Linda Peretz convirtió las desdichas de una esposa en un fenómeno de inusual permanencia; los secretos de un éxito con espectadores peleando a los gritos y mujeres confesando sus penas a la protagonista
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Primero fueron Adán y Eva, en el origen mismo de la creación divina. Manzana de por medio, acaso el símbolo inequívoco de los vaivenes de la vida marital. Marco Antonio y Cleopatra, más “modernos” que los precursores atravesados por la serpiente, viajaron de la antigüedad a través de William Shakespeare. Manual ilustrado con los más y los menos fue aquel diario de Mark Twain que los convirtió en leyenda literaria. Lorca fundió en tragedia aquella boda manchada con sangre y enviudó a la déspota Bernarda condenada al luto eterno. También Bergman hizo lo suyo mostrando las desavenencias de la vida conyugal moderna.
Más acá en el tiempo, una obra de teatro argentina recuperó aquellos dilemas y se convirtió en uno de esos fenómenos infrecuentes, acaso porque la temática inclusiva despertaba la identificación de los sacrificados espectadores víctimas de las delicias matrimoniales. No seré feliz, pero tengo marido se estrenó en agosto de 2001 y, luego de un tibio comienzo, cambio de actriz de por medio, empezó a crecer hasta transformarse en uno de esos títulos que están instalados en la memoria colectiva. “Fue el monólogo de texto más exitoso que se haya ofrecido en la Argentina”, sostiene Carlos Rottemberg, productor del espectáculo y exesposo de Linda Peretz, la actriz que convirtió a su personaje en un símbolo de las mujeres abnegadas en la faena nupcial y que hizo de la pieza un material que no supo de tiempos ni fronteras.
“Es una obra feminista, defiende a las mujeres, pero no se trata de un feminismo sobreactuado”, define Peretz, la intérprete que se puso al hombro a Viviana, ese personaje que despliega en escena sus confesiones más íntimas en torno a Jorge, el marido obsesionado por el fútbol y el control remoto del televisor. El texto está basado en el best seller de Viviana Gómez Thorpe, que llevaba el mismo título que la pieza teatral. Ese material fue adaptado y dirigido por el prolífico Manuel González Gil, quien sostiene que “la obra debe estar en el Guinness de los récords. No sé si hay un caso similar al de Linda”.
Tropiezos
“Cuando escribí el libro, me preguntan si había nacido como una venganza”, recuerda con humor Viviana Gómez Thorpe, quien mantuvo un largo matrimonio con el dibujante Oskar Blotta, fundador de las revistas Humor y Satiricón. Aquel texto hilarante y plagado de realidad había nacido en unas columnas que la escritora realizaba en RH Positivo, el legendario programa de radio de Rolando Hanglin. “Me levantaba a las seis de la mañana y escribía la columna que, al mediodía, actuaba en la radio. Aquello produjo una identificación muy impresionante, recuerdo que Hanglin me había bautizado como ´un ángel de misericordia´. En ese tiempo aún estaba con Blotta y al pobre le preguntaban si lo que yo contaba era verdad. Cuando me separé, y me fue muy bien, no le gustó tanto…”, reconoce Gómez Thorpe, quien da testimonio en primera persona de los contratiempos posteriores al “Sí, quiero”.
Un año antes del estreno, un productor le acercó la propuesta al director Manuel González Gil: “Era un conocido de Carlos Rottemberg y fue quien me ofreció adaptar el texto de Viviana Gómez Thorpe, a quién leía en sus publicaciones gráficas, así que era una persona conocida sin conocerla. Cuando leí el libro le confirmé al productor que era factible dramatizarlo, llevarlo a un lenguaje teatral”, sostiene el responsable de la versión que se conoció en la Argentina, España, México, Bolivia y Paraguay. “Yo no tengo nada que ver con el mundo del teatro, así que para mí fue todo muy nuevo”, rememora la autora del texto de librería.
El proyecto no comenzó con el pie derecho y lo que pocos recuerdan, debido a lo efímero de aquella primera temporada, es que la obra se estrenó protagonizada por la actriz María Valenzuela. En 2001, año complejo para la siempre crítica economía del país, no abundaban los espectadores y la propuesta no logró la repercusión esperada. “Arrancó con muy poquita gente, hasta el punto de tal que María (Valenzuela) nos avisó que, una vez terminadas las vacaciones de invierno, no seguiría haciendo la obra”, recuerda Rottemberg.
