Déborah Turza: de Festilindo a ser una primera dama del musical argentino
Comenzó en el programa de niña, pero con 20 años de trayectoria en comedias musicales, regresa a los escenarios por partida doble: en las obras De eso no se canta y Al bárbaro le doy paz
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Comenzó como una niña prodigio. A los ocho años fue elegida para formar parte de Festilindo, el programa musical infantil que fue suceso en la televisión durante la década del 80. “Fue una experiencia que tuvo muchas aristas”, recuerda hoy Déborah Turza, la actriz de Rent, Sweet Charity, El pasajero, Y un día Nico se fue, Por amor a Sandro, Mamá está más chiquita y tantísimas comedias musicales. “Por un lado fue maravillosa porque yo era muy feliz trabajando en la tele, grabando discos y yéndome de gira con mis amigos. Era famosa, me reconocían en la calle y firmaba autógrafos. Fue un privilegio poder foguearme sobre un escenario a esa edad y en un momento histórico-cultural tan importante para el país, como fue el del regreso de la democracia. Pero ahora, con los años, puedo decir que parte de todo aquello no estuvo bien, por ejemplo, que nos hicieran trabajar tanto y no nos pagaran nada”. Pero a los 14 el desarrollo natural del cuerpo se impuso y el ciclo de TV y la niñez quedaron atrás. “Al principio fue duro, me convertí en una adolescente muy insegura, me preguntaba todo el tiempo: ¿entonces no lo hacía bien? ¿por qué no me siguen queriendo?”, agrega la cantante, bailarina y actriz. Lejos de abandonar sus sueños de artista, más tarde empezó un camino de estudios multidisciplinarios y trabajo profesional que primero la condujo al mundo de los shows en pubs, bares y restaurantes (como cantante de bandas de jazz, rock y covers) y luego al de las comedias musicales, ya como una artista integral. Hoy es una de las intérpretes más dúctiles del género musical y se destaca tanto en el circuito comercial como en el independiente. Hace pocos días reestrenó en el teatro Gargantúa el musical testimonial De eso no se canta, canciones prohibidas de todos los tiempos (por el que ganó en el 2019 el Premio Hugo a la Mejor Intérprete Femenina en Café Concert), y el 12 de octubre debutará en El Picadero con el music hall Al bárbaro le doy paz (sobre textos y canciones de María Elena Walsh), ambos espectáculos de Pablo Gorlero.
–¿Cómo llegaste a Festilindo y cuál era tu background hasta aquel entonces?
–Me lo pasaba todo el día en mi casa cantando, bailando y patinando. Hasta que un día mi hermana mayor vio en la televisión la promoción con la búsqueda para el programa. Se lo comentó a mi mamá y ella luego me llevó al casting. Recuerdo que éramos un montón, la cola era larguísima. Las posibilidades parecían remotas, pero finalmente quedé; primero en el coro y luego como solista. Por aquel entonces no estudiaba nada, pero veía muchas películas musicales, de la época del cine de oro de Hollywood y de más acá. La que primero me marcó fue Cantando bajo la lluvia, luego La novicia rebelde y, más tarde, El mago de Oz, Xanadú y South Pacific. Las veía en VHS y en inglés porque eran unos video cassettes que había comprado mi papá durante unos viajes que hicimos con él a los Estados Unidos. Otra película que me marcó muchísimo fue A Chorus Line, esa sí la vi en el cine, luego la alquilaba todas las semanas en un video club, me subía a la mesa de la cocina y copiaba todas las coreografías. Desde chiquita estuve en contacto con la buena música. Mi papá escuchaba mucho a Judy Garland, Edith Piaf, Frank Sinatra, Tony Bennet, Liza Minnelli, mucho jazz y zarzuela.
–¿Con tu papá viajaban a los Estados Unidos por razones turísticas o laborales?
–Viajábamos por turismo y también porque mi papá era testigo de Jehová y allí había unas asambleas a las que quería asistir. Así que hacíamos doblete.
–Además de la pasión por la buena música y las comedias musicales, ¿heredaste la inclinación religiosa de tu padre?
–Mi papá tenía una búsqueda de fe muy potente. El nació católico, es decir en el seno de una familia católica, y luego se convirtió al judaísmo. Estudiando hebreo la conoció a mi mamá, que era judía. Se pusieron de novios, se casaron y unos meses antes de que yo naciera tocó la puerta de su casa un testigo de Jehová. Y, zas, volvió a cambiar de religión. Pero ahí se quedó hasta el final. Yo me divertía mucho leyendo con mi papá los libros de su credo. A mi mamá eso no le gustaba mucho porque, por descendencia materna, yo soy judía; y si bien ella no lo era tanto prácticamente, ni íbamos todas las semanas al templo, sólo le permitía que me enseñara la historia bíblica hasta Jesús. Desde entonces tengo una fascinación desde el punto de vista antropológico por la mitología y la historia, por los mitos que atraviesan las diferentes culturas y los hechos que se repiten y regresan a través de cuentos y leyendas. En conclusión, soy judía pero hoy abrazo la espiritualidad en todas sus formas. Soy una persona ecuménica. Por eso, por ejemplo, he participado en varios musicales católicos. Es más, el primero en el que trabajé se llamó Kolbe, sólo el amor crea, de Carlos Abregú y Ángel Mahler, sobre la historia de un santo polaco que fue asesinado en la segunda guerra mundial por los nazis. Y a ese le siguieron otros, como Hechos de los apóstoles y Jesús de Nazareth y hasta dirigí uno que se llamó Brilla la luz, que contaba la historia de amor de María y José en tiempos actuales.
