Claudio Tolcachir pudo estrenar en España a pesar de la pandemia
MADRID.– En un momento de tregua, tras 36 horas de lluvia, las cámaras de TV, los fotógrafos y los periodistas llegan a los Teatros del Canal. A cada uno se le toma la temperatura en la puerta de ingreso y tras esta verificación acceden a la Sala Verde. Allí hay atmósfera de hogar. Claudio Tolcachir con su voz firme, pero amable, marca escenas breves que buscará ofrecer con un fin gráfico. Desde el escenario, les anticipa a los periodistas las dos escenas que están por ver representadas. Los únicos que no llevan barbijo son los actores. Pocas horas después, en los noticieros nocturnos se podrá ver el anticipo deLa máquina de Turing. Cuando el director está en España es siempre noticia. En esta ocasión vino acompañado por su familia y su hija Camila asiste a este evento. La pequeña de tres años (manchada con chocolate) camina de la mano de Carla Juliano, argentina radicada en España, integrante del Departamento de Performing Arts Management del Teatro, quien le acondicionó un camarín para que pueda jugar mientras su papá ultima los detalles del estreno. En Madrid, Tolcachir está en su casa. La capital española es uno de los destinos de este periplo europeo ya que también viajará a Milán donde ensayará, para estrenar en diciembre, en Il Piccolo, Tercer cuerpo.
La máquina de Turing, de Benoit Solès, con Daniel Grao (el protagonista de HIT, serie que puede verse en la Argentina por TVE) y Carlos Serrano, cuenta con las partituras de Gaby Goldman y la producción de Ana Jelin, madre de Sebastián Blutrach. Esta pieza está inspirada en Breaking the Code, de Hugh Whitemore, basada a su vez en Alan Turing: The Enigma, de Andrew Hodges. Luis "Indio" Romero había sido elegido para dirigir la versión argentina, en El Picadero (su estreno, a causa de la pandemia, se desconoce). Turing, el matemático inglés, pionero de la computación, fue la mente detrás de aquel dispositivo que descifró el código a través del cual se comunicaban los nazis durante la Segunda Guerra Mundial, factor fundamental que contribuyó a la derrota alemana. El personaje ya fue encarnado por Benedict Cumberbatch, en Código Enigma, donde se volvió a poner de manifiesto la persecución y vejaciones que padeció por ser homosexual en un sistema perverso. La última obra que dirigió Tolcachir en España –un suceso de público y crítica– Copenhague, narraba los fantasmas y demonios que rondaban a mentes pródigas, Niels Bohr y Werner Heisenberg, quienes participaron, desde la ciencia, en la Segunda Guerra Mundial. Ambas obras se conectan por una misma idea: la fuerza bruta y militar se subordinan a la ciencia.
-¿Qué es más complejo para dirigir: un juego dialéctico, dos actores en escena, o un elenco numeroso? ¿Esta obra y en la anterior donde la mayor parte del tiempo hay solo dos actores en escena, u otras que dirigiste, más numerosas, como La omisión de la familia Coleman?
-Siempre es más difícil si son menos. Cuantos más actores hay, más regalado tenés la calidad de energía, de ritmos, de cruces y de fuerzas. Cuando tenés dos actores hay que buscar mucho más las particularidades para que no se aplane y para que cada momento sea diferente. En definitiva el trabajo es siempre el mismo: meterse en las escenas y obtener todas las opciones para que haya cambios de transición, de novedad, de ritmo, de rumbo. Mi trabajo es encontrar los niveles de tensión y que esa tensión pueda crecer y decrecer.
-¿Qué es aquello que te atrae de una obra para que quieras llevarla a escena?
-La elijo porque no sé cómo se hace. Es ese desafío de ver cómo se cuenta una obra. En este caso tenía un desafío técnico, porque incluye video, y nunca había trabajado con esta posibilidad. Acá hay un personaje que le cuenta a otro su historia y él, a su vez, interpreta a varios personajes. Esta historia me conmovió profundamente porque es real. Sentí que tenía mucho sentido hacerla, metiéndome con la obra, haciéndola a mi manera. Quería volver a trabajar con Dani Grao [lo dirigió en la versión española de Emilia], un actor que me gusta mucho, muy sensible. Probablemente hoy hacer una obra donde haya una mesa, donde la gente come, no me divierte, porque ya lo sé hacer…
-Como Agosto (Condado de Osage)…
-Claro, o Tribus, que además tenía algo muy interesante con el lenguaje. Siento que tiene que haber un lugar, donde, cuando comienzo a ensayar, yo no conozca. Y necesito que me conmueva porque sin esa fuerza me cuesta ir a ensayar todos los días, meterte en un proyecto o trabajar con actores.
-Otra vez explorás el universo de la ciencia en tu teatro.
