De Mendiolaza a los Estados Unidos
CAROLINA DEL NORTE (The New York Times).- Al menos por algunos minutos, el American Dance Festival fue casi tan dramático fuera del escenario como dentro de él. La noche de inauguración, lunes de la semana pasada, en la mitad de la función de "Mendiolaza", un nuevo trabajo de la compañía argentina Grupo Krapp, las luces de la sala se encendieron y un tramoyista anunció que el teatro debía ser evacuado a causa de un posible incendio.
En un primer momento nadie se movió, hasta que los rostros consternados de los intérpretes dejaron en claro que el anuncio no formaba parte de su espectáculo, maravillosamente tumultuoso. Ya de regreso en el teatro, algunos minutos más tarde (el incendio había sido una falsa alarma), siguieron adelante con la improvisada repetición de una figura de ascenso contra la pared que inmediatamente volvió a zambullirlos en las bruscas explosiones de la obra.
Formado en 1998 en Córdoba, Argentina, el Grupo Krapp, constituido por actores, bailarines, coreógrafos y músicos, tomó su nombre de "La última cinta de Krapp", de Samuel Beckett, una obra popular en América latina. Pero aunque "Mendiolaza" es una obra con rasgos de teatro del absurdo, no tiene nada del nihilismo beckettiano. Es cierto que el "drama coreográfico", tal como la obra es descripta en el programa, fue inspirado por las sombrías vidas de los habitantes de un pueblo de montaña (presumiblemente en la Argentina). Pero el helado vacío del tramo de calle que se ve por la rendija de una puerta entreabierta de la elegante y despojada escenografía de Ariel Vaccaro, donde humanos robóticos pasan rápidamente de tanto en tanto, era un mundo diferente del de las salvajes actuaciones de los personajes que se refugian allí del frío de esa calle.
Esos personajes irrumpen y salen de una habitación que podría ser un café vacío, con piano y ventilador, cobrando vida en acrobáticas batallas y sensuales acoplamientos corporales. Las sirenas los impulsan atropelladamente a alinearse contra la pared, pero nunca por mucho tiempo. Las vidas de esos seis hombres y mujeres, encarnados por los directores de la compañía, Luciana Acuña y Luis Biassoto, y por Gabriel Almendros, Edgardo Castro, Agustina Sario y Fernando Tur, pueden ser empobrecidas y peligrosas, pero su vitalidad -brutal y llena de energía- resulta indomable.
Parte de la acción es procaz. Y también el texto que la acompaña, insertado en inglés en el programa, aunque los hispanohablantes del público dijeron que la traducción era bastante más suave que las palabras que los intérpretes cantaban, mascullaban y gritaban. No obstante, el impresionante trabajo de grupo y de la puesta en escena, una versión disciplinada de una vida tumultuosa, convirtió a "Mendiolaza" en algo más que una posibilidad de que los talentosos intérpretes pudieran comunicarlo con gran exuberancia.
La música recorre toda la obra como un caprichoso eslabón, interpretada en acordeón y guitarra por Almendros y Tur. Un punto alto de la obra, de 40 minutos de duración, fue la canción -en inglés- "While My Guitar Gently Weeps", de George Harrison. Tendido sobre el piano y deslizándose hacia abajo, Almendros la cantó con un pícaro tono gimiente que captaba perversamente la cómica trivialidad de la canción, rebatida por las descaradas respuestas en español de los otros. Marcelo Alvarez diseñó una iluminación que pasaba sutilmente de la luz natural a una colorida y audaz teatralidad. Gabriela Fernández creó el vestuario, funky y de colores penetrantes.
"Mendiolaza" es un teatro sofisticado que consigue también ser espontánea y salvajemente alocado. Sería bueno poder ver al Grupo Krapp en Nueva York muy pronto .
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