Actor, mimo, titiritero, director y autor. Daniel Veronese es un artista imparable que puede conjugar verdaderas piezas de laboratorio como fueron sus tres Experiencias estrenadas el año pasado en el Cultural San Martín y que siguieron su camino en Timbre 4 (La persona deprimida, Encuentros breves con hombres repulsivos y Los arrepentidos), obras partidas del universo literario del polémico escritor norteamericano David Foster Wallace y de Marcus Lindeen; dirigir éxitos de taquilla en la calle Corrientes, versionar a Chéjov en piezas que marcaron un antes y un después del teatro off porteño, ser reconocido en países europeos y una carrera tan interesante como extensa, que resultaría difícil encasillarla. Además ¿para qué? Veronese se reinventa, se cuestiona, se interroga. Y como en un salto al vacío porque no existen precedentes, estrena su nueva producción que lo tiene como autor y director esta vez de forma virtual, totalmente online y sin red. La noche devora a sus hijos podrá verse vía streaming en vivo todos los sábados, a las 21, y domingos, a las 17; se sacan las entradas y se accede al link por el sitio de Alternativateatral.com o por la página Timbre4.com. Se trata de la cuarta parte de estas Experiencias con las que viene trabajando antes de la pandemia. Además ¿para qué? Veronese se reinventa, se cuestiona, se interroga. Y como en un salto al vacío porque no existen precedentes, estrena su nueva producción que lo tiene como autor y director esta vez de forma virtual, totalmente online y sin red. "La crisis en sí misma o nos mata o es garantía de cambio", afirma Daniel Veronese, uno de los hombres más teatrales de nuestra escena.
–¿Cómo estás llevando este aislamiento? ¿Te resulta un tiempo productivo o todo lo contrario?
–En marzo estaba a dos semanas de estrenar mi texto La noche devora a sus hijos en Timbre 4. Veníamos ensayando desde el año pasado con 18 actrices y actores, todos docentes de Timbre 4. Obviamente, la cuarentena me tomó por sorpresa, como a la mayoría. Al principio dije: qué bueno tener todo el día para mí y meterme en proyectos encajonados. Pero descubrí que se necesita aire en el medio, que estar varias horas seguidas en algo no resulta tan productivo. Así que me relajé y trabajo cuando aparece la necesidad. Dejé de pensar en las horas del día como un recipiente que tenía que llenar.
–Entonces estás produciendo nuevos materiales...
–Sí, a pesar de ese "aire" que procuro mantener a mi alrededor produzco bastante. Por empezar, esta traducción a formato online, me tuvo ocupado los dos últimos meses. Y tengo varias cosas más: escribí otra obra con Matías del Federico [autor de Bajo terapia y juntos escribieron Paraanormales]; revolví viejos archivos de la computadora y refloté una obra de Lars Noren que había mandado a traducir hace años; la leí en profundidad, me encantó, la versioné y estoy haciendo ensayos por Zoom con cuatro actores. Escribí también una obra corta que mandé al concurso del Cervantes. Intento una versión de Un enemigo del pueblo, de Henrik Ibsen, que está en concordancia con los sucesos que hoy nos rodean; y otra obra con Matías del Federico y Fernán Mirás, a seis manos, todavía en gateras. La semana próxima empiezo ensayos virtuales de la Experiencia 5: con 24 actores y actrices de Timbre 4, también docentes de esa institución en su mayoría. Y voy a empezar a hacer con una amiga el guion cinematográfico de mi obra Teatro para pájaros, que filmaría yo con actores de tercera edad. En fin, no me aburro.
–¿Te queda tiempo para ver series o películas?
–Ví infinidad de series. De las últimas que recuerdo: Big Little Lies, con un trabajo memorable de Meryl Streep en la segunda temporada; Years and Years; Sharp Objects; I Know This Much Is True, con el maravilloso Mark Rúffalo. Y en la saga Game of Thrones vi a Peter Dinklage, un actor al que quiero dirigir. Cada vez me gustan más las series por los trabajos de actuación que por la trama.
