Don Pelele: el as de la revista porteña que actuó con todos los grandes, desataba carcajadas en la platea pero no pudo dominar su temperamento
Comenzó trabajando como calesitero en San Luis y llegó a la calle Corrientes casi de casualidad, donde fue bautizado por un empresario teatral por su gracia payasesca; en teatro vio debutar a Moria Casán, acompañó a Alfredo Barbieri pero terminó expulsado del Maipo por sus constantes llegadas tarde
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Cuando el jovencito Francisco Quiroga trabajaba de calesitero en una plaza de su Villa Mercedes natal, en la provincia de San Luis, jamás pensó que terminaría siendo uno de los humoristas más importantes de la historia del espectáculo argentino. Él le imprimía velocidad a su muñeca para que a los niños les fuera imposible llevarse la sortija y el dueño le devolvía el gesto con una paga que estaba destinada únicamente a la compra de un instrumento musical. Su sueño de músico era un contrabajo, pero su modesta realidad apenas le alcanzaba para el más económico, una armónica rasa. En su norte ya aparecía el sueño de Buenos Aires, la ciudad de las oportunidades, pero el cómo, cuándo y con quién, todavía eran verdaderas incógnitas.
Francisco Pablo Quiroga Soria nació el 25 de enero de 1923 en el corazón de una familia humilde, donde el señor Quiroga y la señora Soria hacían lo que podían para darle una infancia digna a sus siete hijos. Los recursos no sobraban, pero la música autóctona al menos le daba melodía al hogar. Fue así que el pequeño Francisco comenzó a visualizar un futuro como artista y sus deseos de conquistar la inalcanzable Avenida Corrientes se hacían cada vez más intensos. Por ello, a sus 16 años armó la valija, cargó su armónica y partió rumbo a la gran capital, donde deambuló por diferentes pensiones y bares, hasta que estuvo en el lugar justo a la hora señalada.
Una noche, cuando aún era un boceto de humorista en ascenso, presenció el show de un músico al que el público comenzó a abuchear. Él, a quien le disgustaba la falta de respeto gratuita, en un acto heroico casi de campechano, se plantó ante la gente y lo defendió, frenando la andanada de improperios. A su vez, el público en lugar de tomarlo a mal, comenzó a reírse y todo concluyó en un paso de comedia que salvó la velada. A un costado había un empresario teatral que lo advirtió y lo buscó para conocerlo. Tras presentarse como emisario, lo incentivó a que sea un showman con unas palabras no muy claras: “Usted tiene algo... ¿No vio cómo la gente se reía? Usted tiene la gracia de los payasos, usted es un verdadero pelele”, le dijo. A lo cual Francisco respondió: “Don Pelele para usted, ¿cuándo empezamos?”.
Muy poco se sabe de la vida de Don Pelele y mucha de su información está cruzada entre libros de historia, revistas de época e información errónea de internet. Sin embargo, algunos pilares de su trayectoria están confirmados. Comenzó su carrera artística en cuanto varieté perdido de Buenos Aires hubo, hasta que a sus 22 años se presentó en el Café Victoria de Villa Crespo, donde lo descubrió Gogó Andreu y se lo llevó a sus arcas para debutar en 1947 en el mismísimo y prestigioso teatro Maipo, en una revista que tenía como elenco a las estrellas del momento, Marcos Caplán, Alberto Anchart (padre), Dringue Farías, Sofía Bozán y Adolfo Stray. Allí terminaría de moldear su calidad artística, la cual lo hacía salir al escenario con su rostro adusto, gesto desgraciado, ropa exótica, sombrero con el ala de adelante levantada y una interminable cantidad de chistes en continuado que finalizaba cuando se ponía a tocar la armónica como nadie podía hacerlo. Es que Don Pelele era un músico virtuoso, incluso algunos dicen que fue uno de los mejores armoniquistas de la historia junto a Hugo Díaz. La tocaba sin manos, con la nariz, sosteniéndola con los dientes y de todos los tamaños posibles. Cabe recordar que fue autodidacta, nunca tomó clases de música. En uno de sus sketches más recordados, sacaba una armónica de solo cinco notas y simulaba tragársela. El público quedaba anonadado.
