Eficaz comedia negra sobre el sistema de salud
Soy paciente
Dramaturgia: Andrea Szyferman, sobre la novela de Ana María Shúa/ intérpretes: Eduardo Poli, Cynthia Attie, Lucía Albinema, Eugenia Álvarez, Santiago de Belva, Andrea Enzett, Ramiro Garzón, Jazmín Levitan, Cristian Sabaz, Darío Serantes, Charly Otero/ iluminación: Julio López/ escenografía: José Escoba/ vestuario y dirección: Florencia Bendersky/ funciones: jueves y viernes, a las 20.30/ teatro: La Comedia, Rodríguez Peña 1062/ duración: 70 minutos/ Nuestra opinión: muy buena
Paciente: del latín pati, tolerar, aguantar: así anotó María Moliner en su excelente Diccionario de Uso del Español, donde también describe una de las acepciones de esta palabra: enfermo que está en tratamiento para curarse o que se somete a un reconocimiento médico. Cuando en 1980 Ana María Shúa -prolífica y renombrada escritora- publicó la novela Soy paciente, sin duda jugaba con ambos significados: por orden de su médico, el protagonista se interna en un hospital para hacerse una serie de estudios y debe soportar incontables situaciones de destrato, arbitrariedad, abuso de poder; incluso es operado por error. En este relato de tintes kafkianos, merced a lo disparatado de algunas circunstancias y a la actitud ingenua del paciente sin nombre (supuestamente aquejado de una dolencia que nunca se da a conocer), afloraba un saludable humor negro que la reciente adaptación teatral potencia y, por momentos, subraya.
Cabe recordar que hace 10 años se estrenaba Tumbada blanca sobre blanco, obra de la bióloga y escritora Carina Maguregui basada en su novela Doma, que cuestionaba severamente el sistema médico que prioriza la manipulación y experimentación con pacientes. Una apuesta fuerte, de alto dramatismo, a favor de los derechos de los enfermos a decidir sobre su propio cuerpo y el tratamiento a recibir. Con objetivos afines, Soy paciente, en su versión teatral, avanza y se despliega desde una perspectiva tragicómica: el humor renegrido como recurso salvador, que en este caso logra que los espectadores estallen en frecuentes risas, exorcizando así situaciones de agobiante burocracia, mala praxis, sometimiento, ninguneo que probablemente les ha tocado sufrir en la vida real como pacientes, como familiares.
Salvo algún chiste fácil, alguna pincelada de trazo grueso, la adaptación es eficaz y respeta en líneas generales la recomendable novela original. La directora Florencia Bendersky le imprime un ritmo constante a las desventuras de ese hombre común que cae inocentemente en la maquinaria de un sistema que lo va despojando, reduciendo a un estado de máxima orfandad. Un paciente atrapado sin salida al que otorga total credibilidad la certera actuación de Eduardo Poli, encabezando un rendidor elenco donde parte de sus integrantes componen dos, tres roles. Ciertamente se gana una mención de honor Santiago de Belva, como la inquietante enfermera que recita insistentemente un salmo de David con acento alemán. Todos ellos con el impecable marco de una aséptica, fría escenografía que remite al poco estimulante paisaje que deben soportar los pacientes internados en clínicas y hospitales.