Colette, de las letras al escenario
Colette, la célebre escritora francesa (entre muchos títulos memorables, "Gigi", "Chéri", "El trigo en flor", o las historias de Claudine), no sólo se dedicó a la literatura: en su juventud fue actriz de music-hall y, en su condición de crítica teatral escribió páginas notables por la agudeza y el conocimiento del medio.
Su verdadero nombre era Sidonie-Gabrielle. Colette era el apellido de su padre, un marino que había perdido una pierna en la guerra de México, durante el reinado de Napoleón III. La escritora nació en 1873, en Saint-Sauveur-en-Puysaye, y murió en París en 1954. Dotada de una singular capacidad para expresarse en su idioma, tan complejo y musical, tuvo una vida turbulenta y, hasta cierta altura, errante: uno de sus libros más famosos, "La vagabunda", es reflejo de sus andanzas entre los ambientes más sórdidos y los más refinados, el escenario, los salones elegantes y los caminos polvorientos recorridos por los elencos en gira, no muy alejados del circo.
Por consejo de su primer marido, un polígrafo y vividor apodado Willy (que firmaba las primeras historias de "Claudine", escritas en realidad por Colette), ella tentó suerte en el music-hall, género popular en la época: la pantomima. Sobre ese pasado, escribe: "Tengo ante mí, del otro lado del espejo, en la misteriosa cámara de los reflejos, la imagen de una mujer de letras que se ha desviado. También se dice de mí que hago teatro, pero nunca me llaman actriz. ¿Por qué? Matiz sutil, cortés rechazo del público y de mis propios amigos, de otorgarme un rango en esta carrera que, sin embargo, elegí".
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En la sala parisiense del Ba-Ta-Clan, hacia 1900, Colette es aplaudida en "La gata enamorada" y "El pájaro nocturno". Reflexiona: "Los artistas de café-concert son mal conocidos, desdeñados y escasamente comprendidos. Quiméricos, orgullosos, llenos de una fe absurda y ya superada en el arte, ellos solos, ellos, los últimos, todavía osan declarar, con una fiebre sagrada: «Un artista no debe?; un artista no puede aceptar?; un artista no consiente?»".
Envuelta en escándalo por ser la primera actriz que osa aparecer completamente desnuda en escena y por su bisexualidad rampante, a la par que va obteniendo cada vez más prestigio como escritora, Colette se casa en segundas nupcias con Henri de Jouvenel, editor de algunas de las publicaciones de mayor éxito en Francia poco antes de la Primera Guerra, y se convierte en redactora estrella y corresponsal viajero.
Se han publicado numerosas recopilaciones de sus notas periodísticas, entre ellas, las críticas de teatro con el título de "La gemela negra". Sobre una pieza del hoy ignorado Edouard Bourdet, "Tiempos difíciles", escribe Colette: "Si yo fuera Edouard Bourdet, tendría miedo, miedo de no poder escribir otra pieza que se le iguale. Pero Bourdet es joven, dotado de una vocación paciente y tranquila frente a todos los riesgos, y de una audacia que no se aparta de ninguna patología [?] La necesidad de «terminar» debe de ser una necesidad teatral muy imperiosa, puesto que Bourdet mismo no se libera de ella. Y es sin duda porque yo sería un mal dramaturgo que prefiero la pieza con final abierto".
Que Colette se juzgaba mal como autora teatral lo prueba el merecido éxito que tuvo con la encantadora "Gigi" (1943), donde también se mezcla más de un dato autobiográfico. Al reseñar "La máquina infernal", de Jean Cocteau, estrenada en 1935, comenta: "Beneficiario de un privilegio único, Jean Cocteau ha conservado lo que todos hemos perdido: la fantasmagoría íntima. No conoce ni territorios prohibidos, ni caminos empantanados, ni umbrales dilapidados. Diré únicamente que Cocteau es un poeta. Sus audacias son anteriores a la vida terrestre. No inventa, sino que recuerda? Pertenece a la gran tradición, donde frecuenta, en pie de igualdad, muertos y vivos, fantasmas y dioses. Tan sólo por eso se aparta del teatro clásico francés, que es un teatro realista".