Consultada por LA NACION, su hija Marcela Quiroga lo recuerda emocionada: “Mi papá era muy moderno para esa época. Llegó a tocar, en plena revista, música clásica. Cuando tocaba “Bolero”, de Ravel, o “Grande Valse Brillante”, de Chopin, junto con la orquesta, el público estallaba de la emoción. Eran cuadros impactantes”. Sobre su destreza musical, agrega: “La última vez que tocó para mí, fue con una armónica de diez notas. Mis padres ya estaban separados, vino una tarde a saludarme y cuando lo despedí en la puerta de mi casa, se fue tocando “La vie en rose”.
Recuerdos de una ex
La vida sentimental de Don Pelele fue otro misterio. Tuvo cuatro hijos, Carlos y Pablo con su primera mujer, la propia Marcela con su esposa y famosa vedette Dorita Burgos, y Gisela con su tercera mujer, Wanda Caren, otra bailarina de sus obras. Ya en el epílogo de su vida, formó pareja con la bailarina Nancy Pasos, quien lo cuidó hasta que falleció. Y si bien no hubo escándalos que se recuerden por aquellos años, ni hijos que se superpongan en sus fechas de nacimiento, que todas sus parejas hayan sido bailarinas de las obras que integraba da un panorama sobre cómo habrán sido sus años mozos. LA NACION habló en exclusiva con su exmujer Dorita Burgos, quien a sus 88 años y tras sufrir los embates del Covid-19, casi susurrando lo recuerda con cariño: “Era muy caballero, muy delicado, tenía mucha presencia escénica. Me traía flores, bombones. Se ve que le gustaba. Ya éramos los dos muy famosos pero trabajando juntos nos fuimos enamorando. A mi padre mucho no le gustaba por la diferencia de edad, pero nos enamoramos locamente. Él tenía 40 y yo 27″. Sobre cómo era trabajar juntos, Dorita detalla: “Hacía cosas muy raras en el escenario. De repente se quedaba callado y no decía la letra y yo me desesperaba. Me hacía renegar y cualquiera de nosotros tenía que decir cualquier cosa para rellenar. Pero la gente se reía un montón. A veces se iba del escenario. El público pensaba que era parte del show y no, se iba en serio. Cuando él quería irse del show, se iba. No era fácil trabajar con él pero le rendía. Cómo artista era genial, eso fue lo que más me enamoró de él”.
Entre los años 1050 y 1960, Don Pelele era uno de los humoristas más reconocidos y populares del país. Su recordada dupla junto con Alfredo Barbieri (el padre de Carmen), le dio cartel de celebridad. Trabajó con los artistas más importantes de aquellos años como Jorge Porcel, Norma y Mimí Pons, José Marrone, Pepe Arias, Ámbar La Fox y Fidel Pintos, entre muchos otros. A Moria Casán la vio debutar como primera figura, muchos años después, en 1973. Para LA NACION, Moria lo recuerda: “La primera vez que trabajé con Don Pelele fue en el viejo Astros con la revista Frescos y fresquitas, dirigida por Hugo y Gerardo Sofovich, con la orquesta en vivo de Bubby Lavecchia y las mujeres más hermosas del país como Sonia Grey y Karina Lester. Yo debutaba como vedette principal y hacíamos el cuadro central los tres, junto a Alfredo Barbieri. Don Pelele se lucía muchísimo porque hacía la apertura con un monólogo muy fuerte. Era famoso por sus pausas. Pasaba un minuto y medio o dos minutos de reloj viendo al público sin emitir palabra. La gente se empezaba a incomodar, se reía nerviosa y de repente decía: ‘Qué humedad de la p... que lo parió, ¿no?’ y la platea explotaba de risa. Lo juro. Nunca visto. Ya en Mar del Plata, con la obra Llegó la tía Carlota he visto con mis propios ojos a gente rompiendo butacas por ataques de risa. Don Pelele era muy divertido. Él hacía de Carlota y ya travestido, antes de salir a escena, yo lo maquillaba y le ponía las pestañas postizas”.
