Mientras levanta el telón de una nueva obra que produce en el país, Fitz Roy: secretos de montaña, el hijo menor de Zar de la TV repasa su trayectoria y recuerda con entrañables anécdotas a esa figura que fue un emblema del espectáculo
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De chico, Diego Romay salía del colegio y se iba con su sobrino, de la misma edad que él, al viejo Canal 9 a jugar entre decorados, cámaras y cables, con la complicidad de los trabajadores de ese lugar único de la ficción. Era su propio Italpark, su salón de jueguitos electrónicos, su Playstation inmersiva. Detrás de esas tardes fantásticas había otro cómplice clave en todo esto: su padre, Alejandro Romay, el llamado Zar de la Televisión, el fundador de Radio Libertad, el dueño de varias salas teatrales, esa figura emblema del espectáculo argentino creador de títulos que forman parte del imaginario colectivo, fallecido en 2015.
Ahora, uno de los cuatro hijos del Zar se dispone a un larga charla con LA NACION, matizada por un buen desayuno. El productor teatral está a horas de su retorno a la cartelera porteña con el estreno, este fin de semana, de Fitz Roy, secretos de montaña, la obra del español Jordi Galceran (el mismo premiado dramaturgo responsable de El método Grönholm), que cuenta con las actuaciones de Leonora Balcarce, Mara Bestelli, Laura Novoa y Romina Richi dirigidas por Mariana Chaud.
Diego Romay inició su carrera con un título de su propia factoría que fue un rotundo éxito internacional, que pasó de España a Francia, China, México, Chile y siguen los nombres. Se llamó Tanguera. La dirigió Omar Pacheco y contó con coreografía de Mora Godoy, su expareja. Actualmente, dirige el teatro El Nacional, de Buenos Aires, y el Nuevo Teatro Alcalá, de Madrid, que también es propiedad de la familia. Padre de tres hijos, el tiempo de ajuste de su nueva propuesta en la cartelera lo tiene un tanto alterado más allá de que experiencia en estas cuestiones no le falta. “Vivo con el síndrome de la autoexigencia. Como le sucede a cualquiera artista, busco la aprobación del público”, reconoce, mientras pone cara de complicidad y de un pánico disimulado. “Y reconozco que, con el padre que tuve... Todo suma”.
-En una nota anterior reconociste que, de chico, tenías pánico a la pileta hasta que tu padre te dio un empujón y tiró al agua. Lo recordaste como un gesto suyo de confianza hacia vos. Pero aquello podría admitir otra lectura... Uno podría haber detestado ese gesto.
- ¡Tal cual! Pero bueno... A esa conclusión llegué después de 20 años de terapia, falta esa aclaración [se ríe]. El que se crea el fenómeno del éxito, no existe. Es un laburo” constante, de maquinita personal enorme. Es un trabajo de construcción y deconstrucción permanente, como la vida.
-Debe haber tenido lo suyo ser hijo de Alejandro Romay.
-Como serán las cosas que, antes de que se encendiera el grabador, me acordé de una anécdota de cuando era joven. La cuento para que se entienda al personaje en cuestión. Yo tenía unos 11 años. Como a cualquier pibe, me costaba levantarme temprano para ir al colegio. ¿Qué hizo mi padre? Me cronometró el tiempo desde el momento en que debía levantarme de la cama, lavarme los dientes, ir al baño, desayunar algo, cambiarme y bajar para ir al cole. Según él, eso demandaba unos 30 minutos. Entonces, con esa voz de locutor que tenía, me grabó en un viejo grabador esa secuencia de 30 minutos. En el relato, que empezaba con un “Muy buenos días, hijo”, me señalaba que ya eran las siete de la mañana, que era hora de levantarme, que ya me quedaban 28 minutos para ir al baño, cambiarme y para hacer tal y tal cosa; y que, como me quedaban menos de cinco minutos, era hora de estar listo. Reconozcamos que la voz de mi viejo tenía lo suyo...., y escucharla a las 7 de la mañana, ¡ni te explico! [se ríe]. Lo cuento para que se entienda que tenía un papá exigente.
