Crítica de Benito de La Boca: gran despliegue para un justo homenaje al artista que entendió como nadie al Riachuelo y a su gente
Roberto Peloni encabeza esta pieza de tono musical y festivo, que recorre la vida de Quinquela Martín, el virtuoso que le dio identidad y color a la populosa barriada sureña
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Idea original y dirección general: Lizzie Waisse. Dramaturgia y dirección actoral: Juan Francisco Dasso. Intérpretes: Roberto Peloni, Rodrigo Pedreira, Belén Pasqualini, Alejandra Perlusky, Julián Pucheta, Sol Bardi, Jimena Gómez, Francisco Cruzans, Nicolás Repetto, Evelyn Basile, Tatiana Luna, Mariano Magnífico, Federico Strilinsky, Nicolás Tadioli, Florencia Viterbo, Fiona Mastronicola y Matías Prieto Peccia. Música original y dirección musical: Gustavo Mozzi. Músicos en vivo: Cristina Chiappero (violoncello), Eleonora Ferreira (bandoneón), ARO (síntesis electrónica), Agustín Lumerman (percusionista), Manuel Rodríguez (clarinete y saxo alto), Máximo Rodríguez (bajo), Santiago Torricelli (pianista). Coreografía: Gustavo Wons. Diseño sonoro: Sebastián Verea. Iluminación: Eli Sirlin. Escenografía y vestuario: Marlene Lievendag y Micaela Sleigh. Dirección de arte: Marlene Lievendag. Sala: Teatro de la Ribera, Avenida Pedro de Mendoza 1821, La Boca. Funciones: miércoles a viernes a las 15, sábados y domingos a las 17. Duración: 95 minutos. Nuestra opinión: buena.
Debió transcurrir poco menos de medio siglo de su fallecimiento, acontecido en 1977, para que Benito Quinquela Martín tuviera su merecido homenaje escénico en la sala construida sobre los terrenos que el notable plástico donara a La Boca, su barrio. Un acto de justicia para un espacio que llevaba varios meses cerrado y que ofrece a la vista del público varias obras originales del pintor.
Legar este teatro fue un modo de reconocimiento y de retribución de Quinquela Martín a ese rincón sureño de la ciudad y a su gente que lo conformaron, ya no solo como artista, sino en sus más profundos valores. El hombre enamorado de su ribera también impulsó la construcción de un lactario, el hospital odontológico infantil y una escuela primaria; parte de la retribución de quien siempre eligió vivir frente a una ventana que escrutara los turbios hedores del riacho a punto de desembocar en el Río de la Plata.
Esa dimensión humana, la magnitud de su obra artística, reconocida en varios de los salones más importantes del mundo de su tiempo, y el trayecto que va de ser un niño expósito, abandonado por sus progenitores, a convertirse en un ilustre ciudadano conforman el corpus de este material cuya dramaturgia y dirección actoral pertenecen a Juan Francisco Dasso, bajo una idea original de Lizzie Waisse, también directora general de la propuesta.
En Benito de La Boca -un título acertadamente definitorio- los vecinos del tiempo aquel van contando una trama que pivotea en los saltos temporales, haciendo pie en el presente a través de la narrativa de una guía turística que recibe al espectador en el foyer y que irá hilando, como las Moiras -aquellas deidades de la tradición griega que tejían el destino- el devenir de la vida de Quinquela Martín.
Con un neto carácter festivo -tal el espíritu que embargó siempre a aquel hombre de saco pintarrajeado y moñito chueco- el suceder del material va mostrando los diversos momentos del personaje protagonista. Así aparecen sus padres adoptivos (el matrimonio Chinchella), la vida como carbonero y su íntima amistad con el músico y compositor Juan de Dios Filiberto, una omnipresente figura a lo largo de la trama.
El relato también hace foco en los prejuicios y la validación negada de los críticos de arte y del ambiente snob de la aristocracia, que no veían con buenos ojos la temática portuaria y populosa plasmada en los lienzos intervenidos con la paleta multicolor que definió la obra del artista, hasta el reconocimiento y la trascendencia en diversos mercados internacionales. Tampoco faltan las referencias a figuras como la Infanta Isabel, Alfredo Palacios, Benito Mussolini, Marcelo T. de Alvear, Juan Domingo Perón o Alfonsina Storni.
Roberto Peloni, que actualmente realiza una tarea magistral en la pieza El brote, escrita y dirigida por Emiliano Dionisi, es quien encarna a Benito Quinquela Martín, logrando espejar tanto su alegría entusiasta como sus angustias. Rodrigo Pedreira, de extensa e impecable trayectoria en el musical, ocupa el rol fundamental de poner de pie a Juan de Dios Filiberto. Ambos actores, con el devenir de las funciones, potenciarán los matices de sus personajes de peso narrativo y simbólico que ganarán en emoción y sensibilidad.
El elenco se completa con artistas que poseen gran experiencia en el género, como las muy convincentes Alejandra Perlusky y Belén Paqualini; Julián Pucheta, Sol Bardi, Jimena Gómez, Francisco Cruzans, Nicolás Repetto, Evelyn Basile, Tatiana Luna, Mariano Magnífico, Federico Strilinsky, Nicolás Tadioli, Florencia Viterbo, Fiona Mastronicola y Matías Prieto Peccia, quienes logran, en la multiplicidad de personajes, conformar un equipo sólido, aunque con algunos desniveles de composición.
La música original del reconocido Gustavo Mozzi es bella, anclando temporal y espacialmente al espectador, destacándose el gran cuadro final. La dirección musical de Mozzi lo ubica al frente de una orquesta que va transitando acertadas partituras. El coreógrafo Gustavo Wons, otro nombre de trayectoria, logró un poético manejo de los cuerpos de los actores tanto en las coreografías como en los desplazamientos por el espacio. La sinergia coral de los intérpretes logra momentos sumamente bellos.
La escenografía y el vestuario de Marlene Lievendag son remedos de esas postales que Quinquela Martín tanto pintó, donde aparecen desde los estibadores hasta las prostitutas y las monjas. Así en la Vuelta de Rocha como en la pintura y el teatro. La iluminación de Eli Sirlin, siempre lúcida en las búsquedas del lenguaje de la luz, termina de conformar un concepto estético sumamente propicio. La reproducción a gran escala de la estructura del transbordador Nicolás Avellaneda enmarca el proscenio y le da sugestiva grandilocuencia.
La puesta en escena apela también a la reproducción fílmica (imágenes de pinturas, ambientes oníricos, figuras emblemáticas) y al amarre de un dispositivo distribuido en varios niveles que permite el desplazamiento del numeroso elenco y define los diversos escenarios y sus tiempos.
Quizás cierto exceso de escenas atente contra el material que contiene la impronta de una opereta, dada la trayectoria de la directora Waisse, quien es regisseur y docente del Instituto Superior de Arte del Teatro Colón.
La obra es un merecido reconocimiento y un recordatorio sobre la figura de un pintor ilustre que le dio impronta a su barrio. Benito de La Boca es estilizada y bellamente poética, aunque quizás aún le falta terminar de amalgamarse con las nieblas del Riachuelo que merodean allí enfrente. Con todo, se convierte en una hermosa experiencia para públicos de todas las edades.
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