Si bien el mayor éxito de Don Pelele fue el teatro, su gracia también llegó al cine. Su primera incursión en el celuloide se dio con el film Las zapatillas coloradas (1952) de Juan Sires. Lo que inició una seguidilla de participaciones, siempre recorriendo la paleta del humor picaresco. A modo de saga protagonizó junto a Juan Carlos Altavista las recordadas Villa Cariño (1967) y Villa Cariño está que arde (1968) y su techo dentro del séptimo arte se dio junto a Alberto Olmedo y Jorge Porcel en Los doctores las prefieren desnudas (1973). Su última película fue en 1980 con Operación comando, de Julio Saraceni, film que tenía como nombre original Alejandra, mon amour.
Serio y callado
Don Pelele era un hombre especial. Quienes trabajaron con él lo recuerdan con mucho cariño, sin embargo su carrera y éxito no lograron materializarse para la posteridad. Tal vez su porte serio y su forma introvertida de ser le quitaron el reconocimiento eterno. Un periodista que lo trató de forma profesional fue Rómulo Berruti, quien habló con LA NACION: “Era muy poco sociable con la prensa y muy callado. La nota que le hice la sufrí porque respondía con monosílabos. Era muy reservado y desconfiado, pensaba que cualquier respuesta podía perjudicarlo. Cuando le propuse hacer la entrevista en su casa me dijo que no y elegimos un bar de Avenida Corrientes. Yo quería conocer su casa, porque la casa de uno siempre da un espejo de quién es el artista, sus fotos, los muebles, pero no hubo caso. Durante el café que tomamos hablé más yo que él, y si bien no fue una nota que recuerde con entusiasmo, debo reconocer que fue un inmenso artista. Por cierto, pagó él”.
Sobre su personalidad seria y callada, su hija Marcela completa: “Era una excelente persona y fue un gran padre. Eso sí, siempre fue muy serio, callado y reservado pero tenía sus momentos donde se parecía al del teatro haciendo una gracia o disfrazándose. Lo hacía para hacerme reír o sorprenderme. Tengo flashes suyos haciéndose el payaso en una Navidad, tocando la trompeta como loco a las 12. También era muy generoso y eso siempre fue una gran pelea con mi madre que era más bien conservadora. Mi papá no guardó nada, gastó todo. Ayudó a mucha gente, pagaba siempre él y si algún familiar tenía necesidad, él lo ayudaba. Hacía donaciones también, no quería que nadie pasara las necesidades que pasó él de chico”.
Como en todas las historias de vida, siempre hay un capítulo policial. El de Don Pelele se registró en 1967, cuando estaban en plena función de la revista Maipísimo en el mismo teatro Maipo. El elenco era más que estelar: Ámbar La Fox, Jorge Porcel, Pato Carret, Amparito Castro y Hugo del Carril. Sucedió que la noche anterior, la bailarina Lorena Carr, de tan solo 18 años, se había adelantado al saludo final para hacerlo sola, sin la habitual compañía de su colega Wanda Caren. Por tal motivo había sido suspendida y a la siguiente función intentó salir a saludar igual y el director Ángel Cortese se le abalanzó, le quitó toda la ropa y le gritó “no vas a salir”. Todo esto mientras Don Pelele esperaba entre bambalinas para salir a recibir el gran saludo final. La cuestión fue que hubo cachetazos, arañazos y la misma vedette rodó por las escaleras, hasta que tomó un arma, se dirigió al coreógrafo Pedro Sombra, que había dado la orden de suspenderla, y le disparó tres tiros, de los cuales dos dieron en el cuerpo del bailarín, por suerte sin dañar zonas vitales. Obviamente el saludo final no se realizó, y entre un charco de sangre, llantos y gritos, fueron todos a declarar a la comisaría, incluso el gran Don Pelele. Por orden del dueño del teatro Carlos Petit, Sombra no oficializó la denuncia y todo quedó en nada. Aunque se sospecha que a la intrépida Carr nunca más nadie le sugirió cuándo ni cómo salir a saludar. Un año antes, más precisamente el 29 de julio de 1966, mientras Don Pelele protagonizaba junto con su mujer Dorita Burgos la revista Arriba las polleras, en las calles porteñas estallaría “La noche de los bastones largos”, represión universitaria que dio origen a la llamada “fuga de cerebros”.
