Crítica de La casa encendida: si hay luz, no hay monstruo que resista
La obra de títeres que dirige Gabriela Marges en la sala pequeña del Teatro Cervantes invita a recorrer las noches de la infancia
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La casa encendida. Autora: Ana Kurtzbart. Dirección: Gabriela Marges. Titiriteros: María Florencia Hardoy Pereira, Juan Ruy Cosín, Paloma Lamas Marges, Franco Pavón, Gabriela Marges y Francisco Nani Antoniassi. Músicos en escena: Franco Pavón, Francisco Nani Antoniassi y Hernán Eliseire. Música: Carlos Gianni. Vestuario: Paloma Lamas Marges. Diseño de escenografía y títeres: Pasha Kyslichko. Iluminación: Soledad Ianni. Video y mapping: Esteban Fernández. Duración: 40 minutos. Sala: Orestes Caviglia, Teatro Cervantes, Libertad 815. Funciones: sábados y domingos, a las 15. Entradas: $900. Nuestra opinión: buena.
La noche se abre en la intimidad de la Sala Orestes Caviglia del Teatro Cervantes. Un barrio de casas sobre verdes colinas, bajo un cielo de azules intensos. Faroles y luces de las viviendas, estrellas y la presencia en los márgenes de una banda de músicos de impronta ambulante, constituyen el marco de nocturnidad sobre el que se desarrollará la historia de La casa encendida. La casa es la de Sebastián, un niño que sobreponiéndose al miedo encuentra la luz suficiente para descubrir el lado luminoso de los monstruos, que también lo hay.
La obra protagonizada por títeres transcurre sobre un dispositivo escénico sumamente atractivo, tanto en su configuración y su paleta de colores, como en sus alternativas de conversión, que permiten pasar del cuadro general al acercamiento tipo zoom hasta el interior de la habitación del niño.
Su diseñador, Pasha Kyslichko, es colaborador habitual de las puestas en escena de la directora Gabriela Marges (Beethoven, La flauta mágica). Con el despliegue de La casa encendida, con siete personas en escena manejando muñecos e instrumentos musicales, ponen en evidencia su versatilidad para cambiar de escala sosteniendo el mismo cuidado en la dinámica visual en que se desenvuelven los títeres. En esta ocasión contaron con la eficaz colaboración de Esteban Fernández para un mapping que no se queda en el recurso novedoso al fondo, sino que se fusiona, a través de la iluminación de Soledad Gianni y el vestuario de Paloma Lamas Marges, en un todo de fructífera complejidad.
La música de Carlos Gianni es coprotagonista, recorriendo andariveles originales con los sonidos de la noche, su misterio, pero también su armonía. La partitura discurre también por momentos en clave de jazz y gana fuerza, aun a costa de algunos desajustes de afinación, en el coro que presenta al monstruo de la oscuridad.
Basada en un relato de Ana Kurtzbart, la obra se emparenta temáticamente con el célebre cuento de Ray Bradbury, “La niña que iluminó la noche”, también traspuesto al escenario de los títeres hace unos años, por el elenco del Grupo Catalinas Sur, con dirección de Ximena Bianchi. No tiene en tanto relación alguna con la novela homónima del escritor español Luis Rosales, que a su vez dio nombre a un bello complejo cultural madrileño.
La casa encendida recorre los tópicos esenciales del momento de irse a dormir de los niños: el temor ante la oscuridad, la luz entonces encendida, contar ovejas, la hermana que molesta, el monstruo, entre intimidante y cómplice de la situación, personajes oníricos variopintos, la expectativa y renuencia ante la mañana por venir, con sus tareas pendientes, como ir a la escuela llevando bichos para la observación, por ejemplo.
El texto presenta por momentos algunas discontinuidades estilísticas en el esfuerzo por llevarlo al lenguaje de los títeres, pero avanza con la resiliencia propia de los niños. El monstruo de la oscuridad parece tener todas las de ganar al inicio. Pero las luciérnagas se cruzan con las estrellas para iluminar el cielo nocturno, para abrir el camino a un viaje en busca de la morada del monstruo, que se convierte en la desafiante aventura de domesticar el miedo.
El manejo lúdico de la fantasía conduce a Sebastián, el niño protagonista, hasta “la esquina más allá de la noche“, a conseguir la “llave a los miedos ancestrales“ y a atravesar así la oscuridad, con todo lo que ella significa. Para descubrir finalmente que el monstruo no tiene más entidad -ni menos tampoco- que los personajes de peluche. Puede asustar, sí, pero también ser cómplice de la risa, socio en la navegación a través de la noche.
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