Vuelve a la dirección teatral con Adelfa, sobre las grietas ideológicas en el seno de una familia, escrita por Florencia Aroldi; pero además filma una serie para Netflix, avanza sobre el guion de su próxima película y hará su primera obra en el Teatro San Martín
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La famosa “grieta” puede empezar en casa. La prueba fehaciente es la historia de Adelfa, la obra escrita por Florencia Aroldi y dirigida por Daniel Hendler que acaba de estrenarse en El Camarín de las Musas. Protagonizada por tres primas que intentan infructuosamente sostener un ideal de familia que el resentimiento y las diferencias ideológicas desintegraron, la historia se desarrolla a la largo de tres décadas.
Comienza en los turbulentos años 70 y continúa en las dos décadas siguientes, hilvanando una trama dinámica de militancias clandestinas, secretos inconfesables y rivalidades tóxicas que el paso de los años hace evolucionar hacia un desenlace explosivo. Los tres nombres de las primas (interpretadas por Virginia Lombardo, Verónica Piaggio y un José Luis Arias transformado en mujer) empiezan con A: Alma, Adela y Amanda, igual que el de una tía repostera y autora del budín más rico del que la familia tenga memoria, Adelfa, también denominación de una planta venenosa y muy resistente a la sequía. La alegoría es clara: de inmediato esas tres iniciales, en el contexto de un relato de estas características, remite al terror de la Triple A, la organización parapolicial que persiguió a artistas, religiosos, intelectuales, políticos de izquierda, estudiantes, historiadores y sindicalistas en la previa al golpe de 1976.
“Es una tragicomedia de reencuentros familiares atravesados por una división ideológica sin solución”, sintetiza Hendler, que tiene una larga experiencia relacionada con el teatro, desarrollada mayormente en su país de origen, Uruguay, a fines de los años 90, antes de aquel popular comercial de Telefónica que lo hizo conocido en la Argentina, donde después formó pareja (con la actriz y cineasta Ana Katz, de quien hoy está separado), tuvo hijos y pudo consolidar una carrera actoral con varios buenos papeles en cine –El fondo del mar (2003), El abrazo partido (2004), Los paranoicos (2008), Mi primera boda (2011), El otro hermano (2017)– y uno especialmente recordado en la TV, el de Graduados, la exitosa tira que protagonizó en Telefe con Nancy Dupláa.
El proyecto le llegó gracias a la recomendación de dos de los integrantes del elenco, que ya habían trabajado con él: Arias, en el film El candidato (2016) y Verónica Piaggio, en una obra de microteatro en Buenos Aires. “Me llamaron en plena pandemia, en la época de la cuarentena más estricta, cuando estábamos experimentando esa mezcla de angustia y fantasía –recuerda Hendler–. Tenía tiempo libre y la oportunidad de pensar en hacer cosas diferentes, entonces me entusiasmé con la idea de dirigir por Zoom hasta ver cómo evolucionaban las cosas en ese contexto de total incertidumbre”.
Después vinieron los ensayos tradicionales, el tiempo del encuentro cara a cara y de refinar aquellos conceptos que se habían trabajado antes a la distancia. “Y llegamos a una obra que es como un juego de espejos deformados: el espectador observa y, a la vez, se observa a sí mismo como parte de esa familia dislocada que vive en un constante e infructuoso intento por recomponer una armonía imaginaria –agrega el director–. Son tres personajes que intentan sobrevivir al veneno que los corroe por dentro. Florencia Aroldi escribió una historia que permite reírnos de los desatinos de estas primas y también apiadarse de sus mezquindades”.
–En Adelfa nunca se mencionan fechas ni lugares, pero la historia comienza en los años 70, una época sobre la que se sigue discutiendo, aún cuando hay quienes dicen estar saturados del tema...
–Esa supuesta saturación ahora mismo debería estar un poco diluida porque me parece que no se está hablando mucho de esto. La de la obra es una historia familiar protagonizada por personajes que fueron tocados por los sucesos de esa época, pero tiene algo atemporal y no es para nada panfletaria. Quizá lo que agotaba era eso, el panfleto. Pero Adelfa es otra cosa, una reflexión sobre el origen de una división que hoy ha migrado a otras zonas de nuestra vida cotidiana. Hay mucho de lo siniestro de esos años, pero también hay un abordaje humano de los personajes, más allá de sus ideologías.
–Vivís en la Argentina, pero sos uruguayo y tenés un contacto habitual con tu país. ¿Existe también allá la sensación de “grieta” de la que se habla tanto acá?
–Me parece que en la Argentina aparecieron antes las estrategias de comunicación destinadas a alimentar esa grieta y a jugar con eso políticamente. Pero efectivamente me angustia cómo en Uruguay empiezan a aparecer signos de lo mismo: demonización de la oposición, falta de debate, o debates minados por noticias falsas o manipuladas y por estigmatizaciones innecesarias. Pueden ser los mismos equipos de asesores que están jugando detrás de ese fenómeno, o puede que sea un proceso natural en la región, no lo sé…
–En tu película El candidato ya aparecía el tema de la política, incluso con un efecto anticipatorio: el protagonista tiene más de una característica que permite asociarlo con políticos de la Argentina y Uruguay.
