Cristina Banegas: “Me mantuve al margen del mercado y no me sometí a sus reglas; eso tiene su precio”
La experimentada actriz encarna a Manuela Rosas en una singular instalación teatral, en El Excéntrico de la 18, el espacio que fundó en Villa Crespo hace 35 años.
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En esta época de justa revalorización del papel de las mujeres en ámbitos donde históricamente fueron marginadas, la figura de Manuela Rosas es un símbolo. Manuelita se mantuvo en un segundo plano dentro del rígido esquema de funcionamiento de una familia muy poderosa hasta la muerte de su madre, Encarnación Ezcurra, otro personaje apasionante. Pero de ahí en más se transformó en una aliada importante de su padre, Juan Manuel de Rosas, sobre todo en el terreno de la diplomacia. Su amabilidad y su delicadeza compensaban la rigidez del Restaurador en las relaciones protocolares. Fue íntima amiga de Camila O’Gorman y partió al exilio con Rosas luego de la derrota en la célebre batalla de Caseros, en 1852. El hallazgo de once cartas, contado al detalle en el libro de la historiadora Lidia González Jamás escribo lo que no debe verse (Once cartas de Manuelita Rosas a su amiga Pituquita 1864-1884), publicado por Editorial Caterva, fue el disparador de una “instalación teatral” de Graciela Camino que tiene a Cristina Banegas y Elena Gowland (encargada de la contextualización histórica del relato) como protagonistas. Quedan cuatro funciones de esta obra que viene agotando entradas en el El Excéntrico de la 18 (Lerma 420): dos este sábado y otro par el primer sábado de diciembre.
La puesta también incorpora dibujos en arena del artista visual Alejandro Bustos, música de Wenchi Lazo y unas proyecciones en las paredes blancas de la sala de Villa Crespo que hoy dirige y programa la hija de Banegas, Valentina Fernández de Rosa. “Partimos de una intuición, pensando que era posible armar con esos hilos históricos y documentales una urdimbre poética. Y lo hicimos alejadas de cualquier pretensión académica. En ese viaje largo de los ensayos fuimos encontrando el dispositivo escénico”, explica Camino, directora, actriz y habitual socia creativa de Banegas, en relación a las características de este proyecto basado en un puñado de cartas inéditas que Manuelita le envió a su amiga Petronila Villegas de Cordero desde su destierro en Londres. “Yo aparezco en escena con un miriñaque (el armador para la falda amplia utilizada por las mujeres acomodadas a lo largo del siglo XIX), un peinetón inmenso y un hermoso abanico calado –revela entusiasmada Banegas sobre su interpretación de Manuela–. Creo que al margen de las características particulares de la puesta, planteamos una mirada interesante sobre la historia argentina, con muchos elementos que siguen estando presentes en nuestra vida política contemporánea. Se puede pensar a Rosas como un precursor de lo que hoy se etiqueta como populismo, en línea con muchas de las cosas que después retomaría el peronismo. Y también es clave el tema del exilio, que fue doloroso para la familia Rosas como lo fue para miles de familias argentinas durante la última dictadura militar. Son muchas las partes de este relato que resuenan y se resignifican en el presente”.
–Vos viviste fuera del país un buen tiempo también.
–Sí, pero por una situación relacionada con la salud de mi padre. Después del golpe de 1976 tuve problemas para trabajar en algunos canales de televisión, no me querían en todos. Y no pude trabajar en teatros públicos. Además, aquella experiencia en Madrid tuvo buenos momentos: estaba estallando la famosa movida española que apareció cuando se terminó el franquismo, y también solía encontrarme con un muchos exiliados argentinos que hacían cola en el mercado de Potosí, ahí en Plaza del Perú en Madrid, porque papá le había llevado al carnicero del lugar una lámina con los cortes de vaca argentinos y le había enseñado a hacer chorizos parrilleros. Mi casa era como un consulado paralelo, había mucha gente y asados muy seguido.
