Es uno de los musicales de vanguardia de Broadway, fue convertido en una película que se estrena hoy por Apple TV+ y relata los hechos de 2001, cuando 38 aviones aterrizaron en un pueblito canadiense, con 7000 pasajeros
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La actriz y cantante Q. Smith había estado de licencia por maternidad. Trabajaba en el elenco de uno de los mejores espectáculos en cartel de Broadway: Come From Away. Pero justo cuando estaba a punto de volver a subirse al escenario para interpretar a Hannah –una mujer neoyorquina, madre de un bombero– la pandemia obligó a cerrar los teatros. Pero ella y sus compañeros en la compañía sufrieron esa larga pausa un poco menos que el resto de la comunidad teatral. Luego de 14 meses con los teatros de Broadway cerrados, el equipo completo de Come From Away regresó al escenario del teatro Gerald Schoenfeld en abril de este año y con muchas emociones a flor de piel, no sólo por el reencuentro. Este musical hace referencia a los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001; y el público de esa función, realizada especialmente para streaming, estuvo conformado por sobrevivientes de aquella catástrofe y trabajadores esenciales: bomberos, médicos, enfermeros y fuerzas de seguridad. Esa función especial, registrada con diez cámaras ya es una película que se estrena hoy en la plataforma Apple TV. “El regreso fue un sinónimo de revivir. Simplemente renovó nuestra confianza, nuestro amor y pasión por lo que hacemos, tener al público en vivo allí nuevamente. Fue un viaje, un tremendo viaje. Fue una lucha larga llegar allí, pero llegamos y estoy muy orgullosa de haber podido unirnos y generar una historia tan espectacular de nuevo”, relató a LA NACION Q. Smith, emocionada.
“¡Bienvenidos a ‘La roca’, somos isleños!”, dice el potente estribillo con aires de música celta, de la primera canción de Come From Away, que es una obra especial. En primer lugar porque es una de las piezas que conforman el llamado “nuevo musical de Broadway”, aquel que no está amparado por grandes artilugios escénicos sino que su magia está en la teatralidad, en sus interpretaciones. Y en segundo lugar, por lo que representa: una historia extremadamente sensible para el público norteamericano y también para cualquier espectador del mundo.
La columna vertebral de esta historia es la llamada Operation Yellow Ribbon, en la que 38 aviones de distintos orígenes aterrizaron en el isla Terranova –en el extremo nordeste de América del Norte–, desviados por los controles de tráfico aéreo ante los atentados a las Torres Gemelas del 11 de septiembre de 2001. En total, cerca de 7.000 pasajeros internacionales, junto con 11 perros, 9 gatos y dos chimpancés bonobo, aterrizaron en el diminuto Aeropuerto Internacional de Gander, un pueblito de 9.000 habitantes. Después de esperar más de veinticuatro horas para desembarcar, la “gente del avión” –como los llamaban los lugareños– casi duplicó la población local. Los isleños albergaron a los “venidos de lejos” en sus hogares, los alimentaron, se hicieron amigos, les ofrecieron ropa, compartieron la cultura de Terranova... pero también conocieron las noticias y esperaron juntos, mientras trataban de ponerse en contacto con familiares y amigos. Aquellos días en “la roca”, como la llaman los residentes de la isla, se convirtieron en un testimonio de cómo reacciona la gente en los momentos más peligrosos y problemáticos, y cómo la solidaridad, la franqueza y la amabilidad son vitales para la construcción de una sociedad.
Come From Away es el musical canadiense de mayor duración en Broadway. Obtuvo siete nominaciones a los premios Tony en 2017 y cuatro premios Olivier en 2019. Tiene un diseño escénico austero pero impactante, sólo con un puñado de sillas y mesas. “Fue increíble tener al público allí después de pensar que tal vez nunca volveríamos a actuar frente a los espectadores. Durante el primer día de ensayo, mis compañeros comenzaron a decir las primeras líneas y todos comenzamos a llorar. Fueron lágrimas inmediatas, imparables. Y, luego pensamos cómo haríamos para hacer eso frente a la gente. Durante los primeros tramos de la obra tuvimos que aguantar mucho, tratar de no llorar. Pero luego fue un disfrute inmenso, indescriptible”, señala Paul Smith, quien encarna al sheriff Oz.
Este año tiene una resonancia especial para este espectáculo, al cumplirse 20 años del 11 de septiembre. Además de volver al escenario unos meses antes de ese aniversario, también se logró que los actores, el equipo de filmación y el creativo fueran aprobados con todos los protocolos para prevenir contagios de Covid-19, lo que implicó pruebas periódicas y aislamiento en un hotel de Manhattan, en una “burbuja social” antes de que pudieran reunirse nuevamente en el escenario del Schoenfeld. Todos ellos reconocen que finalmente, esta historia va a poder verse desde cualquier lugar del mundo sin necesidad de estar en Broadway y es volver al propósito inicial: que el mensaje de cooperación se multiplique.
