Dramático juego de miradas
El principio de Arquímedes. / Dramaturgia: Josep Maria Miró. / Dirección: Corina Fiorillo. / Elenco: Juan Minujin, Beatriz Spelzini, Martín Slipak y Nelson Rueda. / Traducción: Eva Vallinés Menéndez. / Adaptación: Jesús Pece. / Música original: Rony Keselman. / Iluminación: Soledad Ianni. / Vestuario: Julieta Risso. / Escenografía: Enric Planas. / Teatro: San Martín (Corrientes 1530, sala Cunill Cabanellas). / Funciones: de miércoles a sábados, a las 21; domingos, a las 20. / Duración: 70 minutos.
Nuestra opinión: muy buena.
La disposición de las butacas de la Cunill Cabanellas, en El principio de Arquímedes, no es casual. Como ocurría con la puesta de Marat-Sade, el público se ubica en ambos extremos de la sala, encerrando al escenario, como si de un tribunal se tratase (en el caso de la propuesta de Villanueva Cosse, solo una pequeña porción del público lo hacía). Este primer hecho sorprende al espectador, quien luego advertirá que el texto plantea -e invita, porque es imposible mantenerse neutral- a un juicio moral en torno a la acción que ocurre delante de sus narices.
En un natatorio, un profesor de niños es acusado de cometer un abuso. En la línea de La duda, de John Patrick Shanley, El principio de Arquímedes no se queda en lo explícito, sino que pone en juego la mirada, la perspectiva desde donde se observa un hecho. Una gran labor escenográfica, a cargo de Enric Planas, reverbera y es funcional a este concepto, segundo hecho que sorprende al espectador en el segundo acto.
El catalán Josep Maria Miró es el autor de este texto compuesto con una estructura compleja y original. Hay saltos temporales, prolepsis y analepsis, que regresan a la que pareciera una misma escena (fragmentos del texto y la acción son idénticos a otras previas), pero que avanza, evoluciona y, sobre todo, se expone y resuelve espacialmente desde otro ángulo. La mirada del otro y hacia el otro es la clave de esta obra y así aparece el dilema y el problema de la verdad.
Corina Fiorillo es la directora de esta pieza tan perturbadora como dinámica, que nunca abandona la intriga ni la tensión. Logró reunir a un notable grupo de actores, quienes aportan interpretaciones en las que la dualidad y el contraste son claves. Juan Minujín tiene sobre sus hombros una elogiosa tarea con una criatura manipuladora, por momentos infinitamente vulnerable y, por otros, monstruoso (como el Gollum, de El señor de los anillos, que su personaje menciona). Beatriz Spelzini compone a una mujer atravesada por un dolor atroz, severa y frágil a la vez, el detective de esta historia, si se acude a una lectura policial. Una vez más, esta actriz inmensa conmueve y contagia su emoción. Martín Slipak y Nelson Rueda completan este elenco. Ambos tienen momentos de lucimiento en sus escenas, en los que oscilan entre la calma y la furia.
El derecho a la intimidad, tratado desde múltiples ángulos, y la construcción de la personalidad del hombre moderno, inmerso en redes sociales, hablan de lo poco que sabemos de quienes creemos conocer e incluso llamamos "amigo".ß Laura Ventura
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