Duse: la dama siempre vestía de blanco
En la noche del 20 al 21 de abril de 1924 se extinguía en Pittsburgh, Estados Unidos, la vida de Eleonora Duse, extenuada por una gira que la había llevado de París a La Habana, de California a Pennsylvania pasando por Nueva York. La ilustre actriz italiana, única rival de Sarah Bernhardt en calidad, fama y multitudes en delirio, tenía 65 años (nació en territorio véneto, entonces en poder de Austria, el 3 de octubre de 1858), pero ya se había retirado formalmente de la escena en 1909, tras el telón final de "La dama del mar", de Ibsen, en Berlín.
Pero la Primera Guerra Mundial la arruinó (puso todo su dinero en marcos alemanes, por consejo de su amigo, el banquero Mendelssohn) y Eleonora se vio obligada a abandonar su apacible refugio, una casa de campo en Asolo, con vista a las maravillosas colinas Euganeas (donde yace sepultada), y reemprender el camino de los cómicos trashumantes. Y lo reemprendió donde lo había dejado: el 5 de mayo de 1921, en el teatro Baldo, de Turín, volvió a ser Elida, la protagonista de "La dama del mar".
A partir de entonces trajinó, incansable, pero ya con el corazón cansado, por los escenarios de todo el mundo. Creó la imagen de un ser blanco, etéreo, casi intangible, pero muy vivo en los tonos de una voz incomparable. Con la mata de pelo canoso, sin maquillaje, e invariablemente vestida de blanco, su aparición en escena tenía, según los testigos, algo de misteriosamente sublime. Y fue la primera actriz de teatro que, al ser requerida por el cine, advirtió la necesidad de emplear frente a la cámara una técnica distinta. Filmó una sola película, "Cenere" (cenizas), sobre la novela de Grazia Deledda, en 1912, dirigida por Febo Mari. Por suerte, el negativo se conservó y hoy podemos ver todavía a la Duse en una actuación asombrosamente actual.
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Mujer de pasiones arrebatadas, de su primer amor, el dandy napolitano Mario Cafiero, tuvo un hijo que murió a poco de nacer. También en Nápoles comenzó su carrera estable, tras años de andar en gira con la carreta familiar, reemplazando nada menos que a Giacinta Pezzana, una intérprete famosa que terminaría por instalarse largamente en la Argentina. No es el único lazo con nuestro país: Angelina Pagano fue su discípula y primera dama joven de su compañía.
Tras un frustrado matrimonio con Tebaldo Checchi, actor discreto y padre de la única hija de Eleonora, Enrichetta, Duse vivió con otro colega, el apuesto Flavio Andó, y luego con uno de los hombres que más influyeron en su vida y su carrera, Arrigo Boito, el cultísimo y refinado libretista del último Verdi, "Otelo" y "Falstaff". El gran amor de la actriz fue Gabriele D«Annunzio, que la haría protagonista de sus obras mayores -"Francesca da Rimini", "La figlia di Iorio", "La cittˆ morta"- y le infligiría también la herida mayor, desdeñando su devoción y desnudándola en la novela "Il fuoco".
A diferencia de Sarah Bernhardt, que elegía repertorio a partir de su lucimiento personal, Duse lo elegía por la calidad del autor. Por eso representó a menudo e impuso a Ibsen, tan rechazado en su tiempo, y pudo escribir en sus memorias que, si bien ovaciones y elogios la complacían, sabía que en escena "iba hacia algo más grande que yo, hacia una fuerza que yo representaba, pero que no era yo".
Tal vez para preservar esa fuerza, en sus últimos años obligaba a los empresarios a fabricarle una suerte de túnel entre su camarín y el escenario, formado por bastidores de tela blanca, donde nadie debía cruzarse en su camino hacia las tablas. Tres veces vino Duse a Buenos Aires: actuó en el Politeama, el San Martín de la calle Esmeralda y en el Odeón, la última, en 1907.
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