-¿Y Lita, tu madre?
-Lita, que tiene 90 años, es una mujer que acompañó siempre a mi viejo, y una enorme madre, con mayúsculas. Él no hubiera hecho el 50 por ciento de todo lo que hizo sin ella. Mi padre tenía lo suyo. Se levantaba a las cuatro de la mañana, el tipo encendía la luz del comedor porque ése era el horario en que tenía algo así como su estado de iluminación y se ponía a trabajar. No era un tipo de la noche. Eso sí, nunca se perdía los ensayos, se metía siempre.
- Vos también lo hacés.
- Sí, soy insoportable.
-¿Por inseguridad o por obsesivo?
- Soy muy obse y también inseguro. Soy muy rompe bolas, cosa que intento explicar siempre de manera amable a los directores, para que sepan que van a lidiar con un insoportable. Me ha pasado algunas veces de subirme a un escenario y decirle algo a un actor, lo reconozco.
-Con esa personalidad, ¿nunca se te dio por dirigir?
-No me animo, pero lo he pensado muchas veces. O a veces me gana el impulso. Me pasó algo medio fuerte con el amigo Julio Chávez. Estábamos en el ensayo de Un rato con él, que se presentó en El Nacional y en la que actuaba con Adrián Suar. Luego de la pasada, Julio tuvo la mala idea de preguntarme qué me había parecido. Ahí mismo recordé que, dos días antes, Adrián me había pedido que no comentara nada, que no me metiera, que me quedara calladito. Lo dudé, pero hablé y terminé marcándole distintos aspectos de lo que había visto. La respuesta inmediata fue: “La próxima vez, escribí y dirigí tu propia obra. Son buenas ideas las que tenés”. ¿Te imaginás a Julio, con la presencia que tiene, diciéndome eso? Se me sale la vaina siempre eso de decir lo que siento. No soy el tipo de productor que es convencido o seducido por un director o un actor que le propone un material. Para eso, me compro un departamento. Quiero hacer algo que me represente. Sentir que lo que hice me deja tranquilo, que hice algo cercano a lo que había fantaseado.
“Cada siete fracasos, un éxito”
-Y con el largo listado de producciones propias, ¿de cuál te sentís orgulloso?
-Hubo varias que, en su momento, me dejaron muy satisfecho en distintos momento de mi vida. Inevitablemente tengo que citar a Tanguera porque fue la primera producción que encaré. Cuando se lo comenté a mi viejo, me dijo que él ya había hecho algo similar con Grandes valores del tango. “Cada siete fracasos, tuve un éxito”, me dijo en aquella charla mientras yo le explicaba la dramaturgia de la propuesta. “Capaz tengas suerte”, agregó. Tanguera fue un éxito. Eso sí, a las 48 horas del estreno me fracturé bajando del escenario. Se ve que estaba muy afectado de estrenar algo en el templo de mi papá, como es El Nacional.
-Fue un éxito al que hay que sumar un detalle: se estrenó en plena crisis de 2001.
-Pleno corralito en un teatro ubicado a metros del Obelisco. Ensayamos atrincherados, porque era muy difícil llegar al centro. Se estrenó en medio de ese caos y, sin embargo, fue un suceso tremendo. Pero al mes y pico me encaró mi padre, diciéndome que tenía previsto estrenar en El Nacional El violinista en el tejado [con Pepe Soriano, Rita Cortese, Marisol Otero y Juan Manuel Tenuta, entre otros] dejándome en claro que teníamos que terminar la temporada. Con lágrimas en los ojos le dije: “Viejo, vos siempre me dijiste que un éxito no se mueve de un teatro”. Puteó un poco, pero se llevó a El violinista.... al Broadway, que era otro teatro suyo. Luego de esa obra vino Nativo, en la que me metí con el folklore. Ese espectáculo no tuvo la misma repercusión, pero se habló de esa obra como de “la argentinidad al palo” en escena. Antes del estreno me la había pasado en peñas, o viajando a Jujuy, para participar de reuniones con distintas comunidades...
-¿De dónde te vino esa pulsión? Podrías haber sido un pibe joven con un padre como Alejandro Romay y disfrutarla, ser un moderno y listo.