–¿Qué te parecen las nuevas formas, como el teatro filmado tan en auge ahora? ¿Podés encontrarle un costado estético a lo que proponen las nuevas tecnologías?
–Me metí a transformar La noche devora... a un sistema no presencial, con su posibilidad de accidentes (cortes de luz, mala señal de internet, desfasajes de audio e imagen) porque tenía a los actores calientes, a punto de estrenar y habiendo ensayado tanto. Pero más allá de la energía desbordante y la alegría que le imprimen no creo que lo virtual me vaya a convocar una vez que se abra la puerta para ir a jugar. Lo veo como un trampolín para saltar más alto. La crisis no la pedimos, pero la tenemos y la aprovechamos. Y la crisis en sí misma, o nos mata o es garantía de cambio. Esto lo sentí desde que hice mi primera obra. Entrar en crisis con la creación nunca me asustó. Pero mi poética es teatral, y siento que no estamos haciendo teatro. Lo que no quiere decir que desapruebe las cámaras. Me muero por hacer cine, pero también me muero, en otro sentido, cuando veo teatro filmado en una pantalla. No lo puedo evitar.
–Es un momento sin precedentes y la cultura, en especial el teatro y aún más el independiente, está en crisis. ¿Pensás que hay retorno?
–El teatro independiente obviamente está en peligro. Es una actividad de gente –actores, directores, dueños de sala, técnicos, escenógrafos–, que en su mayoría vive al día, como tantos trabajadores claro. Necesita un Estado que cobije esa especialidad. Siempre nos felicitamos por tener un teatro fuerte, valorado acá y en el exterior, y no hay que olvidarse de esto; entiendo que hay muchas necesidades, pero no hay que perder el trabajo que construimos como parte de la sociedad durante tantos años. Por otro lado recuerdo la crisis de 2001, aunque no es lo mismo, pero mucha gente de los cien pesos que podía sacar del banco por semana, destinaba 10 para una entrada de teatro independiente. Las personas primero van a poner comida sobre la mesa y pagar deudas, pero creo que el público argentino también va a acompañar al teatro independiente, quizá porque su entrada es más accesible que el teatro comercial. Intuyo que en términos artísticos van a pasar grandes cosas después de esto. Ojalá. Si no pensara así no podría contestar estas preguntas.
–Que el teatro independiente corra el riesgo de extinguirse, ¿es una cuestión política?
–Siempre fue frágil y siempre luchó por sobrevivir. La situación económica es desesperante para este tipo de teatro, no hay un piso que lo soporte. Necesita ayuda del Estado sí o sí. Si es política habría que preguntar a quién le conviene una inmensa cantidad de gente expresándose a través de su trabajo y a quien no.
–¿Cómo es el trabajo del director por pantalla? ¿Se puede?
–Creía que no se podía dirigir a distancia, pero tuve que dejar de lado ese prejuicio. Por un lado terminé de encaminar el estreno de La noche devora... pero este resultado tiene que ver en gran medida con el amor del grupo a lo que estábamos haciendo y lo que ya habíamos logrado en los ensayos. En otra vereda pondría la obra de Noren que estoy ensayando. Nunca hago trabajo de mesa, y aquí no me queda otra. Llegaremos a tres meses o más de lecturas, razonamientos, pasadas de letra, cambios, circunstancias que atravieso en cada proyecto pero con los actores metidos en el escenario desde el primer día. Es increíble como uno va metamorfoseándose para sobrevivir. Ya siento con naturalidad la situación de dirigirlos como si estuvieran de cuerpo presente, y ellos pueden actuar como si estuvieran agrupados, tocándose, salivándose, sintiéndose. Claro que no es lo mismo, pero nos acostumbramos. Es como una prótesis que usamos esperando el momento de arrojarla lejos. Y esto va a poner la vara alta cuando podamos ensayar en un espacio todos juntos. Los deportistas dicen que pierden masa muscular. Espero que nosotros no perdamos masa teatral, que esta espera no nos haga olvidar nuestra esencia.
–¿Cómo empezás un proyecto nuevo? ¿Leyendo el texto?
