Ricardo Darín, Germán Palacios y Oscar Martínez estrenaron Art en 1998; fueron 12 temporadas con un millón de espectadores; y ahora, Pablo Echarri, Fernán Mirás y Mike Amigorena hacen una nueva versión
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La cartelera porteña, en medio de este complejo tránsito pandémico, tiene algo de operación rescate de títulos que marcaron verdaderos hitos en lo que se refiere al circuito comercial. Ahí está Brujas, que se estrenó hace 30 años; como Toc Toc, que debutó en enero de 2011. En tren de volver a poner a escena a montajes que podrían figurar en el libro Guinness de los récords del teatro de la avenida Corrientes, esta noche vuelve Art, la comedia o el drama, como se quiera, de la escritora y dramaturga francesa Yasmina Reza.
En simultáneo con lo que sucedía en plazas como Nueva York y Madrid, a fin de marzo de 1998 este galardonado texto traducido en varios idiomas se estrenó en el teatro Blanca Podestá. Estuvo en cartel hasta 2000 cuando Carlos Rottemberg remodeló su sala integralmente para convertirla en el Multiteatro Comafi. La dirigió el inglés Mick Gordon y la protagonizaban Oscar Martínez, Ricardo Darín y Germán Palacios, en los papeles de Marcos, Iván y Sergio, respectivamente. Una semana antes del estreno, el director se volvió a su país porque tenía compromisos diversos pero “nos dejó una hoja de ruta muy precisa, clara y rigurosa”, recuerda Palacios. Habían hecho funciones previas con público para ajustar el delicado mecanismo de la pieza. Desde el momento del estreno fue un éxito rotundo. A lo largo de 12 años y 13 temporadas, con las 1.100 representaciones logró convocar a más de un millón de espectadores,
Luego de las funciones en el Blanca Podestá se mudó al Regina, que en aquel momento estaba gestionado por Darín. Hizo dos temporadas en Madrid y Barcelona con un éxito todavía mayor al conseguido en Buenos Aires. Realizó, también, otras dos temporadas, en Mar del Plata. Una de ellas fue en plena crisis económica del estallido de 2001 en otra de las salas de Rottemberg. Corralito mediante y con escaso dinero físico en circulación, la gente se veía obligada a usar la tarjeta de crédito. Pero, detalle no menor, al principio de la temporada, la sala Corrientes no contaba con su postnet. Entonces, el público iba a boletería, de allí se le indicaba que debía ir a la mercería vecina, donde sí tenían manera de pagar con dinero plástico, y volver a la boletería para recibir la bendita entrada (increíble, pero real). Las últimas funciones en Buenos Aires fueron en 2010, en el Tabarís (hoy Multitabarís) mientras El secreto de sus ojos, la película que protagonizaba Darín, ganaba un Premio Oscar. Algunas veces otro Oscar, Martínez, no fue de la partida y el tríptico actoral lo completaron Luis Brandoni o José Luis Mazza, quien se sumó al trío en España y venía desarrollando trabajos en la producción de la obra. Entre mudanzas de salas, dos temporadas en España, giras nacionales y funciones en Uruguay fueron 13 temporadas de éxito. Art se tornó en un marca, en un mojón. Como una historia circular, este noche vuelve al mismo escenario de la despedida. Y como sucede con otros espectáculos históricos que están en cartel, habrá cambios, Esta vez, la dirigen Ricardo Darín y Germán Palacios. Protagonizan Art: Pablo Echarri, Fernán Mirás y Mike Amigorena. Y, siempre, un cuadro blanco de fondo que dispara el conflicto.
La trama, sus derivas
La primera escena de Art comienza con reflexiones sobre el arte contemporáneo. Es que el personaje de Sergio decidió comprar un cuadro blanco por el cual pagó un dineral. Marcos, su amigo, no puede creer que a un amigo suyo le guste una obra semejante. El tercer amigo, Iván, intenta, sin éxito, calmar las aguas. A lo largo de la trampa, el acuerdo entre ellos se rompe. Lo blanco deja de ser blanco.
