David di Nápoli, el compañero de Luis Brandoni en el escenario
A veces una cara, una actuación destacada, un tono de voz quedan grabados como un tesoro en la memoria de los espectadores. Sin embargo, no siempre la asociación con el nombre del intérprete llega a completarse del todo, ya sea por falta de continuidad, poca visibilidad o por esas razones inefables llamadas suerte.
A David Di Nápoli, un actor con más de medio siglo en los escenarios, lo han parado por la calle por su Escribano Andretta de El secreto de sus ojos, de Juan José Campanella, o por Serna, en Un gallo para Esculapio, la premiada serie de Bruno Stagnaro, o por el Diego Rivera que compuso en Los amantes de la casa azul, de Mario Diament. Sin embargo, no todo el público sabe quién es el par de Luis Brandoni en El acompañamiento, en el Multiteatro, la primera obra en estrenarse después de la pausa que impuso la pandemia.
"Teníamos todo preparado cuando se declaró la cuarentena. Así que no hubo que hacer demasiado para esta ocasión: escenografía lista, dos personajes que casi no se tocan –alguna palmadita pero no hay abrazos-, no fue difícil volver. Pero no sabíamos qué iba a pasar con el público, distanciado, con barbijo, era raro. Sin embargo, se emociona tanto como nosotros", dice el actor sobre este clásico de Carlos Gorostiza, un ícono de Teatro Abierto, que estrenaron en 1981 Carlos Carella, como Tuco, y Ulises Dumont, como Sebastián, el papel que hoy asume Di Nápoli en la sala de la calle Corrientes donde la obra permanecerá en cartel hasta el domingo 20 para volver, si nada lo impide, el 6 de enero.
Con el streaming no negociaron. De la misma generación, Brandoni y Di Nápoli se conocen hace tiempo. Trabajaron juntos por primera vez en Postdata tu gato ha muerto, de James Kirkwood, en 1978, dirigidos por Emilio Alfaro; mucho después, en Don Arturo Illia, de Eduardo Rovner, y en la gira nacional de Justo en lo mejor de mi vida, de Alicia Muñoz. También se encontraron en algunos capítulos de Un gallo para Esculapio, una de las tantas ficciones de tevé en las que participó Di Nápoli (El puntero, Los simuladores, Buenos vecinos, Poliladron, entre otras). Y acaba de empezar a grabar otra, la segunda temporada de Pequeña victoria, con dirección de Juan Taratuto, para Amazon Prime Video y Telefe: "Es bravo para el actor filmar todo el día y después tener función en el teatro. Pero con la situación como está para tantos compañeros sin trabajo, no me quejo, es un privilegio".
A finales de los años 50, todavía adolescente comenzó a estudiar en los grupos independientes, primero en Nuevo Teatro, con Alejandro Boero y Pedro Asquini, y después en La Máscara, dirigido por Hedy Crilla, la introductora en nuestro país del método Stanislavski, y con quien se formaron maestros como Agustín Alezzo y Augusto Fernandes.
"Era durísimo y algo esquemático porque se bajaba línea todo el primer libro de (Konstantin) Stanislavski que después escribió mucho más y se cuestionó a sí mismo. Tardaban en llegar las cosas (risas). Con el tiempo, fue cambiando pero al principio era así, muy rígido: ‘eso es verdad, eso no es verdad’, te decían y salías para terapia directo. Hedy era muy severa y sus discípulos tomaron eso también. Por suerte yo estaba en el grupo de los que ella amaba porque a los que no, les decía ‘querido, para que eligió este oficio, hay tantos’", dice, lejos de idealizaciones. A Di Nápoli le gustaba probar estilos y hoy se ríe con ternura ante las pasiones de los jóvenes de los 60. Había tribus irreconciliables, si estudiabas con uno, no podías con otra, la pertenencia era una elección de vida y se criticaba al resto: "Siempre me gustó investigar las posibilidades de la actuación. Trabajé en el (Instituto) Di Tella, que estaba en las antípodas de Fernandes y Alezzo, no con Roberto Villanueva, que era un fenómeno, sino con Rubén De León. Cuesta explicarle a los jóvenes lo que era Florida en esa época, la de Illia, era una fiesta desde Plaza San Martín hasta Avenida de Mayo, muchos teatros, mucha vida nocturna, mucha discusión".
Otra maestra para el actor fue Susana Milderman, creadora de un sistema que combina yoga y plástica griega, la gimnasia rítmica expresiva. Como en La Máscara buscaban referentes en distintas especialidades, todo el grupo tomó clases con esta artista. Uno de los que más se conectó con ella fue Di Nápoli que continuó la formación por mucho tiempo y se convirtió casi en un hijo del matrimonio Milderman. Con el tiempo, él mismo empezó a dar clases para actores y actrices. "Se usaba mucho el trabajo corporal. Era común hacer ejercicios antes de entrar a escena, ahora no. Era la época de influencia no solo del Actors Studio sino también del Living Theatre, teníamos bibliografía, veíamos videos, la información había que salir a buscarla porque si no, no te enterabas", dice el actor y docente que se enoja cuando hoy un estudiante le dice que no encontró un libro de Pirandello: "Ponelo en Internet y te sale".
Durante muchos años, hasta la muerte de Lito Cruz, fue docente en su escuela de actuación. La tarea continuó en otro espacio, el teatro Colonial de Paseo Colón y Belgrano (que dirige Adrián Di Stéfano), el lugar donde estaba La Máscara y donde estudió, hoy es su escuela: "Es muy movilizador caminar por esos pasillos, con tantos recuerdos y amigos que ya no están".
Con toda esta historia de teatro independiente detrás, con la experiencia de actuar con grandes directores como Villanueva Cosse, Laura Yusem, Alberto Ure y Jaime Kogan; de haber recorrido Francia e Italia en 1975 con El señor Galíndez, de y con Tato Pavlovsky; de viajar al under con Adrián Blanco y Los pro y los contra de hacer dedo, en Medio Mundo Varieté; de ganar un premio ACE en 1998 por el ciclo Radioteatro para ver, en la Biblioteca Nacional; después de todo eso y más, a David di Nápoli lo saludan por la calle y lo felicitan pero no suelen recordar su nombre:
"No digo que no me importa nada porque sería un mentiroso. Un poco, sí. Hice muy buenos trabajos y me llamaron. Pero creo que no me vendí bien. Estaba junto a personas prestigiosas, trabajaba con ellas, pero a lo mejor me iba a comer con los técnicos a otro lado. No sé, no supe, no me di cuenta, ahora un poco más. Beto (Brandoni) me dice que tengo que escribir un libro, con todo lo que hice y espero hacer todavía". Quizá la marquesina en una sala céntrica, el acompañamiento de un famoso y algo de justicia poética iluminen con su magia, esta vez, el sinuoso laberinto del reconocimiento.
PARA AGENDAR
El acompañamiento, de Carlos Gorostiza.
Miércoles, jueves y viernes, a las 20.30; sábados, a las 20 y a las 22; domingos, a las 19. En Multiteatro (Corrientes 1283) $ 1500.
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