Un poco de historia
Durante el décimo aniversario de los atentados, muchos de aquellos pasajeros que quedaron varados en Gander volvieron al lugar. Los autores de la obra, Irene Sankoff y David Hein, viajaron hasta allí y entrevistaron a decenas de pobladores y visitantes. De este modo concibieron una obra casi periodística y documental que transcribe de manera casi textual aquellos testimonios, pero en el lenguaje del teatro musical. “Fue un trabajo muy complejo. Trabajamos palabra por palabra sin ser periodistas y, a veces, teníamos a 35 personas hablándonos a la vez, con muchos dialectos y diferentes formas de comunicarse. Es notable lo que logramos: un retrato de la verdad”, explica Sankoff a LA NACION. “Pensamos en que un actor interprete varios personajes por la cantidad de testimonios que recogimos. Había 16.000 historias que queríamos contar y un musical de cien minutos, por lo que los intérpretes debían cambiar muy rápido de un personaje a otro y de un lugar a otro. Eso le daba mayor teatralidad”, explica Hein.
En escena interactúan tripulantes de un avión, pasajeros y pobladores que entrecruzan sus historias para hacer una sola, en un ritmo vertiginoso, sin solemnidades y al ritmo de una música celta que hace saltar a los espectadores de las butacas (ahora de sus sillones) con al retumbe del bodhrán.
“Como actriz, parte de mi alegría es interpretar a diferentes personas en la obra. Todos encarnamos a uno de los que ‘vienen de lejos’ y a alguien de Gander. Es hermosa la metáfora que revive en esta versión cinematográfica. A veces necesitás ayuda y otras sos vos quien puede ofrecerla. Para estos tiempos es importante el recordar que podemos cuidarnos unos a otros. Esta historia nos ha abierto a todos un poco más para ser vulnerables y amarnos unos con otros, con todos”, reflexiona Astrid van Wieren, actriz de Come from Away que forjó fuertes lazos amistosos con muchos de los creativos argentinos que estuvieron a punto de estrenar la obra en el Maipo, proyecto interrumpido por la pandemia. “Me hice muy amiga de Marcelo Kotliar (adaptador) y Carla Calabrese (directora y productora)”, contó antes de la charla con LA NACION.
El film y la obra retratan a personas vivas, reales. Y para los intérpretes eso fue muy potente ya que casi todos ellos pudieron conocer a la verdadera persona detrás del personaje que encarnan. “Como actor uno siempre investiga cada vez que tiene que encarnar un personaje. Tuve una recompensa enorme al conocer personalmente a Claude, el alcalde. Fue vital saber cómo mira a los ojos, cómo habla, cómo cuenta un chiste”, describe Joel Hatch, en la charla por Zoom. “En cada función mostramos lo mejor de la humanidad a miles de personas una y otra vez. Esta obra modificó todos los aspectos de nuestras vidas, nuestras relaciones con los amigos, con la familia, con nuestra familia extendida y ahora, gracias a Apple TV +, con la familia mundial”, agrega Caesar Samayoa, quien encarna a dos de los pasajeros: un hombre gay en conflicto con su pareja y un egipcio que es presa de muchas miradas desconfiadas.
Su director
LA NACION tuvo la posibilidad de entrevistar a Christopher Ashley, el director de esta propuesta escénica que, además de ser emitida por Apple TV+, volverá a subir a escena en vivo, el 21 de este mes, en Broadway.
–¿Cómo hiciste para no perder la esencia teatral en la película?
–Tengo un elenco que hizo la obra durante 4 o 5 años en la producción teatral y, a pesar de la pausa por la pandemia, el recuerdo se mantuvo intacto, gracias a los detalles que habían aprendido sobre estas personas a través de años de interpretarlos y de conocer personalmente a la gente real de Terranova y a “los que vienen de lejos”, que están muy presentes en nuestras vidas. Ellos viajaron la noche del estreno, en 2013, desde distintos lugares del mundo. Son divertidos, cálidos y siguen siendo una especie de guía para nosotros sobre cómo contar la historia. También decidimos cuando empezamos a hacer esta película, que además de intentar capturar la obra, también nos daríamos todas las herramientas que tiene el cine para poder poner la cámara en lugares que el público nunca vería: detrás de la acción, sobre las bambalinas, con grúas que se inclinan hacia los actores. La película nos da la oportunidad de crear un dinamismo que funciona con la música y también una intimidad con los actores en primer plano.
