensayos. Según dice Kander: “parece difícil, pero es más fácil trabajar en un libro cuando podés entrar en la mente del personaje. De inmediato vimos musicalidad, teatralidad y posibilidades para escribir y entretenernos”. A Ebb le fascinó el exótico romanticismo de la novela de Puig. La versión para el musical, aunque Manuel sabía muy bien inglés, prefirió no hacerla y recayó en el dramaturgo Terrence McNally (¡Amor, valor, compasión!, Master Class). “Puig alentaba a que le ofrecieran nuevas miradas sobre su obra”, agrega Kander, según destaca Gorlero en su libro. Manuel tuvo varios encuentros con los creadores norteamericanos. “Él venía a la oficina de Harold Prince y en segundos bailaba un tango, nos orientaba. Como escritores tratamos de absorber su energía, su juego y amor por nuestro trabajo. Heredamos eso”, recuerda Ebb, autor junto con Kander de las canciones. El beso… tuvo su premier mundial en Toronto, en 1992. El 30 de octubre, de ese año llegó al Londres, al Shaftesbuty Theatre y el 3 de mayo de 1993 se hizo en Broadway, en el Broadhurst Theatre, con las coreografías de Bob Marshall y las actuaciones de Chita Rivera, Brent Carver y Anthony Crivello. La partitura de Kander y Ebb combina románticas baladas, con apasionadas melodías y ritmos de influencias latinas, con el agregado de aires de tango, samba, rumba, chachachá y mambo, además de elementos sinfónicos y operísticos, se destaca en el magnífico volumen de la Historia del teatro musical en Broadway.
“Fue una experiencia bisagra en mi carrera, la que se divide en un antes y después de El beso…, agrega vía WhatsApp, Aníbal Silveyra –que hizo el papel de Molina, en el musical, junto a Valeria Lynch y Juan Darthés, en el Lola Membrives– desde la ciudad de Los Ángeles, en la que se encuentra radicado hace 22 años y en la que acaba de estrenar Thank You for the Music, con The Group, Repertory Company, en The Lonny Chapman Theatre. “Tuve el triple desafío de bailar, cantar y actuar con una orquesta en vivo. Fue una experiencia inolvidable y un gran aprendizaje, además de haber sido dirigido por Harold Prince, que fue ponerle la frutilla al postre. Prince llegó a Buenos Aires, en octubre de 1994 para tomar audiciones, junto a diez norteamericanos, entre ellos Rob Marshall, el director de la película Chicago y Nine. Era una mesa examinadora de 11 personas y yo solito en el escenario, cantando y con la escena muy bien practicada. Ese mismo día a la noche me llamó Valeria y me dijo: ‘Harold Prince quiere decirte que sos vos el elegido’. Yo pensé que era un chiste, pero no. Para prepararme mejor, como soy muy riguroso y había estudiado con Agustín Alezzo, fui a visitar al amigo de una amiga que estaba preso en Devoto y eso me sirvió para tomar nota de las circunstancias del personaje. En una charla con China Zorrilla y Tita Tamames, Prince les dijo que yo era el mejor actor que había personificado a Molina, hasta el momento en sus tres producciones, la de Londres, Broadway y Buenos Aires. Ensayamos entre 6 y 8 semanas, igual que en los Estados Unidos. Las dos últimas fueron para ajustar tuercas llegó Clayton Philips –agrega Silveyra, ganador del premio ACE al mejor actor por meterse en la piel de Molina–. Junto a Valeria Lynch y Juan Darthés cantábamos en total 28 canciones. Yo tenía 12. Hice muchos musicales, pero ese fue el de mejor producción. La reacción del público fue increíble. Me esperaban a la salida para abrazarme. La escenografía y las luces eran espectaculares, consistían en una serie de proyecciones de bocetos y escenas que parecían un holograma. Su costo de producción fue de 7 millones de dólares. Puig es un escritor que vuelca sus emociones casi sin concesiones en su escritura. Rompe los esquemas de la escritura tradicional y propone un cachetazo a la realidad, la mayoría de las veces de manera circunstancial, en cuánto a que describe sectores, lugares, sabores, colores, perfumes, patios y con ello va definiendo a sus personajes”, opina Aníbal Silveyra, que por estos días prepara, como director, El año de la marmota –la serie– de Enrique Torres y Anabella del Boca, para estrenar en YouTube Soapy series Channel.
En este nuevo redescubrimiento de la obra de Manuel Puig, Leonor Manso, en el doble papel de actriz y directora repositora, estrenará el 4 de septiembre, en la sala Casacuberta del San Martín, junto a Ingrid Pelicori y Eugenia Guerty, con las voces en off de Javier Rodríguez Cano y Lalo Rotavería, Cae la noche tropical, de Puig, en versión escénica de Santiago Loza y Pablo Messiez.
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