A comienzos de los 70, la fama de Don Pelele comenzó a desvanecerse. Su personalidad se potenciaba cada vez más y lo que en sus comienzos parecía divertido, con el tiempo esos mismos modos ya molestaban a todo su entorno. Sus reiterados silencios en escena, sus constantes llegadas tarde y su hermetismo lo volvieron un artista difícil de llevar. Una noche, a segundos de comenzar su sketch, el asistente de dirección no lo encontraba por ninguna parte. Lo llamaba “Lele, Lele…” y no lo encontraba. Decidieron continuar con el cuadro siguiente al suyo, hasta que lo divisaron en la misma platea del teatro aplaudiendo a sus compañeros. Otra vez, cuenta su hija Marcela: “La obra empezó sin él porque lo esperaron todo lo que pudieron, pero el teatro estaba lleno y la gente empezó a impacientarse. Y cuando ya había arrancado la función, apareció por el medio del pasillo de la platea con su paso cansino, guitarra, sobretodo, se subió al escenario y arrancó tocando la armónica de manera que hizo explotar al público. Creo que pensaban que así comenzaba el show pero no, nada que ver. Hacía esas cosas”.
Otra muestra de su parsimonia fue cuando se separó de Dorita Burgos a fines de 1967. El mismo Maipo le alquiló una habitación en un hotel enfrente al teatro para que le quedara cómodo y no llegara tarde, pero incluso una noche, los asistentes del director fueron a buscarlo hasta la puerta de la habitación porque imaginaban que no asistiría a la función. Y creyeron bien, estando dentro, nunca les abrió la puerta.
Don Pelele en sus últimos años de gloria artística sufrió depresión y su desinterés por aprenderse la letra era cada vez mayor. A fines de los 60, ya había sido expulsado del Maipo por sus reiteradas llegadas tarde e incluso en Argentina Sono Film, los productores de la película Coche cama, alojamiento lo acusaron de un desgano insoportable que alteraba los nervios de todos sus compañeros de elenco.
A principios de los 80 la fama de Don Pelele había casi desaparecido. Si bien continuaba haciendo giras por el interior del país, sus idas y venidas lo fueron alejando de las primeras planas del espectáculo nacional. Ya en 1990 y retirado, de nuevo como Francisco Quiroga, salió de su casa en Mataderos a comprar unos remedios a la farmacia y un auto que pasó en luz roja lo atropelló y le fracturó la cadera, accidente del cual según su hija nunca logró reponerse, ni física ni psicológicamente. Una entrevista que le hizo Canal 9 el 29 de junio de 1990, lo muestra internado en soledad pidiendo por la visita de sus amigos Tita Merello, Moria Casán y Juan Carlos Calabró. Pero su hija lo desmiente: “Esas imágenes se malinterpretaron. Yo estaba detrás del camarógrafo, lo que sí mi papá estaba triste porque no había visto más a sus amigos artistas y por eso dijo que quería verlos, pero mi papá no estaba solo ni abandonado. Esa filmación fue cuando lo operaron de la cadera por el accidente de tránsito. Él murió al año siguiente”.
Don Pelele murió el sábado 31 de agosto de 1991 por un paro cardiorrespiratorio a sus 68 años, en el Sanatorio Colegiales, acompañado por gran parte de su familia. Su hija Marcela concluye: “Mi papá se fue rodeado de sus seres más queridos. Antes de morir me dijo que toda su vida se había arrepentido de haberse separado de mi madre y dejarme sin ellos juntos siendo tan chiquita. Yo le dije que se quedara tranquilo, que lo más importante era el amor que nos habíamos tenido”.
Su recuerdo vive en los ecos de los teatros Maipo y Astros.
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