La primera escena de esta vuelta de Art al escenario porteño no tiene que ver con el arte abstracto ni con el suprematismo del artista ruso Kazimir Malévich. Tiene que ver con una típica discusión familiar. La productora Nachi (Nazarena) Bredeston, hija de Guillermo Bredeston y Nora Cárpena, estaba con sus cuatro hijas y su marido en su casa. En medio de una cena, se produjo un cruce de opiniones que a ella la remitieron a un diálogo de Art. Inmediatamente, se lo comentó a sus hijas, que la miraron con cara de entender nada. Lógico, no habían llegado a ver la obra. Casi como acto reflejo, ella se prometió: “quiero que mis hijas la vean”. Así fue como tomó contacto con la autora, adquirió los derechos, convoca y llama a Darín, a quien conoce por su familia desde hace años. Le propuso dirigirla y él, quien aceptó con la condición de hacerlo junto a Palacios. Trato hecho. La familia se fue agrandando.
En febrero del año pasado, en Playa Grande, se enconctró con Carlos Rottemberg (otro escenario muy lejano al arte abstracto). En medio de esa foto de pop latino le contó el proyecto. “Al no estar papá, hablo todo con él”, se sincera Nachi en diálogo con LA NACION. El señor de los teatros aceptó. Se sumó otro integrante a la mesa. La idea era estrenar en agosto en el Multitabaris, la sala que también había pertenecido a su padre, en donde se despidió Art. Claro, vino un “detalle”: la pandemia. Con el coronavirus instalado se sumó a la producción ejecutiva Tomás Rottemberg, hijo de Carlos. Mike Amigorena, Fernán Mirás y Pablo Echarri terminaron completando la familia de esta puesta que nació en medio de un típico tironeo familiar. “Íbamos a estrenar en agosto de 2020 pero recién podemos hacerlo en agosto de 2021. Lo cual, deja en claro que todos perdimos un años…”, concluye, resignado, Carlos Rottemberg.
“Ricardo y yo sostuvimos esta obra durante 12 años –apunta Germán Palacios en diálogo con LA NACION–. Eso fue, en gran parte, por voluntad de ambos, por nuestra amistad y porque nos queremos mucho, nos respetamos, nos complementamos. Cuando surgió esta nueva posibilidad lo tomamos con mucha alegría, tenemos la misma lectura del material. Pero como somos distintos y complementarios, está bueno esto de tener cuatro ojos en vez de dos para dirigirla. Disfruto la situación de dirigirla. Tenemos un trío actoral hermoso que ha trabajando con una enorme entrega, que confiaron en nosotros”.
En un alto de filmación de la película que está dirigiendo Santiago Mitre, Ricardo Darín, agrega lo suyo. “Empezamos con charlas telefónica con los actores, algunos Zoom, muchos chats y se fue armando la cosa con estos tres actores muy diferentes entre sí, algo que pide la misma obra. Apenas empezamos a ensayar notamos que crecía día a día. Desde hace un mes y medio, sentimos que se adueñaron del cuento, que lo entendieron a la perfección. Ahora venimos de hacer algunos ensayos con público amigo y realmente estamos orgullosos. La otra noche vieron la obra Florencia (Bas), mi mujer, y Marina (Glezer), la mujer de Germán, quienes vieron la obra miles de veces, como se imaginarán. Y ambas coincidieron en decirnos que se habían emocionado y que se habían reído como si no conocieran la trama. En lo personal, fue la sensación de misión cumplida”.
Así fue como las derivas de aquella discusión familiar ahora volverán a adquirir las formas de rito teatral.
De (pre) historias y sus contextos
Aquella primera versión la produjo Gustavo Levit. Fue él, hacedor de innumerables éxitos fallecido en 2004, quien llamó a Germán Palacios, lo invitó al Blanca Podestá y le ofreció hacer de Sergio para completar el elenco. Ahí mismo le contó que esa convocatoria contaba con el acuerdo tanto de Darín como de Martínez. Y le agregó otro dato: que a diferencia de lo que estaba sucediendo en escenarios europeos en los que la obra estaba siendo protagonizada por actores que rondaban los 60 años, la versión porteña apostaba a bajarle la edad de sus protagonistas para que el conflicto entre estos amigos tuvieran otras resonancias. Hubo trato.
