Cris Miró, los ecos de la glamorosa vedette trans cuyo verdadero escenario fueron los medios de comunicación
La serie basada en su vida, que protagoniza la española Mina Serrano, permite asomarse al legado de esta verdadera militante de la diversidad en tiempos de una sociedad cargada de prejuicios
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Cris Miró volvió a ser noticia en los medios, su campo de batalla predilecto, ese campo minado y deseado en el cual siempre se movió con fina inteligencia. En perspectiva, luego de haber sido Gerardo; Cris, a secas; y Cris Miró; recién desde hace un tiempo se habla de esta artista fallecida hace 25 años como la primera vedette trans de nuestro país. Para ocupar ese lugar sin eufemismo fue clave la investigación que realizó el periodista de LA NACION Carlos Sanzol. Aquello derivó en el libro Hembra, vivir y morir en un país de machos, editado en 2016. Ese material en el que se retrata el apogeo y la caída de esa cenicienta trans fue el disparador de la serie Cris Miró (Ella), “una estrella que nació estrella”, como asegura el título de la crítica publicada en esta sección, que desde esta semana está disponible en Flow y en la cual la española Mina Serrano interpreta a esta perfomer que volvió a estar en conversaciones cotidianas.
De tomar como punto de partida su exposición pública, hay que reconocer que, como vedette, su paso por los grandes escenarios de la Avenida Corrientes fue fugaz. Su gran aparición en la sala del Teatro Maipo, por donde pasaron figuras como Nélida Roca y Nélida Lobato, fue en Viva la revista, aquella producción de Lino Patalano gestada por creadores de la vanguardia dispuestos a renovar al género. Allí, quien desde ese momento pasó a llamarse Cris Miró, protagonizaba algunos números que terminaron siendo troncales de la propuesta. Sin ser la primera vedette de ese espectáculo, terminó siéndolo aunque el show no fue un éxito de taquilla, tuvo cambios de elenco, supuestas o reales peleas y todo ese combo.
El impacto que generó fue tan efectivo que, al poco tiempo, se sentaba alrededor de la mesa de Mirtha Legrand, en el living de Susana Giménez o participaba en un sketch del programa de Antonio Gasalla. Cuando se acomodó alrededor de la mesaza, la Señora de los Almuerzos le preguntó si por la calle andaba vestida como esa glamorosa e impactante mujer que tenía enfrente. “Sí, no vine en helicóptero”, contestó ella, con esa fina ironía que derribaba prejuicios. De ahí a las tapas de la revistas fue un proceso, casi, lógico, natural. En perspectiva, ella estaba dejando un mojón en lo que se refiere a la visibilidad de las minorías sexuales.
Otros tiempos
El activista Carlos Jáuregui, el primer presidente de la Comunidad Homosexual Argentina, ya había aparecido en 1982 en la tapa de la revista Siete Días. Diez años después, Jáuregui fue uno de los que encabezó la primera Marcha del Orgullo Gay en Buenos Aires junto con Ilse Fuskova y representantes de otros colectivos lésbicos y trans. Uno de los ejes de esa convocatoria fue la derogación de varios edictos policiales vigentes (aspecto que aparece señalado en la serie). Uno de eso edictos sancionaba con 30 días de arresto a “los que se exhibieren en la calle con ropas del sexo contrario”. A tres años de aquella marcha histórica por las calles de Buenos Aires, ella, Cris Miró, paseaba su estudiada fina estampa de femme fatale por los escenarios, los canales de la televisión y las revistas del espectáculo del momento. Y, claro, por la calle. Recién en 1998, un año antes de su muerte, se derogaron aquellos edictos.
Luego de aquel momento explosivo en el Maipo, imaginó que otro productor teatral la iba a convocar para encabezar un gran espectáculo de revista. Pero la época dorada con las puestas de Carlos A. Petit, a quien se llamaba el “Zar de la Revista”, ya eran cosas del pasado. De hecho, luego del intento de Lino Patalano con Viva la revista, Adrián Suar intentó volver a revindicar al género. El resultado fue otra gran producción estrenada en 2005. Tampoco funcionó.