–Todos estos musicales fueron en el off. ¿Cómo arribaste al circuito comercial y a los títulos importados de Broadway?
–La primera vez que me presenté a una audición fue en 1998, a la de La Bella y la Bestia, pero no quedé porque mi formación vocal distaba mucho de la que se necesita para trabajar en teatro musical, que es muy exigente. Seguí estudiando y luego llegué al final de las audiciones de Fiebre de sábado por la noche, pero tampoco se me dio. Entonces, como había ganado una beca para estudiar en el Broadway Dance Center de Nueva York, me fui a los Estados Unidos y me perfeccioné con todo. A mi regreso ya era una artista más consistente y ahí fue que me eligieron en 2001 para ser la viuda Fruma-Sarah en El violinista en el tejado, junto a Pepe Soriano. Ese fue mi primer título de Broadway y mi primer musical en la avenida Corrientes. Y a partir de ahí vinieron todos los otros musicales: Aplausos, Los productores, Sweet Charity, Cabaret, El pasajero, Rent, etcétera.
–En plena temporada de Rent tuviste que parar. ¿Por qué?
–Sí, tal cual. Tuve la suerte de ser elegida para uno de los personajes protagonistas, el de Joanne Jefferson. ¿Pero qué pasó entonces? Dentro del teatro musical hay muchísimos estilos; el de Rent, como es una ópera rock, es muy exigido. Amerita una técnica vocal especial para no perjudicar las cuerdas vocales y mi personaje, originalmente, en los Estados Unidos, lo interpretaba una negra, o sea alguien con un instrumento distinto. Yo cantaba jazz y blues y tenía una cosa “anegrada” en la voz, pero es evidente que no soy negra. Todo estuvo bien hasta que en una función hice algo distinto de lo que venía haciendo y me provoqué un hematoma en las cuerdas vocales. Fue como si alguien me hubiera dado una piña, sin embargo seguí con la temporada. Hasta que un otorrinolaringólogo me obligó a parar, a hacer reposo, y fue la primera vez en mi vida que estuve 10 días enteros sin hablar. Luego, el hematoma se fue con fonoaudiología y regresé a la obra. Pero al final de la temporada, que se me superpuso con los ensayos para el reestreno de Amantes odiosas (con Laura Conforte y Romina Groppo), me sobreexigí y terminé como renga por la vida. Se me formó un pólipo y me tuve que operar. Más allá de la angustia que eso me provocó en un primer momento, después empezó un tiempo de renacimiento: pude volver a cantar con menos esfuerzo que antes e inicié un camino de autosuperación para entender por qué había llegado a ese punto de sobreexigencia. Y ahí llegué a la conclusión de que no había llegado a ese punto por Rent sino porque había empezado muy tempranamente, a los ocho años, en Festilindo.
–Vos también trabajaste en musicales locales. ¿Cómo es encarar un musical de Broadway y uno nacional? ¿Encontrás diferencias?
–Sí, sí, hay diferencias. Los musicales de Broadway, tipo tanques, vienen con una estructura que funciona de cierta manera, y si bien una acá le pone cierta impronta son obras grandes que vienen muy formateadas. En el caso de Los productores tuvimos a Chet Walker, que vino desde los Estados Unidos a co-coreografiar la obra con Ricky Pashkus, pero en el de Sweet Charity vinieron los dos repositores originales, Larry Raven y Steven Freeman, a dirigir la obra tanto actoral como musicalmente. Ellos tenían muy claro todo, así que el margen para crear era chico. En cambio, en Por amor a Sandro o Y un día Nico se fue, todos tuvimos la oportunidad de experimentar y el director y el coreógrafo creaban con lo que les proponíamos. No nos decían “esto es así” y punto, se podía dialogar y trabajar en conjunto. Además no es lo mismo crear un personaje que recrear uno que ya viene originado por otra intérprete y en otra latitud. Yo fui la primera Haydée de Por amor a Sandro y la primera madre de Osvaldo en Y un día Nico se fue, pero no la primera Helen de Sweet Charity. Hay otra diferencia más: los espectáculos de Broadway llegan a estrenarse después de mucho recorrido y de mucha búsqueda, primero hacen un workshop, luego salen de gira, donde prueban de todo, y recién al final pasan a Nueva York. Acá todo es un salto al vacío. Por ejemplo, cuando leí Mamá está más chiquita yo sentí que era una joyita y que quería estar, pero no tenía ninguna seguridad de cómo iba a funcionar, porque era algo nuevo, que nunca se había hecho. En fin, estrenar un musical argentino es un acto de fe. Pero también de muchísima creatividad. A mí me encanta tomar ese riesgo porque estos musicales hablan de nosotros, de nuestra cultura e idiosincrasia. Los musicales argentinos tienen esa yapa.