Apenas Germán Palacios leyó el texto no tuvo dudas. “La primera lectura es la que manda, como en cualquier material. Desde el principio me gustó el nivel de la discusión que plantea, esa precisión verborrágica que tiene la obra –cuenta a este cronista–. Fue imposible no identificarme con ese texto y es muy llamativo el nivel de discusión que mantienen los tres personajes despojado de ciertos lugares comunes de un debate entre hombres”. A su amigo, le sucede algo similar. “Es una obra tan bien escrita… –confiesa Darín–. Desde un principio sentí que teníamos un clásico. A partir de la excusa de la compra de una obra de arte se habla de los afectos, de la tolerancia/intolerancia que es un tema que jamás va a pasar de moda. Germán y yo nos propusimos dirigirla por el amor que le tenemos de la obra”.
En 1998, cuando se estrenó Art, se desató la crisis asiática que, como efecto dominó, impuso al país un tiempo de recesión económica y mayor desocupación. Carlos Menem habitaba la Casa Rosada. En Catamarca, finalizaba el juicio por el femicidio de María Soledad Morales, de 1990. Se creó la Alianza y Fernando de la Rúa fue elegido como candidato para las presidenciales. En otro, plano, los dictadores Jorge Rafael Videla y Eduardo Massera fueron detenidos por el robos de bebés. Resumir a 2021 lleva menos líneas: el coronavirus define toda su marcha acá, en el mundo. También define la marcha (y las contramarchas) en la actividad teatral limitada al 50 por ciento de aforo.
En este contexto tan complejo fue que aparecieron los productores Nachi Bredeston y Tomás Rottemberg, hijo de Linda Peretz y Carlos Rottemberg, para sumarse a esta nueva familia de Art. “Nachi y Tomás son dos jóvenes productores, dos intrépidos, dos atrevidos que nos propusieron la idea de dirigirla. Y acá estamos en medio de esta coyuntura. Lo consulté con Germán y le dimos para adelante. En este contexto, productores y dueños de sala están haciendo una inversión enorme en un momento en el cual, todos los circuitos teatrales de la ciudad, están apostando a recuperar la confianza del espectador. Porque el protocolo del covid en las salas es, probablemente, el más seguro de todos. Es un ritual protegido, cuidado, controlado; eso lo gente tiene que saberlo. Por eso mismo para nosotros también era importante volver al teatro”.
Cuando la obra bajó en 2010, no hay datos precisos de lo que sucedió con el famoso cuadro blanco del living en donde transcurre la acción. No por el valor en sí mismo del cuadro, sino por su valor simbólico. Esta vez, Tomás Rottemberg, uno de los intrépidos productores, imagina que tal vez se lo lleve a una de las paredes de su oficina despejada como recuerdo. Claro que, para eso falta porque esta segunda nueva eta de Art recién comienza.
Los tres mosqueteros y los espejos
“Yo soy Sergio, dermatólogo, trabajo en el consultorio, soy separado, tengo dos hijos y un departamento. Los objetos de arte son muy importantes para mí, me interesa el arte contemporáneo y me lo paso visitando galerías. En mi formación, las opiniones de Marcos, que es mayor que yo, siempre fueron muy importantes para mí, pero yo estoy seguro de que el cuadro que compré, a un costo de 200 mil francos, no es blanco y estoy dispuesto a defender mi punto de vista”, se animaba Germán Palacios a definir a su personaje en primera persona para la nota de LA NACION, publicada en 1998.
“Marcos es un hombre rígido. Puede experimentar amor únicamente si hay sometimiento de los otros. Cree que su verdad es incuestionable. Cualquier acto de autonomía, como la compra de un cuadro realizada por su amigo Sergio, la vive como una traición personal, sobre todo porque ese cuadro no cuenta con su aval. Es incapaz de amar a sus amigos”, decía en aquella oportunidad Oscar Martínez. Y cerraba Darín: “Iván es lo que común y ligeramente llamamos un pobre tipo. Se está por casar con una chica de buena familia y siempre anduvo a los tumbos con el trabajo. De los tres es, entre comillas, el menos inteligente. Sus amigos hablan de la frescura de él en tiempo pasado. El hecho de que sus dos amigos opinen tan distinto sobre un mismo cuadro le genera un conflicto insoportable. Está en una situación complicada, porque está próximo a casarse con una chica de buena familia. Es un dominado por las mujeres, especialmente por su madre, coincidencia por la cual acepté hacer este personaje”.
