Canciones de Bon Jovi y Quiet Riot, Cae como el dueño de un bar mítico y el glam de los 80 cruzado con el imaginario local. Un vistazo al estreno rockero del Teatro Maipo
En los viajes de egresados de 1983, “Come on Feel the Noize” se cantaba junto con “Para el pueblo lo que es del pueblo”. Más de treinta años después, el himno de Quiet Riot sobrevivió mejor que el de Piero y hoy es una pieza crucial en cualquier versión de Rock of Ages, el musical que fue película (protagonizada por Tom Cruise) y que este martes 5 de septiembre estrena en el Teatro Maipo con elenco argentino.
Dennis Dupree es un viejo lobo del rock que conoció el paño del éxito y la derrota, y que termina sus días como dueño de un bar mítico, el Bourbon, la rockería más salvaje de Los Angeles. Sherrie es la chica que llega del interior con una valijita en la mano y sueños de rockstar; y Drew, el lavacopas que la recibe y la enamora. El Bourbon está amenazado por las autoridades locales y Dupree trae a la mega estrella Stacee Jaxx para que se suba al escenario y ofrezca un desesperado concierto salvador. Todo ocurre dentro de la cajita feliz del cancionero de la época, donde cabe de Foreigner a Twister Sister, de Pat Benatar a Joan Jett.
Alec Baldwin fue Dupree en la película original. En la versión argentina, Dupree es Carlos Alfredo Elías, mejor conocido como Cae, el tipo que en el final de los 80, a puro batido y contrapeine, armó Bravo, la versión que supimos conseguir de Poison y el hair metal. A los 47 años, Cae también conoció todos los paños posibles, pero sus días aún no terminan: hace setenta shows al año, Marcelo Tinelli lo invitó a la pista del Bailando y Pablo Drutman, el director de Rock of Ages, lo fue a buscar para entregarle el papel de Dupree sin casting previo. Acomodado entre las butacas vacías del Maipo, en el descanso de una ensayo general, Drutman decreta: "Dupree era él o no era nadie".
El paquete de canciones del Rock of Ages argentino tuvo que enfrentar un primer dilema: dejarse traducir o no, tener sobre el escenario a Federico Coates en el personaje de Drew cantando “No dejes de creer” o cantando “Don't Stop Believin'” (de Journey). No hubo mucho que pensar porque a veces se trata más de comprender un sonido que una letra, y los temas de este jukebox finalmente se escucharán en su lengua original.
Sin embargo, esta respuesta no cierra la cuestión, más bien abre otra menos inmediata pero más estructural: cómo argentinizar ya no una canción sino un género, el musical, cuya construcción integral sigue necesitando una traslación que lo saque del mercado anglosajón y lo haga sonar bien, en el sentido de creíble, en Esmeralda al 400.
Pasaron 26 años desde que Tito Lectoure pusiera un millón de dólares arriba de la mesa para producir Drácula, el musical, y de que Pepe Cibrián Campoy lo escribiera y lo dirigiera. Dos millones de entradas vendidas después, Drácula ha hecho un largo camino y se consolida como la criatura pionera del musical argentino, la que probó que aquí también podíamos hacerlo. Antes de eso, como marca insigne y predecesora, Nélida Lobato y Ambar La Fox protagonizaron Chicago en el Teatro Nacional, producida por Enrique Pinti en 1977. Todo es historia.
Sin embargo, la naturaleza íntima de la identidad del género sigue necesitando una traducción, un acercamiento. ¿Cómo hacer Cats, El Rey León en Buenos Aires y que no parezca una foto que un amigo nos envía paseando por Broadway?
Drutman advirtió esta incidencia y apostó por enmarcar con fuerza algunos signos locales para crear sobre la marcha una mejor identificación. Harta del desamor y el desencuentro, en un momento Sherri abandona el Bourbon y comienza trabajar en un local de strip y baile de caño dirigido por Justice, una madama firme pero comprensiva interpretada por la estrella emergente del musical argentino, Melania Lenoir, cuya potencia de voz determina que, cuando ella canta, el resto escucha. Justice entra en escena y verifica que todas sus chicas están correctamente alistadas para recibir a los clientes hasta que en un momento se detiene y señala a una de ellas diciéndole: “Laura, se te ve la tanga”.
Es una línea mínima, un chiste apenas perceptible, pero funciona como puente entre un texto escrito lejos de aquí e interpretado aquí mismo. En la misma dirección trabajan las líneas de Drew cuando le responde a alguien que lo apura con un “tranca, cero presión”.
“Here I Go Again”, de Whitesnake. “The Final Countdown”, de Europe. “Wanted Dead or Alive”, de Bon Jovi. El tracklist es un fundamento de la década que se estira hasta poner un pie sobre 1990 con “More Than Words”, de Extreme. Por el mismo camino que Escuela de rock, pero menos dura, más power ballad, Rock of Ages (cuya traducción más habitual hasta ahora ha sido La era del rock) es un compuesto que busca tocar el nervio de una memorabilia, la subcarpeta de canciones que la gente de 40 años lleva encima porque estábamos ahí cuando esas melodías salieron al mundo; y que los de 30 escucharon irremediablemente; y que los de 20 también pero bajo la forma del clásico que sus padres todavía guardan en vinilo.
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