–Hablanos de tus dos espectáculos actuales, el que acabás de reestrenar (De eso no se canta) y el que se viene (Al bárbaro le doy paz).
–El primero incluye canciones prohibidas en distintas épocas, no solamente durante la última dictadura argentina. Hay también canciones de América Latina y de España, de tiempos de la Guerra Civil Española, y de Italia. Por ejemplo, está “Bella ciao”, que cantaban los campesinos contra el fascismo de Mussolini. También hay temas de la Guerra de Secesión en los Estados Unidos, sobre el racismo y cómo volvió a tomar actualidad en los últimos tiempos. Por eso hay que refrescar todo lo que pasó, porque si uno lo olvida puede volver a suceder. Cantamos temas de Charly García, Daniel Viglietti, Bob Dylan, Moris, María Elena Walsh, Violeta Parra y Piero, entre otros. Mi personaje es La Mujer del Pañuelo, así que cuando llegamos a los años 70 represento a Las Madres y a las Abuelas de Plaza de Mayo con todo lo que eso significa. Es hermoso ponerme en ese lugar y darle voz a todo ellas. Pero también es un lugar de mucha responsabilidad. ¡Imaginen cuando nos vinieron a ver al teatro La Comedia (donde el espectáculo se estrenó en 2019)! Me sentí abrumada, emocionada y henchida de orgullo. En De eso no se canta también están Julián Rubino, Laura González y Nicolás Cúcaro, más Gabo Illanes y Gastón Galilea, en piano y percusión. Vamos los viernes, a las 20, en el teatro Gargantúa (Jorge Newbery 3563). Y a partir del 12 de octubre, también estaré todos los martes, a las 21, en El Picadero (Pasaje Enrique Santos Discépolo 1857) con Al bárbaro le doy paz, junto a Mariano Magnífico, Flavia Pereda y Julián Pucheta. Es un mix de textos y canciones de María Elena Walsh, las que realizó para el público adulto y algunas pocas para niños. No hay una historia lineal, pero los textos y las canciones se van hilvanando y de alguna manera van desarrollando la dialéctica de María Elena. Cada uno de nosotros, los intérpretes, representamos simbólicamente un aspecto de su personalidad o de sus temas de interés. Está La Enamorada, que representa su costado romántico, y estoy yo, La que protesta, y que represento su parte más combativa. Después están Magoya, que representa un poco a la clase media “descomprometida” y El Hombre Niño, que es su parte lúdica. A través de una hora y media se podrán escuchar, por ejemplo, “El País del Nomeacuerdo”, “Como la cigarra”, “Los ejecutivos”, “Barco quieto”, “El mono motoloco”, “La pájara pinta” y el tema que incluye la frase que le da nombre al espectáculo: “Para los demás”, el que dice “al loco le doy razón y al bárbaro le doy paz, mi canto y mi corazón son para los demás”. Es un varieté y está muy abierto a la participación del público. Tendrá coreografías de Marina Svartzman, acompañamiento musical de Juan Ignacio López y Tito Vanini y bastante humor. Será un espectáculo con muchos colores, para reflexionar y partirse a carcajadas, o sea para reír llorando y llorar de risa.
–Por último, ¿cómo enfrentás este regreso al trabajo después de un año y medio de prácticamente nula actividad?
–Volver al teatro me da una alegría enorme, me recuerda quién era y quién sigo siendo. Todo esto que nos pasó a todes, esta situación de la pandemia, fue como un mazazo en la cabeza. Yo vengo de una situación personal muy dura porque a los dos días de iniciada la pandemia falleció mi pareja (Daniel Aníbal Buzni, alias Dixon Buzni, famoso por su tributo a Vicentico y Los Fabulosos Cadillacs) y papá de mi hija, de una muerte súbita. En marzo del año pasado sentí que había cambiado el juego y que nadie me había avisado. En un momento de tanto dolor y de tanta desprotección económica porque no podía salir a trabajar, ya sea porque no había trabajo o porque no podía dejar a mi nena de cinco años sola, conocí la gran solidaridad, la de mis amigos y colegas, que armaron una red de contención afectiva y monetaria, y toda la ayuda posible de mi madre. Recibí mucho pero mucho amor, sentí que me atajaban y aún siento que me siguen sosteniendo. Hace cuatro meses, lamentablemente, mi madre también partió, por una enfermedad crónica del corazón. Así que ya no cuento con ella. Pero hoy siento que estoy ante un nuevo comienzo, y que el trabajo y el arte son mis tablas de salvación, me sanan y me dan esperanzas.
Para agendar
De eso no se canta, canciones prohibidas de todos los tiempos
Viernes, a las 20, en Gargantúa, Jorge Newbery 3563. Entradas: Alternativateatral.com
Al bárbaro le doy paz
Desde el 12 de octubre, los martes, a las 21
El Picadero, Pasaje Enrique Santos Discépolo 1857. Entradas: Plateanet
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