Esa primera experiencia contó con escenografía del experimentado Alberto Negrín: “El personaje original era una escultora, así que se veía la figura de un hombre en postura de perezoso, con su brazo acodado y su cabeza apoyada sobre el puño. Era una especie de busto de un marido caído. En el escenario habíamos instalado estructuras tubulares por las que se trepaba el personaje para seguir esculpiendo a ese hombre que supuestamente estaba hecho en piedra color natural”, rememora el escenógrafo que tenía 25 años en aquel entonces y cuya creación fue uno de los primeros trabajos de su carrera.
En el texto original, el personaje era una consagrada escritora, algo que mutó con la adaptación de González Gil: “Busqué algo más visual, por eso la convertí en una artista plástica y su universo en el escenario era su atelier, con una escultura gigante en escena. A medida que despotricaba contra el marido iba golpeando determinadas partes de la escultura con mucha fuerza”.
No solo aquella primera versión contó con poco público, sino que estuvo atravesada por algunas irregularidades: “Un productor se fue sin pagar nada, ni bien estrenamos. Ese fue un trago amargo, pero tengo el excelente recuerdo de cómo se solucionó todo. Llegó Carlitos Rottemberg, un señor como siempre, y se hizo cargo de todos los gastos de la escenografía. Luego de esa primera temporada, se cambió el decorado y ya no tuve nada más que ver”, afirma Negrín, quien también es uno de los realizadores escenográficos más exquisitos de nuestra televisión. Al tiempo, el primer empresario de la obra murió.
Chau Linda, hola Linda
Con la partida de María Valenzuela a poco de estrenar, había quedado en todos la sensación de algo inconcluso. Aquellas palabras de la escultora Viviana (mismo nombre que la autora) reflexionando de viva voz sobre Jorge, su marido, y el resto de la familia, merecía una revancha. “Estábamos pasando nuestras vacaciones de invierno con Carlos y nuestro hijo Tomi, cuando nos enteramos que María Valenzuela se bajaba del proyecto. Carlos me conminó, me pidió que los salvara y acepté. Me junté con Manuel González Gil y tuve solo 15 días de ensayo antes de debutar. En tan poco tiempo me aprendí semejante letra, fue tal el desafío que me agarró un ataque de pánico antes del estreno”, recuerda Linda Peretz, quien, meses antes, había concluido una temporada en Mar del Plata con la obra El enganche, de Julio Mauricio, acompañada por Ulises Dumont y con dirección de Leonor Manso.
“A mí me había gustado mucho cómo había salido la obra con María Valenzuela, a tal punto que se lo dije a ella y, luego, se lo comenté a Linda”, sostiene Rottemberg, quien no duda en reconocer que “influía mucho el fantasma de no haber funcionado la primera temporada, así que le insistí bastante a Linda para que aceptara, pero yo estaba muy convencido del valor de un material tan noble, con muchas puntas para ser explotado”. En ese tiempo, Linda Peretz no imaginaba que le depararían 17 temporadas seguidas, cientos de funciones en Buenos Aires, giras por todo el país y presentaciones en América latina y Europa. Con bajo perfil, un récord comenzaba a gestarse.
“En una charla, Carlos me dijo que Linda haría muy bien el personaje. La idea me pareció genial, así que decidimos intentarlo. Pero no puedo dejar de reconocer que también tuvimos dudas porque Linda venía de hacer La Flaca Escopeta, otro personaje famoso que ella interpretó. Es más, ya nadie le decía Linda sino que la llamaban La Flaca Escopeta. Con Carlos debatíamos si no era muy fuerte pasar de un público infantil a esta obra sin puente en el medio. Sin embargo, fue un éxito arrollador que paseamos por buena parte del mundo”, dice González Gil.
La artista plástica encarnada por Peretz era una mujer con deseos, vocación y cierta independencia, pero también se trataba de una esposa y madre dedicada que cumplía su exigente rol en la casa. “En la obra están mis textos, mi voz, pero Manuel González Gil le dio el desarrollo escénico. Fui 40 veces a ver el espectáculo, sobre todo durante la versión con Linda, y cada vez que iba no podía creer cómo mi vida iba pasando delante de mis ojos”, aún se sorprende la escritora Gómez Thorpe.