–Si lo supiera, si lo pudiera poner en palabras lo haría, pero en general es tan azaroso como la vida. ¿Cómo hacés para enamorarte? ¿Te sirve revivir el ambiente que una vez te vino bien? ¿Tiene que ver con la voluntad?
–¿Qué son las Experiencias?
–Ya había decidido teatralizar dos secciones de Entrevistas breves de hombres repulsivos, cuando recordé la obra de Marcus Lindeen: Los arrepentidos. Junté los proyectos buscando puntos en común, pensando si podían montarse en un mismo espacio, con mínimos cambios. Pensé si podía (dramática e ideológicamente) justificarme a mí mismo ese trío. Y lo pude hacer: experiencias por las cuales los que participábamos íbamos a conocer algo nuevo, nos íbamos a enfrentar con problemas a resolver. Así nacieron las Experiencias. Son una acumulación de sucesos teatrales que nos producen ideas dispares, contradicción.
–Y en esta dirección llega la cuarta parte, La noche devora a sus hijos, justamente, disparándonos tantas ideas nuevas y contradictorias.
–Serán funciones en vivo, por Zoom, cada actor desde su casa. Sin red, adrenalina pura. Hay un sistema armado para socorrer si alguien se queda sin luz, sin internet o tiene mala señal. Son 18 actores, que dividimos en dos grupos de 9, uno va el sábado, el otro el domingo. Es un personaje que narra sucesos recordados encadenados hasta llegar a una experiencia traumática. El texto que escribí de 20 páginas, narrativo, se lo aprendieron todos e iban diciendo partes azarosamente, como sacándose el texto; energías distintas porque son actores distintos, pero un solo discurso. Aquí intenté hacer lo mismo. Son dos grupos de 9 porque 18 se veían muy chiquitos en las cámaras. Incluso 9 se ven chiquitos, así que van entrando de a 4 o 5 cámaras. Intento mantener la esencia, esto de decir los textos casi azarosamente.
–¿Cómo sos como director? ¿Cómo llega a tu vida esta profesión?
–Llegó como casi todas las cosas valiosas, de manera impensada. Sentía desde muy chico, 10 o 12 años, que algo expresivo dentro de mí quería salir pero no entendía qué. Sentía la necesidad pero me equivocaba en el instrumento, nunca sospeché que el teatro fuese ese lugar buscado. Es más, no me interesaba el teatro, no veía obras. Y ya de grande, golpeándome la cabeza contra las paredes, a oscuras, no sabiendo bien cómo, llegué al estudio de Ariel Bufano. Y ese señor vio algo en mí y me dejó pasar. Ese fue el comienzo de todo. Luego vino el estudio de pantomima, la creación del Periférico de Objetos, las clases con Mauricio Kartun (mi otro maestro junto a Bufano), las escrituras y direcciones en el Periférico, las obras para otros directores, y por último mis direcciones con actores. Todo, desde estar escondido detrás de un títere o actuar sin palabras fueron escalones para esta profesión de director que me estaba esperando. Pienso la vida en términos dramáticos, como un músico puede encontrar musicalidad en una pava en el fuego, o un cineasta ve imágenes en un día nublado.
–¿Tenés que traicionar algo de aquel estudiante de mimo y actuación para dirigir una pieza cómica en la calle Corrientes? ¿Se puede lograr profundidad en el teatro comercial?
–No siento que traiciono nada en el teatro comercial porque nunca prometí nada. Sí sé que son exigencias distintas respecto al independiente. No me confundo. En uno soy contratado y en el otro soy el dueño del trabajo junto a mis compañeros. El prestigio del independiente me llevó a ser convocado en el comercial. Pero desde el primer momento me di cuenta que no debía confundirme, que mi esencia está en el independiente, porque ahí nació todo. Pero el otro también es una prueba muy grande para un director, no es fácil trabajar con condiciones apretadas, con consignas que no se pueden eludir: el éxito, por ejemplo. El teatro comercial no puede generar divisiones, ni contradicciones en el público, porque si no la gente no paga una entrada. Pero es teatro también. Allí pude trabajar con actores que admiro y que nunca llegarían al circuito independiente.
