Crítica de Galego: una pequeña historia de inmigración que se convierte en una epopeya emocional
Con una contudente actuación de Gabriel Fernández, también autor del texto junto al director Julio Molina, se recorren en la obra los hitos de una vida llena de sacrificio y alegría, muy parecida a la de muchos argentinos por adopción
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Galego. Autores: Gabriel Fernández y Julio Molina. Intérprete: Gabriel Fernández. Dramaturgia: Julio Molina. Escenografía: Alejandro Mateo. Iluminación: Ricardo Sica. Música y diseño sonoro: Rony Keselman. Colaboración en idioma gallego: Trinidad Fernández. Asistencia de dirección y puesta: Federico Fernández Mardaráz. Dirección y puesta en escena: Julio Molina. Sala: Teatro del Pueblo, Lavalle 3636. Funciones: los jueves, a las 20 y los sábados, a las 22. Duración: 60 minutos. Nuestra opinión: muy buena.
La llegada de inmigrantes a la Argentina desde diferentes países europeos asomó con mucha fuerza en una gran cantidad de textos teatrales en Buenos Aires a comienzos del siglo XX. Algunos retratos algo exagerados se expusieron en los sainetes y luego sus situaciones más dolorosas, a la hora de mantenerse en el país, quedaron expuestas en diversas creaciones enroladas dentro del género grotesco.
En Galego, los autores Gabriel Fernández y Julio Molina recrean la realidad de uno de aquellos inmigrantes que, en tiempos de la Guerra Civil española, logra llegar a estas tierras. Comienza a forjarse un futuro (estudia, trabaja) y va logrando juntar el dinero necesario para que sus padres puedan también afincarse aquí. Construyen su casa, probablemente en una localidad del conurbano (la trama no lo indica) y consiguen insertarse en una nueva sociedad a la que se van adaptando, no sin dejar de recordar su Galicia natal.
Sentado en el patio de esa casona, desde donde en otro tiempo se podía admirar un gran terreno sembrado de las más diversas verduras, Galego (el personaje) vuelve sobre su pasado. Mientras recuerda, pela y corta cebollas. Uno de los pocos alimentos que podían consumirse en tiempos de la guerra, cuando la pobreza era extrema y ni siquiera tenían la posibilidad de acceder a un trozo de pan.
En el relato se repasa la historia de una familia inserta en una comunidad muy integrada, que mantenía vivos sus rituales y disfrutaba de las bondades de una tierra que junto con sus rías resultaban el paisaje ideal para crecer y desarrollarse. Luego asomarán las desventuras que llegarán con la guerra, la desesperación y la necesidad de escapar de tanto dolor. La Argentina aparece como una posibilidad y ese Galego se embarca con la intención de comenzar una nueva vida junto a unos parientes que ya estaban instalados aquí.
Una nueva historia comienza y ese hombre que hoy recuerda y que parece tan solitario y hasta desventurado, se apasiona haciendo el racconto de días allá (de joven) y acá (ya siendo adulto). No ha perdido su acento gallego y por eso su discurso posee una musicalidad especial. Un cocoliche reconocible. Y lo es tanto porque parece una canción que surge de un interior que se ha ido sensibilizando con fuerza mientras las imágenes de su pasado brotan y las traslada a la platea.
En ese recorrido -escena/auditorio- se produce una relación muy particular. Algunos espectadores mayores acompañan al intérprete cuando entona un tema conocido de aquella época y queda claro que en ellos la pieza resuena con fuerza porque han atravesado algunos momentos similares a los que se describen.
Resulta muy potente la interpretación de Gabriel Fernández, quien logra desde el inicio atrapar la atención de quien lo escucha, lo observa, lo acompaña en esa travesía en la que brotan de manera muy efectiva múltiples momentos que el espectador irá recreando en su mente. Acaso de forma desordenada, pero que siempre con impacto emocional. En esa construcción dramatúrgica a veces se imponen paisajes gallegos, el océano y su profundidad; pero también una ferretería porteña, una casa en construcción, una madre que cose unos cuellos de camisas y su máquina de coser siempre activa, un padre intenso y laborioso. Y ese hijo que se fortaleció en un país que le posibilitó transformarse en un gran luchador.
Desde su actuación, Fernández logra construir a su personaje con una gran variedad de matices. Sentado en un banco consigue proyectar su interior con una fuerza notable. Julio Molina, como director, resulta el guía perfecto para que cada pequeña situación adquiera el valor necesario que provocará conmoción en el público. Ambos consiguen que una pequeña historia, seguramente conocida por muchos hijos y nietos de inmigrantes, se convierta, en este presente, en un muy conmovedor acto de puesta en memoria inolvidable.
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