Clase póstuma (parodia amorosa): cómo jugar al teatro dentro del teatro
Cabalmente interpretada por Claudio Gallardou, la obra rinde homenaje al actor, director y docente Juan Carlos Gené con una indagación sobre el sentido último de la labor didáctica y la actuación
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Autor y director: Alejandro Robino. Intérpretes: Claudio Gallardou, Mario Petrosini, Celeste Gerez, Enrique Dumont, Natalia Santiago, Manuel Vignau, Ana Balduini. Vestuario: Paula Santos. Escenografía: Cecilia Zuvialde. Iluminación: Soledad Ianni. Música: Diego Rodríguez. Coreografía: Damián Malvacio. Sala: Teatro San Martín, Corrientes 1530. Funciones: miércoles a domingos, a las 19.30. Duración: 110 minutos. Nuestra opinión: muy buena.
“Una vez que abrazas esta profesión, sueltas amarras para siempre con la sociedad que te dio a luz”, dice Juan, el protagonista de Clase póstuma (parodia amorosa), un texto del autor y guionista Alejandro Robino que rinde homenaje al actor, director y docente Juan Carlos Gené. Uno de los referentes más importantes del teatro nacional, que falleció en 2012.
La frase elegida sirve de síntesis a la hora de dar cuenta de la intención de este material dramatúrgico en el que el maestro dicta su clase póstuma a un grupo de inquietos actores que van a mostrarle fragmentos de escenas de diferentes obras que han preparado (Ricardo III y Hamlet de Shakespeare, Casa de muñecas de Ibsen, Antígona de Sófocles y M’greet, del autor de esta pieza). Ellos no solo están muy dispuestos a recrear aquellos textos sino, sobre todo, a escuchar la devolución de ese profesor notablemente exigente. El tema central que se analiza gira, básicamente, en torno a la acción y sus circunstancias, en un comienzo.
Gené, a quien se le reconoce aún hoy por su profundo conocimiento de la actividad escénica y quien ha dejado una enorme camada de discípulos, es retratado aquí de manera muy elocuente por Robino. Sin duda lo conoció muy de cerca y es por eso que concibe sus parlamentos en la obra (y esto se revela a través de la lectura del material original) con una severa destreza a la hora de dar cuenta de su manera de hablar, de analizar el fenómeno teatral o de referirse a ciertos aspectos de la técnica actoral, siempre de forma muy contundente; así era Gené. Un grado de profunda sabiduría sobrevuela continuamente el espectáculo y debe ser el mismo que se percibía en sus clases de actuación o dirección.
En el programa de mano de la función, Robino deja claro que “la obra no pretende ser vocera de Gené sino, a través de su figura docente, indagar en el sentido último de la labor didáctica y la profesión teatral”. Y eso se logra en este espectáculo en el que, sobre todo, sobresale el maestro hablando no solo de teatro sino, además, de las más diversas cuestiones que hacen a la existencia del ser humano. ¿Cómo ser actor si no somos capaces de comprender las múltiples facetas que poseen los personajes y que están relacionadas con el tiempo en que les toca vivir?
Clase póstuma enhebra múltiples reflexiones del creador en un entramado que resulta muy interesante. La experiencia requiere de un espectador sumamente atento, que se anime a seguir y analizar cada una de sus reflexiones. Tal vez -quien escribe esto no lo sabe- requiera de un público muy teatrero. Pero como lo que dice, por momentos sobrepasa la cuestión dramática y se instala más en temas que hacen a la condición humana, no necesariamente debería ser así.
El espectáculo tiene a Claudio Gallardou como gran protagonista. Asume la voz de Gené. Y su interpretación es sumamente sobresaliente. Toma distancia del gran maestro, construye un personaje propio que sigue aquellos pensamientos que el autor de la pieza ha tomado de Juan Carlos Gené y consigue que el público se concentre en él y lo acompañe de una manera muy atractiva. No es fácil en estos tiempos seguir un texto que propone sumar más y más reflexiones. Pero Gallardou lo logra. Y hasta se implica con esos espectadores y su magnífica técnica clownesca le posibilita seguir cada reacción de ellos. Rápidamente, por ejemplo, con las respuestas que aporta el público luego de una pregunta que realiza, construye una idea que sabrá potenciar. Y continúa siendo el maestro que tiene esa rica capacidad de analizar las problemáticas que sus alumnos exponen.
No resulta sencillo analizar el rol del resto del elenco. Actores que juegan a ser alumnos ingenuos, con preguntas inquietantes pero que el maestro desarticula con respuestas más inquietantes aún. Recrean personajes que juegan a ser discípulos, potenciales actores, interesados en el fenómeno escénico pero que son cuestionados y obligados a convertirse en individuos más pensantes. En definitiva, son creadores que hacen de sí mismos. Quieren actuar pero las escenas que construyen no están a la altura de lo que Gené requiere. Sin embargo están presentes y esas presencias resultan, en algunos casos, muy definitivas porque le permiten al maestro desarrollar su capacidad de análisis con mayor intensidad.
Este juego de teatro dentro del teatro que construye Alejandro Robino resulta muy creativo en su planteo y en su desarrollo. Es muy estimulante para un espectador interesado en el fenómeno teatral y también lo es para aquel que quiere conocer como es ese procedimiento que lleva a los actores a acercarnos a una problemática personal o social en la que estamos inmersos.
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