En la reciente nota de Gustavo Lladós a los tres protagonistas, agregan datos sobre este tríptico vincular. “Sergio es culto y, a diferencia de Marcos, más pluralista, más liviano a la hora de la comprensión y de ponerse en el lugar del otro”, decía Mike Amigorena. “Marcos es el conservador del grupo, un tipo estructurado. Un ingeniero aeronáutico con un nivel de rigidez de pensamiento supino, que ve la vida sólo a través de su propio cristal y con su verba filosa de bisturí denigra a todo aquel ser humano que piense lo contrario”, daba Pablo Echarri otra pincelada sobre Marcos. Sobre el pobre tipo de Iván, como decía Darín, Fernán Mirás acotaba: “es el que queda en el medio de estos dos amigos y paga un precio por ello”. En este inestable equilibrio transita el texto de esta reconocida autora francesa.
Para su estreno en Buenos Aires de 1991, la crítica de Pablo Zunino en LA NACION interpretaba que detrás del debate culturoso por el famoso cuadro “se juega la gran batalla de la rivalidad masculina. Son como bueyes corneándose con palabras cargadas de sorna y con gestos contenidos. Hasta que sobrevienen los estallidos de broncas acumuladas a lo largo de mucho tiempo”.
El texto de Yasmina Reza, quien visitó la Argentina en 2018, se estrenó en París, en la Comedie des Champs-Elysées, en 1994, donde permaneció 18 meses en cartel; en Berlín, en la Schaubühne; en Londres, en el Wyndham’s Theatre; en Nueva York, en el Royal Theatre. En 1998, la estrenó Josep María Flotats, en Madrid. Un año después, llegó la versión local en el Blanca Podestá. “Yasmina Reza ha decidido ser ella misma: divertida, enérgica, impertinente, impaciente, otras tantas cualidades reunidas en Art, comedia hilarante y sensible”, dijo Le Monde, de Francia, sobre la puesta gala. Críticas de este tipo se encuentran en todas las ciudades en las que se representó y en todas las ciudades fue un éxito de taquilla.
Blanco sobre negro
Si bien las elogiosas críticas fueron una constante, como en el vínculo entre los tres personajes se colaron los matices y una postura terminante. El diario inglés The Times aseguró que Art era “una comedia sumamente inteligente, profunda y espiritual, que toca lo universal». El diario alemán Die Welt, en este juego de paletas, matices, pinceladas aseguró que era “una comedia de la más alta escuela”. Pero, como dejando bien en claro el juego de cromático y del uso de la luz de su pintura escénica, Yazmina Reza alguna vez dijo: “Art tiene una enorme oscuridad que es la demolición de una amistad, no encuentro la parte cómica de que una amistad se rompa”. Y subrayó que ella no se encuentra “dentro de los géneros” porque “lo mezcla todo” pero, sí tiene que definir la comedia, considera que es conseguir transmitir “lo sensible de lo ridículo, dando un paso adelante en el exceso”.
En esa línea de reflexión, cuando el director español Miguel del Arco hizo uno de los montajes de este texto en la desaparecida sala madrileña Pavón Teatro Kamikaze, una de las tantas salas del mundo que no sobrevivió a la pandemia, aseguró, sin matices, que el texto en cuestión es una “comedia envenenada que ahonda en las miserias del ser humano (...) Art es una tragedia, que nadie se olvide. Tiene el veneno de Molière”. La describía al texto como “una partitura”. También lo cree Germán Palacios. “Es una especie de concierto de cámara”, asegura. En esta comedia envenenada, entonces, el famoso cuadro por el cual Sergio pagó un dineral es, en definitiva, la excusa para que explote por los aires la amistad entre ellos. La idea del cuadro surgió en ella cuando un vecino de su edificio, médico dermatólogo, la invitó a su departamento a ver una obra de arte que había comprado. Había pagado 200 mil francos. “Me reí al verlo porque me pareció una estupidez”, contó alguna vez la autora de Art, Un Dios salvaje y del libro Al alba la tarde o la noche, donde narró en primera persona su experiencia siguiendo al candidato a la presidencia de Francia Nicolas Sarkozy,
Para aquella puesta madrileña, que fue una de las tantas, la famosa escritora fue a su estreno que tuvo lugar en la sala del barrio de Lavapiés. “Al principio me parecía una pieza interesante, pero no genial. Hasta que vi la interpretación que hizo de Art Ricardo Darín no me di cuenta de lo buena que era la obra”, reconoció esa vez. Jazmina Reza también había viajado de París a Madrid para ver la obra que protagonizaban los argentinos. Luego de aquella función, recuerda Germán Palacios, se fueron a cenar junto a una traductora, productores y agentes literarios. En este contexto ya la autora les había confesado que se había vuelto a enamorar de la obra, de su toque latino. Darín también recuerda aquella noche. “Fue un momento muy emotivo. Era como estar cenando con Shakespeare”, ironiza.