–En varias ocasiones afirmás que el teatro tiene que incomodar, ¿qué querés decir con esto?
–Wallace decía (palabra más, palabra menos) "la buena literatura tiene que incomodar al que está cómodo y calmar al que está perturbado". Si hablamos de arte dramático creo que el público no debería salir de la sala como entró, debería modificarse.
–Tu reinterpretación de Chéjov marcó un antes y un después en el teatro independiente. Distintos artistas repiten que el encuentro con aquellas obras fue determinante. Quien quisiera versionar a Chéjov, en Buenos Aires, tendría que pasar por tus relecturas, ¿quién es Chéjov para tu teatro?
-No voy a creerme eso porque me paralizaría. Con Chéjov me sucedió el enamoramiento del que hablaba antes. Tardé en declarármele porque infundía mucho respeto en los círculos escolásticos. Quizá tenía miedo de las miradas sobre mí. Pero cuando me metí con su profundidad, su sencillez complejizada en cada imagen y palabra, me permitió que jugara lo que estaba necesitando como director, utilizando también las herramientas que tengo como autor. Ser autor me permitió escribir sobre él al tiempo que lo dirigía. Chéjov para mí es un referente moderno, actual, que me permite hablar de mis angustias y alegrías, de mi tiempo y de mi entorno.
–Inauguraste además los horarios poco frecuentes, un elemento que se volvió casi sello de nuestro off. La luz que entraba por la claraboya a las 4 de la tarde fue el puntapié para que el teatro independiente se reinvente. ¿Te sigue interesando cruzar los límites de la escena? Este momento podría ser un gran desafío.
–Sí, estábamos ensayando Un hombre que se ahoga y me encantaba no apelar al vestuario, la impudicia con la que entraban los actores y actrices a actuar, y el no necesitar de luz eléctrica gracias a la entrada de sol por la claraboya de mi estudio. Así fue que busqué alguna sala en la que pudiéramos trabajar con luz de día. Y encontré esa especie de anexo del Camarín de las Musas, lamentablemente ya desaparecido. Obviamente me sigue interesando cruzar los límites de lo culturalmente admitido. Hice mi carrera escuchando a los maestros que me interesaban pero también buscando el lado B de esas enseñanzas.
–¿Preferís trabajar con artistas con los que solés trabajar?
–Suelo sentirme más cómodo con quien ya trabajó conmigo, pero cuando dirijo (y no me pasa en ningún otro ámbito, ni artístico ni social) pierdo contacto con lo cotidiano. No hay método entre mis actores y yo. Si lo hay, no lo percibo. Sí hay necesidades concretas que dependen de la obra y de los que vehiculizan esa obra. Tampoco percibo quién me conoce y quién no. Pierdo personalidad, por así decirlo, me fundo en algo que se tiene que desarrollar en la escena. Pasa solo cuando el trabajo fluye, me olvido quién soy y quiénes son ellos, armamos un mecanismo teatral que nos supera, lo teatral es lo único que importa. Me esfuerzo para que los actores entiendan esto y lo sientan, que todo al final depende de ellos.
–¿Cómo pensás que vamos a estar en un año? ¿Te imaginás una vuelta a la antigua normalidad o a una nueva, como se dice también?
–No lo sé. Por momentos me veo (nos veo) con barbijos, sin tocarnos por años, como si realmente el mundo fuera a cambiar de dirección, como si la necesidad de contacto, de acercarnos libremente al otro fuera a desaparecer o a transformarse por la aparición de nuevas camadas de virus inteligentes y creativos. Si es así se deberá modificar de verdad el hecho teatral. Pero en momentos más luminosos fantaseo con que vamos a ensayar en un mes, sin problema.
El elenco de La noche devora a sus hijos está integrado por Cinthia Guerra, Federico González Bethencourt, Gonzalo Ruiz, Inda Lavalle, Maite Velo, Valentina Pal, Inés Cejas, Daniela Catz, Emilia Rebottaro, Lizzy Pane, Lucila Garay, Mariana Bruno, Mario Petrosini, Matías López Barrios, Melisa Hermida, Verónica López Olivera, Jorge Noguera y Soledad Sauthier.
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