El 2 de julio de 1962 al mediodía, Ezeiza vivió una de las jornadas más eclécticas que puedan recordarse. El hall principal del aeropuerto, que marcaba la llegada de los vuelos internacionales, estaba custodiado por un centenar de gremialistas que esperaban el arribo de sus dirigentes. Con cara de pocos amigos y camperones abotonados hasta el cuello, los presentes intimidaban a los viajeros con carteles que rezaban, entre otras referencias políticas, “Unión Obrera Metalúrgica” y “Viva Vandor”. El aire era denso y todos se miraban expectantes. Ante el mínimo movimiento sospechoso podía desatarse una improvisada batalla campal. Pero la tensa calma se quebró de la forma más inesperada. Pasada las 12.30, una horda de periodistas y fotógrafos irrumpieron y se amotinaron en el balcón de la terraza que daba a la pista de aterrizaje. Es que llegaba ella, “La Coccinelle”, la vedette más polémica de Europa, la musa inspiradora de Alessandro Blasetti, la mujer que años atrás había sido un hombre que supo defender a su patria como artillero en el ejército francés, y nadie quería perdérsela. Todo el resto quedó en un segundo plano, el sindicalismo, los derechos del trabajador y las insignias peronistas. La némesis de Brigitte Bardot estaba a punto pisar suelo argentino.