A falta de un gran espectáculo, se sumó a comedias picarescas de Hugo Sofovich que se estrenaron en el Tabarís. Ninguna de ellas pasaron a la historia, salvo por esos títulos impensables en la actualidad. Primero fue Potras; luego, Más pinas que la gallutas. Mientras actuaba en esta última, la exestudiante de odontología devenida en vedette y actriz de comedias de escaso vuelo empezó a lidiar con problemas de salud. El rumor de que tenía sida -término de la época- circulaba por los medios al mismo tiempo que era desmentido por su entorno. Así fue como Flor de la V, a quien había conocido una noche en Bunker -boliche gay icónico de ese momento- la terminó reemplazando. Debe haber sido la primera vez que una actriz trans cedía su lugar a otra actriz trans en un escenario de la avenida Corrientes.
Ecos actuales de la cenicienta trans
En perspectiva, cabe pensar que la impronta más potente que dejó Cris Miró fue el modo y la convicción que tuvo frente a micrófonos y cámaras. El periodista Carlos Sanzol fue testigo de todo ese despliegue mediático. Durante su adolescencia, en Mendoza, llegó a verla en un show que presentó en un boliche. Aquel recuerdo no pasó inadvertido para el autor del libro Hembra.
En otra provincia, la de Córdoba, la escritora Camila Sosa Villada también quedó impactada con esa militante de género de fina estampa, a quien admiraba. “Yo tenía 13 años apenas, todavía no comprendía lo que pasaba dentro de mí, no podía ponerle palabras a nada de eso. Y, entonces, apareció Cris Miró en la televisión, en los programas más importantes de esos años. Cris se sentó en los sillones más caros de la pantalla, con las conductoras más rubias, más bobas, más conservadoras del momento. Y era la más bella”, escribió en su libro Las malas.
Del otro lado del Atlántico, la actriz, modelo y perfomer española Mina Serrano leyó Las malas. Así conoció a Cris Miró, la piel que habita en la serie. A diferencia de ella, Mina se reconoce como parte de una generación perteneciente al género fluido y el no binarismo incorporado. A lo largo de su vida, admitió a una revista española haber “viajado por todas las letras que forman LGTB”.
Como signo de los tiempos, la noticia de la muerte de Cris Miró quedó entrampada en la lógica de lo binario. Algunas crónicas de la época la trataron de “el travesti”, de “el transformista” y pocos fueron los que se refirieron a ella como “la travesti vedette”. La necrológica de un matutino porteño recordó aquella vez que visitó al programa de Susana Giménez en el que Tu Sam la hipnotizó y la expuso a un poco confiable detector de mentiras. Durante ocho minutos intentó, una y otra y otra vez, que la exestudiante de Odontología diga su nombre como aparecía en el DNI en medio de una “regresión hipnótica”, una escena que aparece recreada en la serie. No hubo forma; actuando o no, ella repitió como en un mantra: “Soy Cris”.
Fue la primera vedette trans de nuestro país que defendió, de modo tan angelical como político, su lugar de hembra en el mundo de machos. Lo hizo en tiempos en las cuales muchas batallas contra la discriminación sexual no habían alcanzado rango legal ni aceptación social. Los tiempos han cambiando, pero las señales de alarma están presentes. Según el Informe Anual del Observatorio Nacional de Crímenes de Odio LGBT+ de 2023, hubo 133 crímenes de odio, en los que la orientación sexual, la identidad y/o la expresión de género de todas las víctimas fueron utilizadas como pretexto. La cifra representa un aumento en relación con los datos de los dos años anteriores. De esos 133 casos, el 89 por ciento remitieron a mujeres trans. De ahí que la serie sobre Cris Miró adquiere también un matiz político de suma actualidad.
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