Crítica: La fuerza de la gravedad, una pieza sobre la amistad que impacta en el espectador
Martín Flores Cárdenas demuestra ser un creador único e impredecible con esta obra en la Casa Teatro Estudio
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La fuerza de la gravedad. Autoría y dirección: Martín Flores Cárdenas. Intérprete: Laura López Moyano. Música: Martín Flores Cárdenas. Iluminación: Matías Sendón. Vestuario: Lara Sol Gaudini. Sala: Casa Teatro Estudio, Guardia Vieja 4257. Funciones: los sábados, a las 18 y a las 20.30. Duración: 50 minutos. Nuestra opinión: muy buena
La nueva pieza del director, autor e intérprete Martín Flores Cárdenas refiere a dos cuerpos que se atraen. De allí su título: La fuerza de la gravedad. En este caso, esos cuerpos que necesitan estar conectados son el de Cárdenas y su amiga y actriz Laura López Moyano, a los que como dice la frase del poema “Buenos Aires”, de Borges, “no nos une el amor, sino el espanto; será por eso que la quiero tanto”. Flores Cárdenas le dedica su obra a Laura López Moyano. La que a su vez es la única intérprete de estos textos que, ella, primero de pie y luego sentada en la mesa de la cocina living (en la que se recibe al público en Casa Teatro Estudio, de Guardia Vieja y Gascón), lee y de a ratos parece emocionarse. Hasta que más tarde un gran silencio provoca que se termine ahogando en lágrimas.
Todos los textos que se leen, a medida que se pasan las páginas, comienzan así: “Tengo un amigo que…”. Esos relatos que lee la actriz fueron escritos por Cárdenas y parecen formar parte de una docuficción, o no. En definitiva eso no importa porque a medida que se suceden, sin prisa y sin pausa, provocan cierto hipnotismo en el público, no por aburrimiento, cabe aclararlo, sino por el interés y lo curioso o inesperado de lo que se relata. ¿Es teatro del absurdo, es una performance, es teatro documental? Lo cierto es que la propuesta de este inclasificable director, que como a Pirandello, le gusta jugar con aquello de “nada es lo que parece”, involucra al público y lo encierra en su telaraña de palabras, situaciones, y en esa esceno-arquitectura que es esa cocina living convertida en espacio teatral, que despierta una y mil sensaciones en el que escucha. ¿Por qué sensibilizan de tal forma esos relatos? porque son cotidianos. Algunos quizás son más audaces en lo que cuentan, otros más banales, pero ninguno deja a nadie indiferente.
“Tengo un amigo que un día me llamó de madrugada para ver si aceptaba donarle un riñón y le dije que a él no”, es una de las minihistorias que se sinceran. Así siguen otras, en las que asoman temas como la incomunicación, el sexo, un asado entre amigos, el Italpark o hasta hechos de violencia. Todos “pegan” en el que escucha y lo llevan a atravesar las barreras de su propia memoria, de sus recuerdos. Otra vez, es ese ámbito cotidiano, la cocina-comedor, la culpable de despertar la memoria emotiva en el que observa. Eso hace que fluyan las imágenes, surfeen acá y allá, diciéndonos, quizás, a nosotros mismos: “sí, eso que dice la actriz me recuerda o trae la imagen de…”.
El teatro de Cárdenas hace un leve toc-toc en las puertas de nuestra existencia y nos traslada a otros espacios interiores de la conciencia. El director, actor, autor, se permite, con mínimos recursos escénicos hacernos viajar por el tiempo y el espacio, pero no olvida de poner en primer plano, hablarnos de la amistad. En este caso la de él y su amiga, la siempre valiosa intérprete Laura López Moyano.
El espectáculo tiene dos partes. La primera sucede en la cocina-living y la segunda en una habitación de la casa, luego de cruzar un patio. Allí, Flores Cárdenas músico, toca teclados y nos sumerge en climas más introspectivos, mientras lleva el torso desnudo y viste un penacho de indígena del Lejano Oeste. Mientras tanto, Laura López Moyano, con un traje mitad apicultora y mitad astronauta, hace otra vez de las suyas.
La fuerza de la gravedad es pariente de otra pieza de Cárdenas que merece verse No hay banda (los lunes, a las 20.30, en la misma sala), en la que también refiere a un contexto de docuficción y habla de la pérdida de un ser querido. A la vez que esa particular atracción que parece sentir el autor por un género como el western, se filtra no solo en estos textos, sino también en otra obra del autor, como la inolvidable Entonces bailemos (2013).
Tal vez hubiera sido interesante que como cierre de La fuerza de la gravedad se invitara al público a unos pasos de danza texana “en línea”, al ritmo de música country, como una forma de hermanar al espectador y a los artistas en este exultante y atractivo mar de recuerdos que proponen estos relatos de Martín Flores Cárdenas, un creador tan único como impredecible.
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