Con impronta federal, el teatro del país exhibió en Mendoza toda la potencia y variedad de una escena vibrante
Ayer concluyó este encuentro en el que desfilaron elencos de distintas provincias; Quiero decir te amo y El cruce, entre lo más destacado
MENDOZA.- Con la presentación de Perros de la belleza, la propuesta que combina música y teatro de La Joven Guarrior -que dirige en esta oportunidad Juan Parodi-, terminó ayer la 32» Fiesta Nacional del Teatro en la ciudad de Mendoza.
A pesar de algunos días fríos, en los que el sol estuvo un poco más esquivo, la fiesta siguió firme, hilando las propuestas escénicas -llegadas desde todas las provincias- con bienvenidos espacios de capacitación, con un stand editorial en el Punto de Encuentro, que fue imán para estudiantes y teatristas, con el relanzamiento de la Editorial del Instituto Nacional del Teatro (INT) y con la entrega de los Premios a la Trayectoria, que a nivel nacional se lo llevó Rubens Correa.
Eso fue durante las mañanas y las tardes, porque cuando el sol se ocultaba aparecían en escena (literalmente) las obras elegidas, es decir, el alma de la fiesta, la excusa de toda esta movida que tuvo (y todavía tiene) pululando a tantos elencos llegados de lejos y a cada vez más mendocinos (tarde, pero seguro, aparecieron en la vía pública los afiches del encuentro). Entre las 32 propuestas que se repartieron en las diez jornadas del festival estuvieron las que cada día se llevaron las palmas, traducidas éstas en aplausos, ovaciones de pie, muchas caras de agradecimiento y largas charlas posteriores.
Así, luego de que 120 kilos de jazz (de Mendoza) se impuso en la apertura y Volver a Madryn (de Córdoba) en el primer día de programación oficial, Un tonto en una caja (de Tucumán) y Nenúfares, un espectáculo puto (de Santa Fe), se adueñaron del segundo. A saber: Un tonto en una caja aportó un notable trabajo dramatúrgico de Martín Giner, quien también hizo las veces de director del espectáculo. El entramado narrativo trae a tres hombres representantes de sendas clases sociales tan caprichosas como inamovibles que se prestan a un juego que deviene en un amenazante suspenso. Entre los tres actores que participan de la puesta se destaca Gabriel Carreras, que tiene sobre sus hombros la responsabilidad de llevar adelante una acción con milimétricas idas y venidas. El resultado es atrapante, muy atractivo. La obra tucumana también dio la oportunidad de conocer el impactante Espacio Cultural Julio Le Parc, en Guaymallén, uno de los departamentos del Gran Mendoza. En el mismo espacio, pero en otra sala, también hubo una pequeña perla para destacar: Nenúfares, un espectáculo puto, un trabajo de los santafecinos Sergio Abbate y Pablo Tibalt a partir del universo de Copi. Aparecen en escena Copito -como le decía su abuela- y sus personajes. El dramaturgo escribe y reescribe, adelanta la acción, para volver luego al pasado en un vertiginoso flashback; se diría también que, por momentos, sus personajes se rebelan a tanta ciclotimia. Un Copi glamoroso y sofisticado que no se aleja de su esencia con muy buenas actuaciones (Lucas Ruscitti, Pablo Tibalt, Gerardo Casas y Edgardo Dib), aunque un poco desmadrado en la duración.
El tercer día del encuentro trajo buenas propuestas, pero la que dejó a todo el mundo boquiabierto, con la emoción a flor de piel, fue Quiero decir te amo, una obra preciosa del dramaturgo Mariano Tenconi Blanco que Juan Parodi dirigió a pedido del pequeño elenco neuquino integrado por Jorgelina Balsa y Clara Miglioli, que llegaron a Mendoza desde la bella San Martín de los Andes, donde ofrecen la obra (a falta de teatro dispuesto) en el lobby de un hotel. Se trata del amor epistolar entre dos mujeres, que se encuentran accidentalmente y viven esa historia de trazos delicados y firmes. La puesta de Juan Parodi es de una sutileza que conmociona. De lo mejor del festival, sin dudas.
En el horario siguiente, y en la sala de al lado (dentro del espacio Nave Cultural, en el Parque Central de la ciudad) se presentó Las hijas de Bernarda, llegada desde el Chaco. Todo un desafío para el público que salía de una sala y había elegido -de antemano- entrar en la otra. Se trata de un trabajo de teatro danza dirigido por Edgardo Dib que se mete en el mundo lorquiano de La casa de Bernarda Alba para poner el foco en eso que les pasa a sus hijas, enclaustradas tras la muerte del padre. ¡Lo bien que hizo quien se animó al desafío! En otro lenguaje, con otras cadencias, la propuesta de Dib y el elenco chaqueño fue más que bienvenida por el público, que se volvió a emocionar con la mil veces contada -y disfrutada- historia de esas mujeres rebeldes hasta la implosión.
Y la gran sorpresa (para los que no conocíamos sus antecedentes) fue la que llevó al teatro Quintanilla el grupo Teatro del Bardo, de Entre Ríos, con El cruce. Se trata de una adaptación del cuento de Sebastián Borkoski junto a relatos de Horacio Quiroga, situados en un mismo escenario, unidos con una misma y precisa costura. Los tres actores (Juan Kohner, Toño López y Andrés Main), dirigidos con precisión y frescura por Gabriela Trevisani, se meten a la platea en el bolsillo -al minuto cero de comenzar- con su candidez, su entrega física y emocional. Son tres hermanos que huyen, recorren montes, cruzan ríos y fronteras mientras relatan, cantan e interpretan de infinitas maneras las razones de su estampida. Entre los tres arman un relato musical hipnótico y divertido al que no le faltan ternura y emoción. El aplauso duró y duró y duró. Una belleza.
De la ciudad autónoma de Buenos Aires llegó a Mendoza una de las propuestas más interesantes. Se trata de Descenso, de la compañía Sudado, que dirige Jorge Eiro. Un secuestro extorsivo que está a punto de terminar...mal, en todos los sentidos posibles. Las muy buenas actuaciones suman para crear un ambiente agobiante y tenso -que baja tal cual a la platea- pese a los trazos de humor.
Y así concluyó la fiesta mayor del teatro nacional, un encuentro de mucho crecimiento y de mucho disfrute que ya empieza a pensar en lo que vendrá.
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