-No lo sé, pero me apasioné mucho con todo ese universo.
-Y con Nativo volviste a apostar, como lo habías hecho con Tanguera, por un director como Omar Pacheco, que venía de la quinta esencia del teatro independiente más experimental.
-Omar no tenía un carajo que ver con el circuito comercial. El proceso fue espectacular, pero tenía luchas con él mismo, muy fuertes. Di con Omar Pacheco gracias a un comentario de Pablo Gorlero, llegué a su sala y quedé impactado con lo que hacía.
Los cuatro mosqueteros del Zar
Alejandro Romay y su esposa Leonor “Lita” Rosio tuvieron cuatro hijos. La primera fue Mirta Romay, otra niña que pasó su infancia en los pasillos de Canal 9. Es la creadora de Teatrix, la plataforma argentina de teatro por streaming líder en su rubro. Luego vino Omar Romay, productor y empresario televisivo. Le sigue Viviana Romay, quien está a cargo de Fundación Cazadores, un lugar clave para artistas emergentes ubicado en el barrio de Paternal. El cuarteto se cierra con Diego Romay quien nació casi al mismo tiempo que el hijo de Mirta Romay, su hermana mayor. Así fue como madre e hija compartieron lo meses de embarazo y, tiempo después, tío y sobrino gatearon juntos por el departamento de Don Alejandro y Lita.
- En la deriva de tu trabajo como productor, ¿cuáles fueron aquellas producciones que no funcionaron?
- Bueno, con Caravan [la propuesta dedicada al jazz con Sandra Guida, Ivana Rossi y Rodolfo Valss, entre otros] me agarró la gripe aviaria, no vino nadie. La otra que no anduvo fue mi última producción: Departamento de soltero [con Nicolás Cabré y Laurita Fernández] que produje con Suar y Gustavo Yankelevich.
- Y mirá que tenía a un trío de productores poderosos...
- Cierto, pero bueno... Gustavo le tiraba algo a Daniel Veronese, el director, y luego venía yo y le decía otra cosa. Terminó saliendo lo que salió.
- En verdad, tu última producción fue Grandes valores del tango, con Silvio Soldán, María José Mentana, Guillermo Fernández y Raúl Lavié.
- Fue hermoso aquello. Fue una especie de biopic sobre el programa de tele de mi viejo. Metimos muchas cosas de archivos. Me apareció la imagen de una cena en casa con mi papá, con Mariano Mores y toda su familia. ¡Imaginemos a Romay y Mores juntos! En medio de la comilona, Mariano le propone volver a hacer el programa. Esa imagen me quedó grabada y me mandé llevar aquello al teatro. Los pibes del Canal 9, hermosos, me pasaron un material increíble que habían guardado. Es más, un amigo me mandó una pieza artística que está en despacho. Cuando la vi no podía creer que estuviera allí, me llenó de orgullo.
-¿Cuándo te diste cuenta que Alejandro Romay era, más allá de tu padre, una figura clave en el espectáculo local?
- Es un tanto terapéutico lo que te voy a decir, pero fue cuando lo pude bajar del pedestal, cuando me encontré con un ser frágil, con sus éxitos y sus fracasos, con un tipo que fue criticado como valorado. Ahí me cayó una buena ficha.
- ¿Y eso cuándo fue?
- Hace un par de días [se ríe el que lleva más de 20 años de análisis]. No... Fue en sus últimos años cuando empezó a trabajar en su libro MemoriZar que mi hermana Mirta lo ayudó mucho en concretar. Ahí me contacté con él desde la ternura, desde su fragilidad. En ese proceso empecé a encontrar mi propia mirada respecto de cómo dirigir a mis equipos de trabajo. Mi viejo tenía la manera, entraba a un ensayo y temblaban todos. Yo tuve épocas así, pero no me servía, me hacía daño.
- ¿Qué te hizo cambiar esa actitud?
- Volvemos a la terapia [sonríe]. También el trabajo, la búsqueda del consenso aunque queda claro que hay momentos en los que hay que poner los puntos de lo que uno quiere.
