De la Guarda volvió con la fiesta y el vértigo a cuestas
El grupo presentó "Villa Villa con todo" en su nueva sala
Volvió De la Guarda con su caballito ganador: "Villa Villa". Aquel montaje que estrenaron en 1995 en el Centro Cultural Recoleta y que, ahora, presentan en una nueva sala con todos los chiches, con todos los elementos adecuados para que este espectáculo que recorrió el mundo (y que seguramente seguirá haciéndolo) se luzca en todo su esplendor.
Como en aquella primera versión, llamada "Período Villa Villa", el show sigue siendo una apuesta a las sensaciones. Algunas de ellas apuntan directamente a las identificaciones más primarias. Por eso, ahí, arriba de las cabezas de los espectadores, están hasta los elementos de cotillón de nuestros cumpleaños infantiles: el cochecito, el papel picado, los globos de colores y hasta el mínimo avión que alimentó las fantasías de volar. Probablemente, el mismo avión al que Pichón Baldinu y Diqui James, los directores de este grupo, se subieron para proponer un espectáculo en el cual el espacio aéreo es el mejor escenario.
Y en algunos momentos "Villa Villa" logra hacer volar la imaginación del espectador más desprevenido. Como en la primera escena, en la que el espectador se queda ensimismado viendo cómo el techo, que está a pocos metros de sus manos, se transforma en una gran tela pintada por seres alados. O cómo en distintas oportunidades unos tipitos se abrazan, se expulsan, se repelen, se persiguen o se aman en las alturas, en un marco de enorme fuerza visual.
"Villa Villa" también es furia, viento, riesgo, adrenalina, tormenta o garúa de verano refrescante y envolvente. Esa variedad de estímulos visuales, táctiles y musicales se convierte en la clave para que la puesta no decaiga en los setenta minutos que dura este viaje sensorial.
Y con el objetivo de que la fiesta sea completa, De la Guarda abre el juego al público para que participe y se apropie de la fiesta, aspecto central de este montaje que no pretende más que eso: divertir. Como apuesta a lo colectivo, en esta versión se incluyó un nuevo tema dance para que el público se mueva, grite y haga catarsis junto a los 14 actores alados (en el original eran nueve).
El espíritu dance se convierte en una de las diferencias más notorias entre aquella versión que estrenaron hace años y esta nueva vuelta de tuerca que dieron en llamar "Villa Villa con todo". En el original, la música (verdadero hilo conductor del montaje) estaba dominada por sonidos tribales e industriales (uso de cornetas, tambores o ruidos de zapateos sobre el hierro). En esta oportunidad, Gaby Kerpel sumó una variante murguera (incluyó redoblantes) que se da la mano con la música electroacústica y con el dance. Una fusión que establece un interesante puente entre distintos tipos de fiestas populares.
Una apuesta contundente
Eso sí, "Villa Villa" no es para los amantes de la comodidad de las butacas. Para ellos, más vale evitar esta experiencia, porque desde el primer momento se van a sentir invadidos.
La pulsión de "Villa Villa" es otra porque el montaje apunta a rescatar el espíritu lúdico de manera fragmentaria, caótica, anárquica. En ese aspecto -central y definitorio de este show- dan en la tecla precisa. Es más, lo hacen como ningún otro grupo argentino de la actualidad. Habría que acotar: vuelven a hacerlo como ningún otro grupo en estas tierras.
Claro que, como en todo espectáculo basado en efectos, para el que ya lo vio el margen de sorpresa (ergo, divertimento) es menor. Pero para el que por primera vez entre en esa enorme caja negra, De la Guarda puede que le rompa la cabeza. Y eso lo logra a fuerza de talento, de entrega y de una inteligente manera de manipular la acción.
Hasta en el juego de las tediosas comparaciones entre el original y el actual, el trabajo fluye con mayor naturalidad, con una musicalidad interna más precisa, más acabada y con un despliegue técnico de primerísimo nivel.
Los seres alados volvieron a copar el Patio del Tanque. Volvió la fiesta.
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