Estrena Los amigos de ellos dos, escrita junto con Matías del Federico, y tiene en cartel dos obras en Timbre 4
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En su amplio estudio de Palermo, el dramaturgo, director y titiritero Daniel Veronese acaba de terminar la primera pasada con público de Los amigos de ellos dos, el texto que escribió junto con Matías del Federico (la misma dupla de éxitos como Bajo terapia o Para anormales). Esta vez, la acción se concentra en Liza y Nicolás (Magela Zanotta y Héctor Díaz) quienes llegan al mismo restaurante en el que, desde hace 12 años, se encuentran todos los jueves para cenar junto a otra pareja amiga. Pero los minutos pasan y los amigos no llegan. El rito se interrumpe y las derivas de esa espera derrapan hacia lugares insospechados. Lo dirige el mismo Veronese y, desde esta noche, se presentará los viernes, en el Teatro Picadero.
Terminada la función cerrada, uno de los espectadores le comenta al prestigioso director y dramaturgo que la obra es “muy de estos tiempos, que es una radiografía de la Argentina”. Veronese se queda callado, escucha. Pero cuando el equipo creativo y el público amigo dejan el estudio y se enciende el grabador, toma la palabra. “Yo no sé de qué escribo, me doy cuenta de lo que escribí cuando lo dirijo. Hoy sentí que se rieron más de lo que suponía. Los actores ya pedían público y la presencia de espectadores seguramente los potenció. Yo la sentí graciosa, jugada; pero la diseccioné tanto que ya no me puedo reír de lo que se ríe el público. Estoy pendiente de otras cosas”, asegura, ahora, tratando de procesar la información que dejó la pasada previa al estreno.
El proceso de ensayo de Los amigos de ellos dos comenzó hace unos meses. Decidieron estrenarla este año, aunque se traten de pocas funciones. “Era necesario debutar, lo sentimos así. A lo sumo, volveremos en marzo con una temporada larga”, reconoce. La escribió con Del Federico a fines del año pasado, cuando la gente no se podía sentar en un restaurante a puertas cerradas, cuando las restricciones se volvieron a endurecer. Fue, acaso, una apuesta al futuro. “En principio, es una escena de dos personas esperando a otros dos amigos. Casi es el ABC del teatro. Pero, en realidad, no habla de esa espera, sino de lo que uno espera en general de la vida. Uno de los personajes dice claramente que desea ser feliz, que quiere ser reconocido, lo cual abre la trama hacia un lugar casi existencialista”, comenta tratando de no revelar el argumento.
En uno de los pasajes, uno de los personajes hace referencia a los otros dos amigos que no llegan. “Son más sensibles, más amigables que nosotros”, se sincera como mirándose al espejo, como si la comparación con sus pares fuera algo inevitable. “Estos seres reclaman ser escuchados como ellos escuchan a sus amigos. Eso atraviesa a la obra y permite una situación común. Porque siempre hay un amigo que llega a una reunión y que copa toda la situación, nos pasa a todos. Pero, de repente, esa particularidad establecida hace ruido. En la comparación está el problema”, asegura este creador nacido y criado en el Grupo de Titiriteros del Teatro San Martín.
En plena época dura de la pandemia no paró de escribir junto a Matías del Federico. Apelando al Zoom, hasta escribieron juntos una obra con Fernán Mirás y empezó a generar proyectos para poder juntarse con amigos, para recuperar su propio rito. Como varios de sus compañeros, Daniel Veronese también hizo cosas en streaming. “Pero nunca quise escribir una obra pandémica”, deja en claro aunque uno de los espectadores del ensayo le hablara de las resonancias de esa espera en el contexto actual. De todos modos, sabe que hay tantas obras como público y que él no tiene ni la autoridad ni la voluntad de desacreditar la mirada ajena. “Yo escribo algo que, sin proponérmelo, termina siendo parte de esta Argentina”, admite. Ese comentario lo lleva a recordar el estreno de El hombre de arena, una producción icónica del grupo El Periférico de Objetos del que formó parte junto con Ana Alvarado y Emilio García Wehbi. En su momento, aquel perturbador trabajo en el cual unas muñecas antiguas eran desenterradas por cuatro viudas fue vinculado con los desaparecidos. “Nos habíamos propuesto trabajar sobre los siniestro en base a la lectura de un cuento de Hoffman y un escrito de Sigmund Freud, pero todos interpretaron que hablábamos de los desaparecidos porque no hay, en nuestro pasado, algo más siniestro que eso”, recuerda sobre aquella maravillosa experiencia. Hay un dato colateral de enorme carga simbólica actual sobre aquella puesta que se presentó en la sala Babilonia: los espectadores recibían un sobre como programa de mano que, en su interior, tenía un barbijo. Es que, con el correr de los minutos, la mínima sala se llenaba del polvo de la arena que estaba en constante manipulación.
Su mirada sobre todo aquel tránsito como integrante del Grupo de Titiriteros del Teatro San Martín y como uno de los fundadores de El Periférico, grupo troncal de la producción escénica de las últimas décadas, lo lleva a recordar un momento muy instalado en su memoria. “Me han pasado cosas... pero el día en que Ariel Bufano –fundador del Grupo de Titiriteros– me dijo que yo había entrado al San Martín empecé a saltar de alegría... No lo podía creer. Ahí se me abrió una puerta maravillosa, ahí comenzó todo”, observa como mirándose en su propio espejo.
Aquel Daniel Veronese saltaba de alegría más o menos en 1986 o 1987. El Periférico se fundó en 1989. “Los títeres, los objetos nos llevaban a trabajar sobre lugares oscuros, sobre lo siniestro. Pero con el nacimiento de mi primera hija, empecé a sentir la vida de otra manera y comencé a escribir para actores obras que dirigieron Cristina Banegas, Alejandro Tantanian, Lorenzo Quinteros... Luego, me largué a dirigir, que es mi forma de entender lo que escribo. Así fui abandonando a El Periférico, pero tengo recuerdos maravillosos de todo aquello y algo de aquel espíritu de resolver me quedó para siempre”, apunta sobre su propio tránsito. En esa ruta, el prestigio logrado hizo que lo llamaran para dirigir en el circuito comercial obras que protagonizaron, entre otros, figuras como Alfredo Alcón, Guillermo Francella, Nicolás Cabré o Gabriel Goity.
En estos momentos, armó su propio circuito: los sábados, a la noche, y los domingos, a las 15, en Timbre 4, presenta Otoño e invierno, del autor sueco Lars Noren. Los domingos, a las 12 del mediodía, comparte La noche devora a sus hijos, un trabajo experimental en base a textos suyos que los 16 actores, todos docentes de la sala, lo saben, pero que no está pautado el orden en decir esos textos. Y desde hoy, a las 20, suma a su propia cartelera Los amigos de ellos dos, el rito de estos amigos que desde hace años se encuentran a cenar todos los jueves pero que, de golpe, dos de ellos no llegan. Para el próximo año, Daniel Veronese ya tiene algunos trabajos en mente. “Tengo ganas de radicalizarme hacia un lugar más experimental. A esta altura de mi vida tengo ganas de darme gustos poéticos, de hacer algo ya no solamente lejos del teatro comercial sino también del circuito alternativo. Hacer algo enrarecido...”, apunta. Uno de esos proyectos ya tiene nombre: se llamará Casas incendiadas. Daniel Veronese promete quemar sus propias naves. Hasta imagina volver a abrir su estudio de Palermo para proponer a unos pocos espectadores su propia ceremonia escénica iluminados todos por la luz natural que entran por los grandes ventanales.
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