-En este proceso, ¿cómo llegaste a Fitz Roy y por qué decidiste apostar por esta comedia dramática?
- La vi en Barcelona hace dos años y me impactó. El set es una montaña posta, naturalismo puro. En ese contexto aparece la fragilidad de esas cuatro mujeres a 1700 metros de altura en medio del desafío de poder lograr algo que las construya como equipo, como personas. Jordi Galceran, el autor, siempre pone a sus personajes en medio de situaciones adversas, algo de eso pasaba en El método Grönholm. Acá también son cuatro personajes pero en medio de una situación límite. Mariana Chaud, a cargo de la dirección, tiene esa mirada audaz para encarar este texto para alguien que viene haciendo un trabajo muy interesante en el teatro independiente; por eso mismo la llamé.
-Esta vez volviste a convocar a una talentosa creadora vinculada con la escena alternativa para una obra comercial.
-Me gusta provocar esos cruces. Y Mariana tiene una paz y una calma que da mucha seguridad a las actrices. Reconozco que a mí también me da paz sin perder de vista que se trata de una obra del circuito comercial.
-Tu padre, en 1975, manejaba el Teatro Ateneo. En su oficina de El Nacional recibió a Carlos Rottemberg, un joven con inquietudes, que quería manejar su propio teatro. Junto a su padre, Miguel, convencieron a Alejandro Romay para que la sala la administrara ese pibe con ganas que no llegaba a la mayoría de edad. Ahora, vos presentás Fitz Roy en el Metropolitan, una de las tantas salas del clan Rottemberg.
-Es cierto. Inicialmente iba a ir a uno de los Multiteatro y, finalmente, por tema de fechas, estrenamos en el Metropolitan. Charlando con Carlos, me dijo: “Estás en mi casa igual”.
- ¿Te costó decidir quiénes iban a ser las cuatro actrices?
- Sí, tuvo lo suyo. Además, como es un elenco coral, es vital la química entre ellas. El cuarteto tiene mucho teatro encima y eso, en lo personal, es lo que más me importa más allá de los nombres rutilantes.
-Actualmente en el teatro comercial porteño viene pisando fuerte las comedias musicales, algo que en Madrid ya está consolidado. ¿No se te dio sumarte a este tendencia?
- Tengo un proyecto muy grande para el próximo año, o el siguiente, que es estrenar Billy Elliot, el musical que cuenta con partitura de Elton John. Ese proyecto me quema la cabeza. Por un tema de escala no irá a El Nacional porque necesitamos un teatro más grande todavía. La historia de ese pibito tiene una dramaturgia increíble, atrapante. Es “LA” comedia musical.
-Para terminar, si tuvieras que explicarle a un marciano quién fue tu padre, ¿qué le dirías?
-Que fue un gran hacedor, un luchador incansable. Era un tipo al que no le alcanzaban las horas para vivir la vida. Le diría que era una máquina de pensar, de crear. A la cosas negativas le encontraba la vuelta. Hay una anécdota que lo pinta bien: mi viejo nació en el seno de una familia muy humilde de Tucumán, que atravesó momento en el que el hambre apretaba. Haciendo el libro MemoriZar, un gran compañero suyo contaba que ante un plato medio vacío él imaginaba un plato abundante. Tenía la virtud de ver abundancia en lo poquito.
- ¿Se lo pudiste decir?
- No... En verdad, no pude. Pero siempre lo sentí así.
Los genes de Alejandro Romay están en su hijo, lo constituyen; pero, vale aclararlo, Diego Romay no deja mensajes grabados con la rutina a seguir. Los años de terapia, de vida o el haber bajado del pedestal a su padre fueron haciendo el resto, mientras ahora escala el Fitz Roy instalado en el escenario del Metropolitan.
Para agendar
Fitz Roy, secretos de montaña; de Jordi Galceran. Con Leonora Balcarce, Mara Bestelli, Laura Novoa y Romina Richi. Teatro Metropolitan (Avenida Corrientes 1343). Funciones: jueves y sábados, a las 20; y viernes y domingo, a las 19. Entradas desde 22.000 pesos.
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