Si con María Valenzuela costó llevar público a la platea, los inicios con Linda Peretz no fueron más gratos y en el estreno sólo hubo once espectadores dispuestos a aplaudir: “Al principio fue muy poca gente, pero me lo banqué, me lo banqué, me lo banqué. Remé. Hasta que, un sábado de 2006, hicimos dos funciones llenas en una gran sala de Rosario y la obra explotó. Fui paciente con llegada de la gente, y le tuve amor a la pieza y mucho respeto al público. Lo que sucedió cuando comenzó a ser un éxito, no puedo explicarlo racionalmente”, reflexiona la actriz en torno a los vericuetos del misterio de la repercusión teatral.
Tal fue la repercusión, que el espectáculo comenzó a viajar. Cada vez que Peretz partía en busca de nuevos mercados, Rottemberg publicaba un aviso en los diarios con la frase: “Chau linda, hola Linda”, que se convirtió en un clásico.
Hasta ahora, la obra se hizo en 14 países, con 9 actrices diferentes. Pero fue Linda Peretz quien la convirtió en un clásico no sólo en la Argentina, sino en México y España, donde los públicos de Madrid y Barcelona, muy diferentes entre sí, la ovacionaron.
“La llegada al teatro Muñoz Seca de Madrid, en el primero de los tres viajes de la obra España, fue un antes y un después, los medios argentinos hablaron de ese desembarco y de su envergadura. Hasta el momento en el que fue Linda no había habido, en mucho tiempo, espectáculos argentinos. Luego llegó Ricardo Darín que logró un éxito con Art y Alejandro Romay que reconstruyó el Teatro Alcalá y llevó Tanguera. El empresario Cornejo de Madrid propuso hacer dos funciones diarias, yo pensé que era demasiado para Linda, como para cualquier actriz, por tratarse de un unipersonal. Sin embargo, cuando luego de una función se lo comenté, me dijo: ‘no vine a hacer turismo, sino a trabajar’”, reconstruye Rottemberg. Cuando Peretz regresó a la Argentina, el afiche dejó de tener la imagen de un señor con dos huevos fritos y la cara de la actriz protagonista pasó a ocupar un lugar preponderante con un sugerente primer plano.
No seré feliz, pero tengo marido fue una experiencia que se apartó de todo tipo de regla teatral. Ni los máximos conocedores del yeite, como Carlos Rottemberg, podían entender como durante meses, la obra agotaba dos funciones cada lunes en un teatro de Ramos Mejía o como se vendieron todas las localidades de la sala de Adrogué cuando la pieza se dio aquel 9 de julio de 2007, ocasión en la que se produjo la última nevada en Buenos Aires.
“Hay un miedo inculcado a las mujeres por generaciones enteras, donde se demonizaba la soledad. Mi mamá me decía: ‘Cuidá a tu marido, Vivian’. Hasta nos enseñaban hasta a soportar infidelidades: ‘Si total vuelve, vos sos la oficial’. Todos me preguntaban cuánto había de autobiográfico en mi libro y yo siempre dije que muy poco, sólo el noventa por ciento”, dice con su habitual humor filoso la autora Gómez Thorpe, buscando algunas puntas que expliquen la empatía de la gente con el material.
Como Brecht
La versión protagonizada por Linda Peretz es diferente a la que estrenó María Valenzuela. En primer lugar, se modificó la especialidad del personaje que pasó a ser pintora, capitalizando las virtudes de Pertez en la materia y para que la obra pudiese salir de gira con una sencilla escenografía: un gran lienzo de artista plástico. Además, mientras que Valenzuela se ajustó a rajatabla al texto y a la marcación de González Gil, Peretz se empoderó del material y en un verdadero mecanismo brechtiano rompió con la cuarta pared.
“Linda comienza a tener una comunicación impensada con la platea. Hasta el punto de tal que, y nunca sé cómo lo logró, durante la función memorizaba el nombre de los espectadores y, sobre el final, les agradecía de manera personalizada a cada uno. Además, siempre les hacía un comentario sobre su comportamiento en la sala. Esa característica fue un punto a favor que contó con el apoyo de autora y el director”, sostiene Rottemberg.