–¿Qué te seduce de Manuela Rosas?
–Su recorrido: primero fue una especie de muñequita fetiche de su padre, opacada por una madre muy poderosa, Encarnación Ezcurra, una mujer extraordinaria, de una gran lucidez. Cuando murió Encarnación, Manuela pasó a ser la encargada de la diplomacia de esa especie de Versailles criollo que fue la casa de Rosas en el barrio de Palermo. Tuvo una participación política importante durante muchos años, hasta que su padre fue derrotado por Urquiza en la batalla de Caseros. En el exilio en Londres tuvo a sus dos hijos –sus “inglesitos”, como decía ella– a los 38 y a los 40 años. En eso también fue moderna. No era para nada habitual en aquella época que una mujer tuviera hijos a esa edad.
–Tenés una trayectoria artística de más de cincuenta años. ¿Cuando mirás hacia el pasado, qué grandes momentos rescatás, qué fortalezas encontrás en esa carrera?
–Los trabajos que tuvieron más éxito fueron aquellos en los que interpreté a personajes trágicos: Medea, de Eurípides, Molly Bloom, el personaje del Ulises de James Joyce, Eva Perón en la hoguera, de Leónidas Lamborghini... Fueron trabajos en los que estuve involucrada desde el principio, como realmente me gusta. También estoy orgullosa del Edipo Rey que hice en el Cervantes para celebrar mis cincuenta años con el teatro, La señora Macbeth, de Griselda Gambaro, todas las obras que hice con Alberto Ure a lo largo de los siete años que trabajé con él, que fueron obras muy inquietantes, muy estalladas, muy premonitorias. Rescato todo eso y el empeño que tuve para elegir siempre, para mantener la independencia de criterio. Yo hice muy poco teatro comercial. Apenas dos espectáculos producidos con esa lógica, pero eran obras de autores prestigiosos como Ingmar Berman y Manuel Puig. He sido muy consecuente con mi deseo, con mis proyectos personales. Y eso me dio siempre mucha libertad de acción. Me mantuve al margen del “mercado”, digamos. No me sometí a sus reglas. Eso siempre tiene su precio, pero me pareció mejor pagarlo, en todo caso.
–Tus simpatías políticas son conocidas. ¿Cómo vivís el resultado de las últimas elecciones?
–Yo creo en el proyecto y en el modelo de país que propone el gobierno de Alberto Fernández. Soy peronista, aunque vengo de la izquierda, de una formación marxista. Como le ha pasado a muchos argentinos, terminé comprendiendo algo que tiene que ver con lo que el peronismo representa como hecho histórico, como proyecto industrialista e igualitario, y me sumé. Creo que estas elecciones tuvieron aspectos negativos y positivos. Yo sigo teniendo buenas expectativas. No hay que olvidarse de que la pandemia explotó antes de que este gobierno cumpliera cien días en el poder. Tengo fe en que estos dos años van a ser mucho mejores, con crecimiento productivo y fundamentalmente con más igualdad social. El macrismo dejó una herencia fatal para el país. Pero este gobierno está gestionando bien las negociaciones con el FMI. Soy optimista.
–¿Qué planes tenés para el año que viene, algo que no hayas hecho todavía y soñás con concretar quizá?
–Hay cosas con las que soñé mucho, pero ya tengo 73 años y no puedo hacer ciertos papeles. Me hubiera encantado ser Nina en La gaviota, de Chejov. Tal vez la pueda dirigir... Pero mi atención está puesta ahora en otro lugar. Este año murió mi madre, Nelly Prince, una pionera de la televisión argentina, y tengo ese duelo encima, sumado a los trastornos del encierro por la pandemia. Quiero recuperar mi vida social, salir a la calle más seguido, compartir mi tiempo con los demás. Ese es mi proyecto más importante hoy.
Para agendar
Manuela Rosas
En El Excéntrico de la 18, Lerma 420. Sábados, a las 19 y a las 21. Entradas: $ 700.
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