A partir del vínculo con la autora ambos amigos tuvieron que asumir la producción de la obra para que no les retiraran los derechos. En un momento, la misma Yasmina Reza tuvo la intención de hacer una versión fílmica de Art con ellos tres. “Estoy dispuesta a aceptar un proyecto fílmico del que sea parte Ricardo Darín. He adorado su forma de ver la pieza y su aventura personal con el proyecto. Además, es un hombre extraordinario y encantador con quien he pasado momentos maravillosos en Buenos Aires. Se puede decir que estamos dando los primeros pasos hacia la versión cinematográfica de Art. Es la primera vez que el proyecto fílmico me parece interesante”, dijo la premiada autora en 2007. Hasta Ricardo y Germán habían avanzado en un propio guión. Pero esa idea no prosperó. “Yo creo que podría haber sido la muerte de la obra de teatro traducirla al cine. Es mejor dejarla en el lenguaje teatral”, asegura, a distancia de aquel proyecto, Germán Palacios.
Un cuadro y sus entornos
Con alternancias, durante eso 12 años el éxito de Art no detuvo su marcha. Pasó de las 700 localidades del Blanca Podestá a las 400 del Regina colgando cartelitos de localidades agotadas. Hasta se animaron a hacer temporada en Villa Carlos Paz. “¿Ustedes qué vienen a hacer acá? –recuerda Germán Palacios que les preguntaron–. Casi que fuimos discriminados, pero no sucedió y lo pasamos bárbaro. Presentar la obra ahí ponía en evidencia ciertos prejuicios. Antes del estreno el director nos decía que si tratamos al espectador como inteligente se va a sentir de ese modo. Lo cual, quedó demostrado a lo largo del tiempo”.
Hicieron temporada en el teatro Tívoli, de Barcelona, con 1.700 butacas como en viejos cines del Gran Buenos Aires que no están preparados para una obra como Art. Poco les importó. Se transformó en una fija, en una obra de culto que, a la vez, era popular. De hecho, Pablo Echarri recientemente comentaba que había visto la última versión en el Tabarís. “Era imposible perderse Art en esa época. No verla era quedar afuera de un hecho artístico-cultural y pagar sus consecuencias: en principio no poder compartir y discutir la obra con la gran cantidad de público que la vio a lo largo de 12 años, porque no nos olvidemos que Art fue uno de los mayores sucesos de la historia del teatro argentino”, decía el actor.
“Nosotros la seguimos haciendo siempre por amor y porque es una obra que se resignifica todo el tiempo”, admite Ricardo Darín. “La pieza plantea una discusión entre gente que se aprecia, que se necesita; no es una discusión con alguien del entorno. Por ese motivo es muy plural y cada uno puede identificarse con algo que le pasa”, suma su interpretación Germán Palacios.
Los dos amigos que mayor cantidad de veces hicieron funciones de Art en el mundo ahora estarán del otro lado del escenario observando a ese living dominado por el cuadro blanco, blanquísimo que, en distintos momentos, habitaron o habitan Pablo Echarri, Luis Brandoni, Mike Amigorena, José Luis Mazza, Oscar Martínez, Fernán Mirás y, claro, Ricardo Darín y Germán Palacios.
El nuevo elenco podrá cargar con las evitables comparaciones, pero no quedan dudas, lo reconocieron cuando fueron entrevistados por LA NACION, que cuentan con dos directores que conocen al detalle la obra. En ese punto, no hay discusión posible. El cuadro es blanco, y listo.
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