Crítica. Nacha en pijama es un discreto retorno de la diva en tono autorreferencial
Con histrionismo y sarcasmo, Nacha Guevara encarna a una mujer de 80 harta por el encierro a causa del Covid 19
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Libro y dirección general: Nacha Guevara. Dirección musical: Daniel Vila. Asesor artístico: Norman Briski. Luces: Nacha Guevara, Alejandro Velázquez. Escenografía: Luis Castellanelli. Efectos especiales: Guillermo Bechthold. Asistente de dirección: Danisa Tabares. Voces en off: Edda Bustamante, Marcelo Polino, Gerardo Romano, Norman Briski. Sala: Teatro Astros, Corrientes 746. Funciones: viernes y sábados, a las 21; domingos, a las 20. Duración: 60 minutos. Nuestra opinión: BUENA.
Una mujer tenía previsto festejar sus 80 años en 2020. Exactamente el 3 de octubre. La pandemia la llevó a suspender dicha celebración. Los días de encierro la obligaron, como a muchos, a conectarse con su mundo interior y con un afuera que apenas podía observarse a través de la televisión. Lo que desde allí se proyectaba no daba posibilidades de mejorar el triste universo personal. El pijama fue el único vestuario posible que tenía sentido utilizar en esos tiempos. Y la protagonista de esta experiencia no ha podido quitárselo con el correr de los años.
Nacha Guevara construye una propuesta teatral en la que expone algunas cuestiones personales dentro de una ficción en la que relata una historia que, necesita afirmar, apelando a unos temas musicales que posibilitarán fortalecer ese discurso escénico que va desplegándose. El humor, la ironía y a veces también la denuncia, resultan ingredientes necesarios para exponer más acabadamente a un personaje que, en definitiva, termina resultando ser una sobreviviente más a los estragos causados por el Covid 19.
El libro que concibe Nacha Guevara es muy simple en su estructura general. Situaciones pequeñas van encadenándose a buen ritmo y entre los relatos, las canciones, los contactos telefónicos que va teniendo con diversos interlocutores, van mostrando el hastío que padece el personaje en su rutinaria vida en el encierro. Sus salidas humorísticas resultan efectivas y mucho más esos momentos donde las canciones muestran a la actriz y cantante haciendo gala de sus condiciones interpretativas. Conmueve en temas como “Contigo”, de Joaquín Sabina; o “Cualquiera de estas noches”, de Eladia Blázquez. Divierte cuando recrea una creación propia como “Estoy muy cansada” o “Ya no sé qué hacer conmigo”, perteneciente al Cuarteto de Nos. Sorpresivamente recupera aquella canción de los años 70, “La cosa”. Expone su furia en “Andate al carajo”, un tema dirigido a un femicida.
Cada propuesta musical tiene su justificación. El relato va conduciendo a la protagonista a encontrar una salida posible para su estado de ánimo y es a través de la música donde ese pequeño círculo que va construyendo encuentra su cierre ideal. Esos momentos son, a la vez, aquellos que movilizan mucho a los espectadores, que sin duda quieren escuchar cantar a Nacha Guevara.
Es cierto que este trabajo no posee la espectacularidad de propuestas que en otros años estrenó la creadora como Eva, el musical o Tita, una vida en tiempo de tango, entre otros. Tampoco posee el delicado diseño de sus recitales, entre los últimos, Las canciones que nunca volví a cantar. Aquí expone su costado más íntimo. Juega en escena con mucha soltura y apela a su histrionismo cuando lo necesita. Y también impone su temple cuando desarrolla algunas cuestiones relacionadas con cierto contexto social actual.
En el final interpreta “80 y cantando”, una pieza –muy ligada al music hall– en la que repasa momentos de su historia (así podría sintetizarse) y entonces dice “80 años pero no rezongo” o “he atravesado miles de tormentas pero sin sacar cuentas”. En el cierre, agradece a los espectadores por haberla acompañado tantos años, por haberle permitido desarrollar su ser artista logrando, además, una fuerte proyección internacional. El público la despide aplaudiéndola de pie.
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