–Se habló bastante de eso, pero la película se estrenó antes de que Macri y Lacalle llegaran al poder. Digo esto para quedar blindado frente a las lecturas explícitas. Si hubo alguna premonición fue accidental. Puede haber cierta familiaridad con esos personajes, lo entiendo, de todos modos. Tengo una foto del actor (Diego De Paula) mirando él una foto de Lacalle y la verdad es que tienen un parecido. Pero también me han dicho en Francia que el personaje se parece a Macron. En todo caso, hay ciertos puntos de contacto entre todos estos políticos, también.
–Para muchos argentinos Uruguay es un lugar ideal para vivir. ¿Pensás en volver a instalarte allá en algún momento?
–Hago una vida repartida entre Buenos Aires y Montevideo, y está bien así. Durante toda la pandemia estuve mucho más en Buenos Aires, sobre todo por mis hijos, que viven acá. Por el momento no me planteo una mudanza.
–¿Qué planes tenés para este año en términos de trabajo?
–Estamos filmando una serie para Netflix que se llama División Palermo, una comedia creada por Santiago Korovsky y producida por K&S en la que tengo un lindo papel. Mi personaje está a cargo de una especie de guardia urbana que se mueve por Palermo y que el gobierno de la ciudad arma más con fines de marketing que con una función concreta. También voy a estar en una versión de Las manos sucias, obra de Jean-Paul Sartre, que dirigirá Eva Halac en el Teatro San Martín. También estoy dando los primeros pasos con un guión para un nuevo largometraje que quiero dirigir. Y con Leo Maslíah vamos a hacer en Uruguay algunas funciones de Influencers, una obra que ya estrenamos en la Argentina, en el teatro El Picadero.
–En esa obra que hacés con Maslíah el foco está puesto en la presencia permanente de los dispositivos digitales en nuestra vida cotidiana. ¿Qué peso tienen en tu propia vida y cómo te llevás con las redes sociales?
–Creo que tienen un peso similar para cualquier persona de esta época, es difícil escapar a eso. Lo que me producen las redes sociales es básicamente estupor. Igual en la obra lo tratamos con humor y con respeto, porque creo que tampoco entendemos del todo bien lo que está pasando. Hay mucha gente intervenida totalmente por esa realidad, y lo que hacen los personajes de la obra es reflejarlo de una manera bastante delirante, con lógica de comedia.
–¿Con la explosión de las series producidas para las diferentes plataformas de streaming mejoró la situación laboral para los actores?
–Relativamente. Ahora está más difusa la brecha entre los actores de tele, los de cine y los de teatro. Hay más movilidad, en ese sentido, y menos prejuicios. Pero también es cierto que se producen nuevas burbujas. La tele siempre tuvo sus restricciones, o sus derechos de admisión para los actores y las actrices, y siempre hubo mediciones extrañas... Lo que antes era el rating, ahora se trasladó a otras medidas, como el tipo de interacción que tienen los actores en sus redes o cosas por el estilo, un poco tristes todas. Pero supongo que eso de a poco va a ceder ante la necesidad de las plataformas de cuidar sus contenidos, independientemente del potencial de interactividad. O quizá surjan patrones de medición más sofisticados, quizás astrológicos, quién sabe...
–¿Ves series, tenés algunas favoritas?
–Eso pretendo, pero no lo logro mucho. Me enganché con algunas: Barry, Better Call Saul, El método Kominsky, The Wire, Seinfeld, Curb Your Enthusiasm, Ted Lasso, documentales sobre futbolistas. No todas me apasionaron por igual, pero digo que me enganché porque hay cosas que, más allá de lo buenas que sean, tienen esa capacidad de capturarte.
–Ya pasaron veinte años de aquel comercial que te hizo conocido en la Argentina. ¿Lo ves todavía como un impulso inicial de tu carrera profesional?
–Sí, lo veo así, aunque en su momento también lo haya visto como una mezcla de oportunidad y amenaza, porque yo venía de hacer algunas películas, tenía mi grupo de teatro e iba a la facultad, y temía descarrilarme de ese camino que me resultaba placentero. Pero al final fue algo beneficioso. No lo pasé mal con esa exposición un poco exagerada, e incluso me ayudó a seguir haciendo cosas que me gustaban, así que la veo como una experiencia positiva.
¿Y el boom de Graduados?
–Fue algo inesperado. Ante estos proyectos masivos, que exigen más exposición, siempre tengo algo así como una sensación de abismo. Pero eso enseguida se acomoda cuando me encuentro en el trabajo con los compañeros y las compañeras. Ese encuentro calma el vértigo. Y en este caso sobre todo fue así porque hubo mucha química entre todos los que hicimos Graduados. Todos manejábamos un compromiso generoso en el laburo, entonces el proceso fue más divertido, más agradable.
Para agendar
ADELFA, de Florencia Airoldi. Dirección: Daniel Hendler. Elenco: José Luis Arias, Virginia Lombardo, Verónica Piaggio. Sábados a las 22 en el El Camarín de las Musas, Mario Bravo 960. Entradas: 1.200 pesos.
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