El baño, espacio para la tragedia absurda
"El lobo". Solo de danza teatro. Intérprete: Pablo Rotemberg. Colaboración creativa: Gustavo Tarrío. Banda de sonido: Pablo Bronzini. Iluminación: Fernando Berreta. Vestuario: Paola Delgado. Escenografía: Mirella Hoijman. Asistente de dirección: Silvina Duna. Dirección: Pablo Rotemberg. En El Camarín de las Musas, Mario Bravo 960 (4862-0655). Viernes, a las 22. Entrada: $ 10. Duración: 45 minutos.
Nuestra opinión: buena
El trabajo de danza teatro que propone Pablo Rotemberg con el "El lobo" tiene quince minutos iniciales de una potencia descomunal. Las imágenes que propone son de una descarnada crudeza, característica que no deja de lado, ni un poco, a la belleza ni al humor.
Un baño con inodoro, bidet y pileta. Y un piano. El personaje de Rotemberg entabla con los objetos de este particular reducto, su hábitat cotidiano, una relación de atracción-rechazo en la que la fuerza se reparte entre ambos contendientes en equivalentes proporciones. Así, este pequeño combate, que a ciencia cierta sólo maneja el bailarín a través de un trabajo corporal asombroso, provoca hilaridad, angustia y fascinación con la contundencia de las imágenes, que sin el preciso trabajo de iluminación de Fernando Berreta no transmitirían semejante fuerza.
Movimientos secos, duros, repentinos, desarticulados son los de este hombre ¿lobo? que por momentos podría ser una araña, un esperpento o simplemente un hombre sin cabeza al que le gusta tocar el piano. Las transformaciones que logra Rotemberg de su cuerpo y por ende del espacio son innumerables y, en el comienzo, todas sumamente atractivas. Armado a través de varios cuadros definidos por implacables apagones, este lobo va mutando en un ambiente cada vez más hostil en el que la única aliada parece ser la música que él logra extraerle al piano.
La consecución dramática se empasta un poco cuando lo que se empieza a empastar, realmente, son el ambiente y la escenografía. Rotemberg aprovecha la intimidad total que ofrece como espacio un baño y hace uso de ella con procaz engolosinamiento por los desechos.
Lo que en el primer cuadro provocaba risa casi por reacción frente a una situación absurda, pero angustiante para el protagonista, luego parece que hiciera efecto en el bailarín, que en un cambio de registro repentino comienza a caricaturizar esa angustia, esa tragedia, a tal punto que llega a perder su efecto.
Luego, hacia el final, Rotemberg, en su personaje, vuelve a dar un golpe de timón y deja que los sentimientos le atraviesen el cuerpo, lo que provoca las mismas sensaciones del comienzo.
En definitiva, las mutaciones de este lobo no hacen mella en un trabajo por momentos exquisito, aunque tenga situaciones que disten (literalmente) de ser exquisitas. No hay que olvidar que esta tragedia absurda, pero tragedia al fin, transcurre en un baño.
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