Cocteau y la otra máquina infernal
Los padres terribles , de Jean Cocteau. Traducción de Ignacio Apolo. Con Mirta Busnelli, Luis Machín, Nahuel Pérez Biscayart, Noemí Frenkel y María Alché. Escenografía: Jorge Ferrari. Luces: Eli Sirlin. Vestuario: Andrea Mercado. Dirección: Alejandra Ciurlanti. En El Cubo, Zelaya 3053.
Nuestra opinión: muy bueno
Al despojar a su puesta de toda intención naturalista, Alejandra Ciurlanti arranca fulgores inéditos a esta joya que es Los padres terribles . Sin duda, la obra maestra de Jean Cocteau -junto con el monólogo La voz humana - en el área teatral, donde este maravilloso prestidigitador de la poesía ejerció su talento como lo hizo también en el cine, la danza, la música, la novela y la incesante promoción de sí mismo como representante del genio francés en el siglo XX. Perspicaz y agudo, prefirió la elegancia del artificio antes que la afirmación rotunda; en un juego deliberado, disfrazaba la hondura bajo la máscara de una aparente frivolidad, para mantener la pureza de la intuición y burlarse, al pasar, de quienes no conciben la trascendencia sin el empaque retórico. Cocteau parece sencillo, pero no lo es, en absoluto.
La directora Ciurlanti revela así, al transformar a sus actores en marionetas enloquecidas, la hondura trágica del conflicto que no en balde escandalizó a los ediles parisienses en 1938, cuando la pieza fue prohibida, aduciendo razones morales, a pocos días de estrenada. La presión de intelectuales importantes (siempre tomados en cuenta en Francia, donde la inteligencia es un valor reconocido por la sociedad) y del público determinó su pronta reposición. Desde entonces, y mediando el film que dirigió el autor mismo, Los padres terribles ha asumido la condición de clásico, sobre todo porque responde, en esencia, a la tradición de la tragedia antigua. El amor, al borde del incesto, de Ivonne, madre posesiva, y su único hijo, el adolescente Michel (una escena entre ellos, en particular, remite a otra, casi idéntica, de Hamlet con Gertrudis), no podía sino culminar en desastre. Desastre minuciosamente orquestado por Leona, la perversa hermana de Ivonne, enamorada eterna de su cuñado, Georges, cuya debilidad esencial se transformará en siniestro factor de venganza.
El único personaje puro e íntegro es Michel, especialmente escrito para el joven amante de Cocteau en esos años, el apuesto Jean Marais. Es para perderlo que se pone en marcha "la máquina infernal" (título de otra pieza del autor), creada por los adultos. Michel encuentra en Nahuel Pérez Biscayart el intérprete ideal, con su singular presencia -tan vulnerable, aparentemente-, su voz transida y un aura de misterio que no tiene en nuestro medio ningún otro actor de su edad. Mirta Busnelli, en una actuación soberbia, y Luis Machín, en el nivel de excelencia que le es propio, transmiten la singular complicidad, la secreta ternura que une a esos padres capaces de destruir al ser que más deberían preservar. No es menos destacable la distancia irónica que mantienen con sus personajes, que les permite arrancar risas en situaciones cercanas al espanto. Otro mérito de esta original aproximación a un texto admirable, a cuya eficacia contribuyen la sobria escenografía y la expresiva iluminación. Y hasta los peinados de las actrices, que aluden, sin énfasis, a la época del estreno parisiense.
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