–Junto con musicales como Once, Band’s Visit o Hadestown... e incluso, por qué no, Billy Elliot, Come from Away está en la línea de espectáculos que no necesitan de la parafernalia si no de la interpretación, de una puesta en escena más artesanal. ¿Sentís que abriste una nueva puerta en Broadway, en ese aspecto?
–Gracias por hacer esa pregunta. Palpito la intimidad de la actuación y el hecho de que 12 actores cuenten la historia de miles entre 12 sillas y 2 mesas. Es un desafío que asumimos con la coreógrafa Kelly Devine, de cómo podemos hacer que el teatro y la teatralidad sean la emoción; los poderes transformadores de la actuación en lugar de transformaciones escénicas o cambios masivos de vestuario.
–¿Cuántas “pasadas” de la obra se hicieron para la filmación?
–Tuvimos 10 cámaras el primero y el último día de rodaje. Hicimos la obra dos veces la primera jornada y con público el último día. Además tuvimos 4 o 5 cámaras, incluida una grúa y una cámara fija y de mano durante el segundo y tercer día. Es decir, cuatro jornadas en total. Vuelvo a la pregunta inicial: ¿qué es lo que hace que esta obra sea especial? Hay un momento en el que Hannah, que está tratando de ponerse en contacto con su hijo, que es bombero en Nueva York, está hablando por teléfono, muy frustrada porque no puede comunicarse con él ni con nadie. Tuve tomas increíbles que había planeado para esa escena, pero terminé usando sólo una de dos minutos de la cámara en su cara porque me encantaba su actuación. Son los detalles y el poder transformador de la emoción de los actores.
–¿Cómo creés que el teatro musical se verá modificado por la pandemia?
–En principio creo que las películas de obras de teatro van a quedarse en nuestras vidas. Tuve la suerte de hacer dos este año: ésta y Diana: The Musical, para Netflix. El streaming facilita a que estas obras puedan ser vistas en todo el mundo. Por otra parte, vamos a tener que superar los miedos al reencuentro de los cuerpos cercanos. El teatro es lugar de encuentro. Creo que después de que tanta gente pasó un año y medio sola, el poder de la comunidad y de experimentar el arte juntos es tan importante como deslumbrante.
–En un mundo con tantas grietas ideológicas y religiosas Come from Away es superador.
–Sí. Hay algo universal en la historia, sobre la importancia de cuidarse unos a otros, incluso si no comparten la religión, el idioma o la cultura con alguien. Están juntos en esto y el trabajo de la humanidad es ser compasivo, crear comunidad y ser generosos entre nosotros. El mundo está preso de un gran desafío en este momento. Ojalá que la historia que cuenta Come from away sea inspiradora, pero incluso hay una vara muy alta que superar. No estoy seguro de haber hecho más de lo que hizo la gente de Terranova aquella semana en la que recibió a 7 mil extraños. Una de las cosas que me encanta de la obra es que se puede ver desde una perspectiva de izquierda o de derecha. Se trata mucho de la importancia de construir puentes. Esta historia le pertenece a todos, sin importar cuál sea su punto de vista ideológico y no juzga qué políticas son mejores, simplemente dice que es importante tratar de comprender y tratar de cuidar al semejante.
–Se ve de manera notoria la forma colaboracionista en que fue creada la obra original. ¿Cuánto tiempo llevó su desarrollo?
–David e Irene, los autores, hicieron las primeras entrevistas que se convirtieron en este espectáculo hace apenas 10 años. Era el décimo aniversario del 11 de septiembre. Y yo me embarqué en 2014, así que he estado trabajando en la obra durante 7 años. Creo que realmente es una colaboración entre David e Irene, nuestra coreógrafa, Kelly Devine e Ian Eisendrath, quienes ayudaron un poco a dar forma a la música. Y además todas las personas reales que inspiraron esta historia. Estoy seguro de que muchos de ellos, la gente real, estarán en la Argentina para la producción local, cuando se estrene. Pero el espectáculo sigue cambiando, incluso si contáramos la historia con la misma intención y veracidad porque el mundo está cambiando muy rápido y creo que el público sigue aportando cosas nuevas y lentes nuevos.
En ese aspecto, el concepto desarrollado por Joel Hatch es determinante como conclusión y dejó sin palabras a sus compañeros en la charla con LA NACION: “Todos los países del mundo en este momento están luchando con personas que quieren dividirnos, que quieren hacernos enemigos entre nosotros. Así que es vital que sigamos contando una historia sobre la bondad humana y cómo llegar a otras personas que son diferentes a nosotros y encontrar puntos en común. Entender que todos somos iguales es de vital importancia para nuestra supervivencia”.
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