-Sí, lo pensé. Pero esta historia se mete muy profundamente en lo humano. Lo matemático es un poco tangencial. Se introduce más en la historia de un tipo que era un genio, que posiblemente tuviera Asperger, tartamudo, que iba a una velocidad absoluta, homosexual, en una época en la que eso estaba penado por la ley. Así y todo ayudó a adelantar el fin de la guerra y construyó las bases sobre las cuales se construyó la computación. Era interesante por todos lados. A veces en el teatro se trabaja con historias comunes, una familia o una pareja, y uno intenta volverlas extraordinarias. En este caso es la historia de alguien que cambió la vida de todos, pero me interesaba poner foco en lo cotidiano. ¿Cómo funcionaba su cabeza?
-La inteligencia no conduce a la felicidad.
-No, no, no. Su capacidad social es totalmente opuesta a su capacidad intelectual. Lo decimos con los actores: "Debió ser insoportable trabajar con él". Tampoco era un tipo amable que supiera empatizar. Es interesante, más allá de que esto corresponde a una época, que nosotros como público nos preguntemos qué le hicimos a un tipo tan sabio para que se terminara suicidando. ¿Cuánto vimos? ¿Cuánto no vimos?
-Los diferentes, los raros.
-Sí. Los que no salen en el póster, los que no contrataríamos, los que no querríamos que fueran a jugar con nuestros hijos. En este punto la obra se vuelve universal. Fijate lo que pasa en nuestro país: cómo nos cuesta poder hablar con alguien que sea diferente, que piensa diferente, por lo que sea: política, religión, etcétera. El teatro tiene la potencia de correr límites de tolerancia, comprensión, juicios, certezas; y la virtud de poner en duda las certezas ¿Cómo se puede estar tan seguro de lo que está bien o mal? ¿Cómo podés estar seguro de qué lado estás?
-Los fanatismos o los extremos usan a las personas, a veces se te vuelven en contra y después desechan a quienes participaban de aquellos sistemas.
-Sí. Hablaba acá con gente que salía a aplaudir todos los días a los médicos en el confinamiento y después quedan boyando por un sueldo. Esta obra, sin tener un discurso adoctrinante, tiene un mensaje, una carga social de responsabilidad: ¿qué hicimos con este hombre que se suicidó?
Además del estreno de La máquina Turing, en una sala oficial, como los Teatros del Canal, esta semana el Teatro Real presenta Fuego, basada en El amor brujo, de Manuel de Falla, interpretada por la compañía Antonio Gades, con la dirección de Carlos Saura. Cantaores sobre el escenario, una orquesta dirigida por Miquel Ortega, bailarines y un amplio equipo técnico le dan a vida a esta producción. LA NACION puedo asistir a un ensayo general. Los bailarines, quienes acaban de ofrecer una intensa muestra de su talento, acompañados por las luces y la música, recobran el aliento en un descanso. Regresan a escena con sus barbijos y allí reciben desde la platea nuevas marcaciones.
-Hablabas de la Argentina. El jueves se llegó a un acuerdo y finalmente habrá temporada teatral de verano, con muchos recaudos. ¿Qué pensás que se debería hacer?
-Cualquier discusión que tengamos sobre ese tema tiene que partir de la compresión absoluta de que es complejo. El que diga: "¡Qué vuelvan los teatros!", sin medir las consecuencias no tiene nada para aportar. No puedo decir eso gratuitamente. Queremos trabajar con responsabilidad y hay protocolos. No vamos a poner en riesgo a los espectadores, ni a los actores, ni al boletero.
-¿Cuál es tu visión del asunto, desde Madrid, donde el teatro, con protocolos, sigue funcionando?
-Veo que aquí, con muchísimas responsabilidad, se ha podido regresar al teatro. Todos con barbijo, acá te toman la fiebre antes de entrar, te ponés alcohol en gel, no hay aglomeraciones.
-¿De qué modo afectó la pandemia a Timbre 4?
-Desde lo económico estamos fundidos. Lo que hacemos es sostener los sueldos de toda la gente que trabaja. ¿De qué manera? Con ahorros, pidiendo préstamos, con algunos subsidios del Estado.
-Tu escuela continuó con las clases virtuales.
-Sí, no dejamos de dar clases, pero muchos de los alumnos están sin trabajo. Hasta fin de año podemos llegar… vendiendo el auto, como sea, pero necesitamos alguna idea de saber cuándo vamos a poder trabajar y de qué modo.
-El reclamo viene incluso de productores o dueños de salas, quienes saben que con menor capacidad, el ingreso económico será escaso.
-Nadie piensa que va a ganar dinero. Hay que comenzar de alguna manera. Aunque sea con seis personas. Hay que aprender a hacerlo. Lo que molesta es que uno enciende la TV y ve gente frívola, que va a la peluquería, que toma cloro, que está ganando dinero y nosotros, que apoyamos la cultura, estamos comiéndonos los piojos o cerrando nuestros teatros. Esto es la muerte.
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