La universalidad del tema, los dimes y diretes de la sacrosanta institución matrimonial, generaba en la platea una inmediata empatía, la posibilidad de saludable espejo que acontece en la escena. Mímesis y catarsis, decía Aristóteles, quien no sabía sobre los dilemas existenciales de No seré feliz, pero tengo marido, pero conocía el alma humana y los secretos de la poética. Para Peretz “las mujeres se sentían identificadas con lo que yo decía, se producía un feedback muy impresionante. Es que a nosotras nos gusta encontrarnos para hablar del marido, por eso la función se terminaba pareciendo a una charla de café. Es más, no pensaba en que se trataba de público, sino que eran viejos conocidos”, simboliza la protagonista, quien reconoce que su conexión con los espectadores “fue creciendo de a poco. Primero hablé con uno, luego con dos y tiempo después con veinte. Si una está concentrada en lo que se hace en el escenario, puede producir eso. Además, me siento más cómoda en el escenario que en la vida. En la calle tengo miedo que un perro me muerda, a que me roben o me pise un auto. En el escenario no me sucede nada de todo eso, así que estoy muy tranquila”.
En ese ida y vuelta con la platea, sucedió de todo. “Hubo frases que dijeron los espectadores que se incorporaron al texto. Recuerdo que un español dijo que su auto era más importante que su esposa”, dice González Gil aún sorprendido a pesar de los años.
Acaso la situación más insólita se dio cuando el personaje reflexiona sobre los innumerables campeonatos de fútbol seguidos por el marido. En ese punto de la trama, dos hombres comenzaron a discutir de viva voz y con un tono cada vez más enérgico: “Me asusté mucho, pensé que se iban a agarrar a trompadas. Tuve que llamar al acomodador para que los calmara”, recuerda Peretz.
Como la actriz se tomaba varios minutos en sus charlas improvisadas con la gente, luego se reunía con el director para incorporar algunos diálogos espontáneos y quitar parte del guión original para que la obra no excediese los 80 minutos de duración.
En familia
Si la ficción plantea las frustraciones de una mujer en su experiencia conyugal, lo cierto es que la permanencia de la obra se sostuvo, más allá de sus virtudes artísticas, gracias a la buena química entre la actriz y el productor, entonces marido y mujer. “A Carlos no le gusta el fútbol, en eso se diferencia del esposo de mi personaje, pero, en el fondo, todos los maridos están cortados por la misma tijera y se parecen”, dice con humor Peretz, quien reconoce que “con Carlos no es difícil trabajar y, ahora, con Tomi, nuestro hijo, tampoco. Los dos son muy respetuosos de mi deseo, los amo. Carlos me quiere, quiero a sus niños y a su mujer actual, una muy buena persona a la que le llevo 30 años, así que apelé a la aceptación y el humor”.
“Nos divorciamos en el final de No seré feliz… Yo siempre le decía a Linda que, en casa, no se peleaba conmigo porque llegaba cansada de pelearse con el otro marido, el del escenario, pero que ella creía que se había peleado conmigo. No discutíamos, porque ella ya había su catarsis en el escenario. De todos modos nos divorciamos, aunque seguimos trabajando juntos y mantenemos una relación excepcional”, recuerda Rottemberg.
“Las mayores carcajadas desde que se inventó el matrimonio”, rezaba el famoso eslogan publicitario. Algo de eso hay. “No soy humorista, no busco el chiste, pero el humor en la obra permite que determinadas situaciones duelan menos, como en la vida”, reconoce Peretz.
Este mes, la obra está cumpliendo veinte años desde su estreno, convirtiéndose en un fenómeno particular, esos que el inconsciente colectivo recuerda por su título: “Los éxitos y los fracasos siempre me sorprenden”, reflexiona el director González Gil.
“La obra también se planta en ese lugar de defensa de la mujer que comparto, aunque soy feminista, pero no exagero. Esa posición del material hacía que, cuando terminaba las funciones, las mujeres me dijeran: ‘Parecía que hablabas de mi marido’. Una vez, una señora me confesó: ‘Mi marido es peor’”, finaliza Linda Peretz.
En las próximas semanas, Linda Peretz volverá a ponerse en la piel de Viviana. Para celebrar las dos décadas del estreno, la actriz realizará funciones en la sala del Regina, a beneficio de la Casa del Teatro, institución que preside. “Será una merecida celebración”, concluye Carlos Rottemberg en torno a la vuelta de esta obra que se convirtió en un clásico, como aquellas primigenias divergencias de los precursores Eva y Adán.
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